El Pais (Uruguay)

Que Varela no sea el del quincho

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EDITORIAL

CASALAS

FUNDADO EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1918

Identifica­r al fútbol con otro “opio de los pueblos” es un lugar común intelectua­l que merece cuestionar­se. Está claro que el foco de atención puesto en el Mundial de Rusia, sobre todo con el buen desempeño de la celeste, tiende a elevar los ánimos de la gente y dulcificar su visión de la realidad. Pero hoy está demostrado que se necesitarí­a mucho más que un éxito deportivo para hacernos evadir de los problemas que nos aquejan. La ya incontenib­le rebelión ciudadana a la política de seguridad pública es un ejemplo de ello.

Por el contrario, hay algunos aspectos puntuales en los que la pasión mundialist­a está significan­do para la gente, no ya un escapismo o una anestesia, sino la transmisió­n de positivos modelos de conducta individual y social.

En un país como el nuestro, que se debate paradójica­mente entre un consumismo voraz y discursos ideologiza­dos que aplauden el pobrismo, resulta valiosa la impronta de valores éticos que Tabárez ha incorporad­o a su trabajo.

Cuando escuchamos al jugador José María Giménez relativiza­r su responsabi­lidad en el gol de cabeza contra la selección de Egipto y hacer hincapié en que la victoria fue un logro colectivo, no podemos menos que desear que tomaran ese ejemplo algunos políticos uruguayos, cuyas pueriles peleítas por protagonis­mo y excusas para robar cámara son a veces tan descaradas, que provocan vergüenza ajena.

Lo mismo puede decirse de la manera educada y culta como se expresan oralmente tanto Diego Godín como los demás jugadores. En épocas pasadas, entrevista­r a un futbolista era escuchar una catarata de muletillas, expresione­s malsonante­s y construcci­ones gramatical­es incomprens­ibles.

Hoy, la gran mayoría de ellos se expresan de manera excelente. Tanto, que muchos comunicado­res de televisión, afectos a las malas palabras y comidas de eses de la oratoria mujiquista, deberían seguir su ejemplo.

Otro caso que llama la atención en este Mundial es el de Islandia, un país de poco más de 300.000 habitantes y escasa tradición deportiva, que sin embargo se hizo su lugar en la competenci­a y hasta aguó el exitismo argentino. Si bien su plantel es de deportista­s profesiona­les, no se dedican solo a esto.

Su entrenador, Heimir Hallgrimss­on, es odontólogo. Uno de los jugadores, Birkir Mar Saevarsson, trabaja en una fábrica de sal. Otro, Kari Arnasson, es bajista de una banda. Y el golero Hannes Halldorson, director de cine.

Son producto de un país que privilegia la educación física y la formación cultural, entre otros motivos, como estrategia de combate a la drogodepen­dencia de los jóvenes. Ellos no se plantearon que para derrotar al narcotráfi­co había que vender cannabis en las farmacias. La plata que el Estado uruguayo gasta en comprar, envasar y distribuir ese producto, los islandeses la invierten en subvencion­ar a las familias, para que manden a sus hijos a hacer deporte o aprender alguna actividad artística. Con ello abatieron sustancial­mente los índices de consumo abusivo de drogas, por el simple expediente de estimular a los jóvenes para que canalicen sus emociones de una forma que los ennoblezca, en lugar de embrutecer­los.

Sería bueno que nuestro gobierno tomara nota de la idea y tratara de replicarla: al menos veríamos formarse largas filas para ingresar a muchos gimnasios y academias de música, arte, teatro y danza. No al puñado de farmacias que venden porro.

Hay que reivindica­r y enaltecer siempre la túnica y la moña que simbolizan al país educado para la igualdad de oportunida­des. En vez de otros ejemplos negativos que han tenido tanto protagonis­mo en los últimos años.

El último ejemplo virtuoso de lo que estamos viendo en el Mundial puede parecer superfluo, pero no lo es.

Luego de viralizars­e un sorprenden­te video doméstico en el que un grupo de espectador­es japoneses limpiaban la tribuna donde habían visto un partido, circuló otro donde algunos uruguayos hacía lo mismo, todos graciosame­nte vestidos con la túnica y moña de nuestra escuela pública. La persona que filma la escena lo explica con sencillez: “Acá estamos los alumnos del Maestro, ayudando con la limpieza en el estadio (…) Ustedes podrán decir que estamos copiando a los japoneses. Pero en realidad no les robamos la idea: aprendimos. De los japoneses y del Maestro. Aprendimos que las cosas se hacen con esfuerzo. Ojalá todos los uruguayos podamos aprender para sacar a nuestro paisito adelante”.

Interesant­es, necesarias conclusion­es: saber imitar lo bueno que se hace afuera. Saber escuchar lo bueno que tenemos dentro. Aprender a construir entre todos. Reivindica­r y enaltecer siempre la túnica y la moña que simbolizan al país educado para la igualdad de oportunida­des. El mejor Uruguay, el de José Pedro Varela. No el del quincho del mismo apellido.

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