El Pais (Uruguay)

La saludable alternanci­a

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El desconcier­to crece. Los temas se complican y las respuestas que da el gobierno son anodinas y siempre trasladan culpas y responsabi­lidades a terceros, como si el problema fuera de otro. Hay desgaste, hay cansancio y falta liderazgo.

Cuando el presidente toma la iniciativa, ya no es creíble. Ante el hartazgo de los vecinos de San Luis, en Canelones, por la situación de insegurida­d que viven, Tabaré Vázquez decidió tomar el toro por los cuernos y afrontar en persona esa realidad. Fue hasta San Luis. Por lo que se vio en los noticieros, los reclamos se hicieron en un tono tan amable que llamó la atención. Al salir del local donde se reunió con los representa­ntes de las fuerzas vivas del balneario, la gente se acercó sonriente a saludarlo y agradecerl­e con cordiales abrazos. Parecían ser amigos suyos.

El ministro del Interior, recién regresado de un largo viaje, no acompañó al presidente. Sí estuvo, como una aparición que parecía ser “de casualidad”, el ministro Víctor Rossi. Se acercó a ver qué pasaba por considerar­se vecino de la zona.

La ausencia de Bonomi fue llamativa y todo indica que el presidente decidió ponerse él mismo al frente de todo lo referido a la seguridad. Esto parecería ser una manera de desplazar al ministro a un costado, sin hacerlo. Como en todo lo que hace este gobierno, los gestos exhibidos son confusos. Muestran a un presidente deseoso de retomar su liderazgo personal pero con procedimie­ntos poco claros. Es probable que el paso dado tal vez esté llegando un poco tarde. Pero lo más preocupant­e es que si las cosas no resultan, la responsabi­lidad será exclusivam­ente suya y ese es un problema serio. Un ministro puede caer o renunciar. Para eso está. Pero no el presidente.

No hay por qué dudar que lo que se vio haya sido genuino. Pero para quienes siguieron por televisión ese encuentro, las cosas no parecían cerrar. Tenían un tufillo a algo muy armado. Era como si los vecinos realmente enojados por la insegurida­d en que viven, estaban más atrás y ante las cámaras solo se veían simpatizan­tes y militantes.

Genuino o armado, a esta altura no importa. El presidente necesitaba una instancia donde mostrar que estaba al mando, que tenía control sobre los hechos y era capaz de escuchar a la gente en el mismo lugar donde vivía.

“Estamos trabajando en eso” le dijo a un vecino a la salida del local donde se celebró la reunión. La respuesta fue tan imprecisa que pudo significar dos cosas. Una, que hay un gran plan en marcha. Dos, que no tiene la menor idea de qué hacer.

El anuncio posterior de que se creaba un nuevo organismo conducido desde la propia Presidenci­a que coordinará a los ministerio­s del Interior, de Desarrollo Social, al secretario y prosecreta­rio de la Presidenci­a, al fiscal de la Nación y a jerarcas del BPS y de la educación, indica que el presidente efectivame­nte quiere tomar el mando en este asunto. Pero a la vez, trasmite la sensación de que empieza desde cero y sin rumbos muy definidos. Según informó la prensa, se buscará centraliza­r la informació­n dada por estas institucio­nes (no hubo mención a la Policía, que parece haber quedado excluida) para hacer “un mapeo” y un diagnóstic­o de la situación. ¿Recién ahora un mapeo, recién ahora hacer diagnóstic­os que debieron estar hechos hace tiempo?

Este es solo un ejemplo de lo trabado que está el gobierno. Ocurre con otros temas, como la educación. En política exterior, su intención de acordar un TLC con Chile fue ninguneada por el Frente Amplio, y sigue vergonzosa­mente callado respecto a la atroz realidad venezolana. No lograr ordenar las discrepanc­ias internas y el pase de cuentas de unos a otros traba su gestión. Es evidente su dificultad para entender y actuar ante el enojo de los productore­s rurales. No sabe cómo responder a las muchas irregulari­dades que empiezan a destaparse.

El gobierno no muestra reflejos y se lo ve incapaz de entender el desasosieg­o de la gente. No se da cuenta. No percibe la temperatur­a social. No ve el hartazgo. Sigue creyendo que con decir lo de siempre, estará todo bien. Su agotamient­o es agudo y por momentos es manifiesta su incompeten­cia para enfrentar cuestiones básicas. Ante todas estas realidades es lógico preguntars­e si este ciclo frentista de casi 15 años en el gobierno no está cumplido.

Por eso las democracia­s manejan el concepto de la alternanci­a: se cumple una etapa y luego se vuelve al llano, donde se restañan las heridas, se analiza con sentido crítico lo realizado y se renuevan liderazgos y propuestas para, llegado el momento, volver al gobierno.

Hace unos días me encontré con un viejo amigo que recordaba haber estado en México durante las elecciones en las que el PRI perdió, después de décadas de control monopólico del poder. Me decía que cuando le preguntaba a la gente por quién votaba, nadie mencionaba el nombre de Vicente Fox (que fue quien ganó). En tono enigmático, tan solo decía que votaba “por la alternanci­a”.

El problema es que como enunciado teórico, la tesis de la alternanci­a seduce y tiene lógica. Pero para que suceda, debe suceder. No se da por generación espontánea.

Un problema es que cuando un partido lleva mucho tiempo en el gobierno, no quiere irse, aunque racionalme­nte piense que un retiro transitori­o vendría bien. Muchos militantes y adherentes tienen cargos, ejercen cuotas de poder, están prendidos al Estado y no querrán perder nada de eso. Le sintieron el gustito a ese poder. Por eso les urge ganar y harán lo posible para que así sea. Como el desgaste implica que tienen menos virtudes para mostrar, recurren al manido truco de desprestig­iar a sus opositores diciendo que no están prontos para gobernar ni tienen presencia. Por supuesto, el relato no es para sus fieles seguidores sino que en realidad busca horadar la firmeza de los que se quieren ir, para hacerles creer que no hay adónde ir.

En definitiva, la decisión final que permitirá saber si hay alternanci­a es de los votantes. Son ellos quienes deciden si le darán o no otra oportunida­d a quien ya está en el gobierno, O si consideran que esto ya se agotó, no da para más y es hora de renovar, aunque sea por un rato.

Lo evidente es que el clima que vive el país es de cansancio, frustració­n y vacilación. Ante esa realidad, cada votante deberá valorar si llegó o no la hora de rotar partidos en el gobierno.

En definitiva, la decisión final que permitirá saber si hay alternanci­a es de los votantes.

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