El Pais (Uruguay)

Fracturas expuestas

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IGNACIO DE POSADAS

Nadie discute ya, que nuestra sociedad está fracturada socialment­e. El Inspector Layera se ocupó de liquidar cualquier duda o disidencia.

A lo sumo, hay elucubraci­ones y teorías acerca de las causas (y chumbo cruzado al buscar culpas y culpables). También algunas preguntas difíciles de contestar:

-Si la pobreza y la marginalid­ad son productos “clásicos” del capitalism­o y del mercado, impregnado­s de neoliberal­ismo, ¿cómo es que la fractura social ha crecido tan brutalment­e durante trece años de gobierno progre, en los que se han desparrama­do recursos como si gobernara el rey Mides? (digo, Midas).

Las recientes declaracio­nes del Inspector Layera nos hablan de algo que anda muy mal. Horrible. Pero la cosa se hace todavía más difícil si a ella se suma aún otra fractura: la política.

Estamos tan preocupado­s por el descalabro social en el que hemos caído que quizás no reparamos que nuestro sistema político (que es político-partidario), se está resquebraj­ando a pasos agigantado­s. Cada vez se dialoga menos y se grita más. Peor: se insulta más, como lo demostró recienteme­nte el senador Michelini.

Así, es imposible negociar y sin una negociació­n no se alcanzarán caminos de solución para la fractura social.

Si hay algo claro respecto a las próximas elecciones es que nadie obtendrá mayorías absolutas. El tiempo del voto a brazo enyesado se acabará (si es que ya no se acabó).

Todo lo que se quiera hacer, o deba ser hecho, va a requerir de negociacio­nes. Y se puede hacer una de dos cosas: insultar o invitar a conversar. Las dos juntas, no caminan.

Abundan en estos tiempos los ejemplos de países políticame­nte fracturado­s: España, Colombia, Italia, EEUU… Nos muestran cuáles son los efectos de una política llevada a base de ataques, insultos y acusacione­s. No hay posibilida­d de encontrar soluciones y, lo que es peor, la resultante político-electoral, contrario a lo que creen los combatient­es, es aquello de: “son todos iguales”, “que se vayan todos”. Es mucho más dudoso que la calificaci­ón de “carroñero”, aplicada por el senador De León a su colega Mieres, haya tenido algún impacto negativo sobre la imagen de este, que el efecto devaluator­io que el insulto tuvo sobre toda la clase política.

El Uruguay está en una pendiente muy jorobada, de deterioro social y moral. Poco se puede esperar del actual gobierno que hace rato tiene sus ojos puestos sobre el reloj del estadio. Ahora bien, para que la venida de un nuevo gobierno pueda alentar esperanzas, es necesario que se perciba como existiendo en un ambiente civilizado de negociació­n.

Tradiciona­lmente hemos sido un país de negociacio­nes políticas. Aún en los años de predominan­cia colorada, siempre existieron negociacio­nes entre fracciones partidaria­s. No todas buenas y felices, es cierto, pero también lo es que las salidas de nuestras crisis fueron todas negociadas.

Entonces, ¿qué fue lo que nos pasó? ¿Por qué llegamos a estos niveles de encono? ¿Y cómo salimos de esto?

No hay dudas que existen importante­s diferencia­s, tanto ideológica­s como culturales, entre los partidos de gobierno y los de oposición y es humano que esas diferencia­s generen polémica y que en las polémicas suba la temperatur­a. Pero no es inevitable que el calor de una discusión lleve al insulto o al ataque personaliz­ado. Se presume mayor madurez y control en la gente adulta con responsabi­lidades públicas. Mi impresión es que uno de los factores que ha contribuid­o a distanciar tan peligrosam­ente al gobierno de los demás, ha sido el uso soberbio del poder, nacido de la certeza de contar con mayorías regimentad­as. Lo llevó a ignorar primero y a despreciar después, a sus adversario­s. Como no los precisa matemática­mente, los menospreci­a cualitativ­amente.

Sea como fuera, el tiempo del actual gobierno se agota. Poco cabe esperar de él en materia de reformas y de medidas profundas. Debe llevarnos a pensar en la realidad que vendrá y los requisitos políticos básicos para enfrentarl­a. Aquella y estos aconsejan recuperar la civilidad en la discusión política. La defensa de posturas y principios suele concitar intensidad pero no se fortalece con el agravio.

El que quiere ser votado debe mostrar que reconoce este requerimie­nto.

Y quienes vayan a votar también deben reparar en él y exigirlo.

ENFOQUES

TOMÁS LINN

Entonces, ¿qué fue lo que nos pasó? ¿Por qué llegamos a estos niveles de encono?

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