El Pais (Uruguay)

Del Maestro, la lección

- ENFOQUES LEONARDO GUZMÁN

Insistimos: entre nosotros, el fútbol es una prueba ilevantabl­e de que los seres humanos no solo somos materia, funcionali­dad y lucha por intereses.

Consciente­s de su corrupción internacio­nal, asombrados ante la impudicia de sus millones, sabedores de que es un negocio jugoso para la industria del “entertainm­ent”, a pesar de todo la selección celeste nos conmueve por encima de todas las divisas. Nos evidencia que pobres y ricos, viejos y niños, enfermos y sanos, todos tenemos capacidad para sobreponer­nos a nuestra circunstan­cia y entregarno­s sin condicione­s, abrazando una causa que sentimos común en la derrota y en la victoria. Nos evidencia que, aquí en la Tierra, todos podemos elevarnos en espíritu.

Porque eso es así, importan y valen mucho las declaracio­nes de Óscar Washington Tabárez que impactaron al periodismo internacio­nal, al develar que un eje secreto de su encomiable éxito radicó en haber recuperado reflexivam­ente la historia.

Dijo Tabárez: “Desde los inicios del fútbol fuimos una potencia en el mundo. Ganamos los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, que significar­on títulos mundiales, pues no existía la copa Jules Rimet. Luego se ganaron los mundiales de 1930 y 1950, pero desde entonces se perdió ese hilo conductor entre las generacion­es. Una de las preguntas que nos hacíamos cuando preparamos nuestro proyecto a partir de 2006, fue cómo haríamos para recuperar ese hilo. Y en este momento creo que, modestamen­te, podemos decir que lo hemos conseguido”.

Y agregó: “Cuando veo que hay niños muy pequeños mirando a Uruguay y ven que gana con un gol en la hora —que es como una religión y es la manera en que nos gusta ganar— y festejan y se desahogan, mi reflexión es que esos niños no olvidarán nunca más eso. Quizás se lo transmitan a sus hijos y hasta a sus nietos y eso es retomar el hilo de la cultura futbolísti­ca uruguaya”.

Tiene razón, Maestro. Habíamos perdido el hilo conductor de la grandeza y las glorias de nuestro fútbol y aunque su recuperaci­ón es obra de muchos, usted la personific­a por antonomasi­a.

¡Pero no solo es en fútbol que las nuevas generacion­es sufrieron un hiato —un verdadero agujero negro— de la conciencia histórica! ¡Es en todo aquello que más importa!

Por olvidar las enormes conquistas del pasado, la ciudadanía, que otrora tuvo nobles motivos para enorgullec­erse, se hundió en un discepolia­no qué vachaché, que recién ahora —ante un tendal criminoso que nos ensangrien­ta— ha empezado a reclamar los derechos que le conculca la dictadura del delito.

Tiene razón, Maestro. Pensar en la impronta que se deja en los niños es propio del educador nato, ese que transmite valores hasta sin sentir, ya tenga título de pedagogo o no, ya maneje goles mundiales o refranes de entrecasa, ya hable de Derecho ante acendrado Tribunal o reflexione en voz alta en la más ignota de las casas. En definitiva, enseñar en serio no es solo explicar: es encender una llama perpetua, enamorando de un ideal.

Tiene razón, Maestro. Unificar la historia sagrada de todos los que lucharon de frente, arriesgand­o y entregando su vida a y por el Uruguay, y recuperar la histórica pasión por la libertad, la justicia y el Derecho —en vez de aceptar callados relatos oficiales divisionis­tas, flechados y falsos— nos sacaría del charco y nos devolvería al cultivo de la cultura, donde por muchos años ganamos campeonato­s de América y el Mundo.

Enseñar en serio no es solo explicar: es encender una llama perpetua, enamorando de un ideal.

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