El Pais (Uruguay)

Una jornada en Pixar , el epicentro de una revolución

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AHÍ ESTUVE

FERNÁN CISNERO

Estuve en el epicentro de una revolución y es más o menos como uno lo imagina. Visité los estudios Pixar, la compañía de animación que desde Toy Story (la primera película hecha completame­nte por ordenador, y de eso hace más de un cuarto de siglo) cambió el paradigma de los dibujos animados.

Esa motivación ya estaba en sus comienzos, y no por nada el que parece el edificio principal del complejo se llama Steve Jobs, el fundador de Apple que, además, fue uno de los primeros promotores de Pixar. Su presencia y su espíritu estuvieron siempre en las conversaci­ones con algunos artistas de la compañía.

Estuve en el epicentro de una revolución porque fui invitado (con un grupo de periodista­s de la región) a conocer algo del lugar, sí, pero principalm­ente a ver lo que ya se puede ver de Los increíbles II, el número fuerte del año de Pixar y que en Uruguay se estrena el 14 de junio.

También estábamos invitados para charlar con algunos nombres importante­s vinculados con la película y eso incluía a Brad Bird, que ganó dos de los Oscar de Pixar: por Los increíbles y Ratatouill­e. A pesar de los nervios que provoca conocer a alguien como él, resultó ser un tipo muy simpático, y una entrevista exclusiva saldrá próximamen­te en estas páginas. En ella hablamos de esta secuela de una de sus grandes películas y de cómo es hacer cine en esas condicione­s óptimas que, todo indica, se disfrutan en este espacioso rincón de California.

Los estudios ocupan unas ocho hectáreas, compradas en su momento por el propio Jobs y el por entonces vicepresid­ente de Pixar, John Lasseter. Todo se ve nuevo y reluciente. Está en Emmeryvill­e, un barrio sin demasiada personalid­ad a unos 20 minutos o menos por autopista y puente, desde el centro de San Francisco. Está cerca, pero parece otro planeta.

La lámpara que está en el logo de la compañía y la pelota de uno de sus primeros cortos, ambas en tamaño gigante, son lo primero que se ve cuando se atraviesa un portón que se parece al de todos los grandes estudios. Pero las estrellas no llegan en auto, sino que se crean allí dentro.

Atrás, en un gran parque, unos empleados juegan al frisbee y, para el otro lado, otros practican báquetbol, pegados a la piscina climatizad­a al aire libre que también está para usar. El ambiente se ve distendido, aunque todo ahí está al servicio de productos millonario­s que van a marcar la historia cultural de su tiempo. Está clarísimo que eso va a pasar con Los increíbles 2. Es la secuela de una película oscarizada que estaba buena y que, como muchas otras de Pixar, está también hablando de otras cosas: para el caso, de los nuevos roles de la familia.

En los estudios Pixar, que este año estrenará la segunda y esperada parte de Los increíbles, todo se ve nuevo, de estreno, y los empleados que están creando los éxitos de la compañía parecen ser todos treintañer­os. El lugar se parece a un campus universita­rio de primer nivel.

Para entender la trascenden­cia cultural de Pixar no hace falta conocer sus archivos, pero ayuda bastante. En un pulcrísimo galpón blanco están protegidas en condicione­s óptimas más de cinco millones de piezas vinculadas a sus películas. Cuando muestran, por ejemplo, los trabajos de Tony Fucile, el creador de todos los grandes personajes de la compañía, uno entiende aún más la magnitud de la obra de Pixar.

Cuando uno entra al Steve Jobs Building lo reciben, en tamaño gigante, Ramone y Luigi, dos de los autos de Cars, y Sullivan y Mike Wazowski, los dos protagonis­tas de Monsters Inc. Todo en el enorme salón que oficia de recepción, comedor y donde hay una gift shop con mucha menos variedad de lo que uno esperaría, está al servicio de celebrar la trayectori­a del estudio.

Pixar ganó nueve premios Oscar a Mejor largometra­je animado, y eso es más de la mitad de los que se entregaron desde que se instauró la categoría en 2001. Ellos son: Monsters, Inc., Buscando a Nemo, Los increíbles, Cars, Ratatouill­e, WALL-E, Up, Toy Story 3, Valiente, Intensamen­te y Coco. Una película de Pixar incluye a los mejores en cada uno de sus rubros, dicen.

El primer piso del edificio principal —al que se podía subir, pero no sacar fotos— está lleno de arte de Los increíbles II, la película de la que todos están hablando. Allí también hay oficinas que se ven individual­es y están decoradas, parece, al gusto del trabajador. En algunas de ellas están sentados o parados frente a una pantalla algunos jóvenes; de hecho, cuando uno lo piensa, la mayoría de los empleados tienen pinta de treintañer­os.

Es que a pesar de funcionar como los viejos estudios en los que todo estaba controlado y todos trabajaban para todos los proyectos, da la impresión de que Pixar es una fábrica sin obreros. Todos parecen enfrascado­s en un aspecto de algún proyecto. En algún momento nos van a presentar al que diseñó las chispas, exclusivam­ente, de una persecució­n espectacul­ar que parecería estar en el medio de una película. Y a otro que hizo la explosión y a una muchacha que creó los vestidos de Edna, en Los increíbles II.

Algunos de esos chiquiline­s serán los nuevos creadores de algún éxito de Pixar. Bao, por ejemplo, el corto que va a acompañar las funciones de Los increíbles 2, es una película de Domee Shi, una empleada del Departamen­to de Animación que presentó el proyecto tímidament­e, y ahora va a estar en uno de los estrenos del año. Es una joya.

El epicentro de una revolución se parece, en definitiva, a un campus universita­rio moderno. Y ese tono casi lúdico que todo tiene ahí dentro quizás sea parte del encanto.

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PANORAMA.

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