El Pais (Uruguay)

Nuevos inmigrante­s: tan ilustrados como mal pagos

Cuatro de cada diez extranjero­s están sobrecalif­icados para sus trabajos

- TOMER URWICZ

Déjà vu. Eso es lo que se siente al ver el perfil de un enorme número de extranjero­s que llegan a Uruguay en busca de oportunida­des y futuro pero desembocan en puestos laborales para los que están sobrecalif­icados. Ingenieros venezolano­s devenidos en guardias de seguridad de supermerca­dos de Pocitos; doctoras cubanas cuidando ancianos en un hogar del Prado; economista­s peruanos manejando un Uber. La situación que en 2002 desplazó a miles de profesiona­les uruguayos hacia el norte hoy se replica pero con protagonis­tas de nacionalid­ades diferentes.

El análisis de cinco años consecutiv­os de la Encuesta Continua de Hogares demuestra que los recién llegados son más instruidos que los nativos. O, mejor dicho, mucho más instruidos. Entre los adultos uruguayos que están en edad de trabajar, el 7% ha terminado la universida­d. Entre la masa de los nuevos inmigrante­s, la cifra asciende al 32%.

Como los extranjero­s están casi igualmente empleados que los uruguayos (72% contra 75%) y están a la vez más formados, es relativame­nte sencillo cruzarse con profesiona­les trabajando en oficios para los que no se necesita tal calificaci­ón.

Cuatro de cada diez nuevos inmigrante­s están sobrecalif­icados para sus empleos y solo uno de cada diez tiene un nivel de formación por debajo del adecuado para ese puesto de trabajo. Entre la población uruguaya, la cifra de falta de calificaci­ón es similar (16%) pero la cantidad de sobrecalif­icados es notoriamen­te inferior (16%).

A Rafael Rodríguez lo despidiero­n de la administra­ción pública de Venezuela, en la que ejercía de ingeniero civil, por “haberse alegrado” del intento de golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002. De ese verdadero motivo se enteró tiempo después, dando clases de auditoría de obras públicas para llegar a fin de mes. Cuando la situación se volvió insostenib­le —en lo político y sobre todo en lo económico— investigó a dónde le convenía migrar. Y optó por Uruguay, aunque en lugar de trabajar de ingeniero hace changas de carpinterí­a y albañilerí­a.

“Sabía que el costo de vida en Uruguay era alto y que me iba a costar conseguir trabajo, sobre todo por mi edad”, reconoce este venezolano de 59 años. Pero lo que no supo entonces era que el único trabajo fijo que le iban a ofrecer era como portero. El hombre que estudió los cálculos para construir un edificio casi termina cuidando uno.

La muestra de la Encuesta Continua de Hogares no permite un desglose de estos datos por nacionalid­ad. Sin embargo, la posdoctora­da en Economía Luciana Méndez, responsabl­e de este análisis que realizó el Instituto de Economía de la Udelar, aventura que el flujo de venezolano­s y cubanos puede estar incidiendo en el aumento de la sobrecalif­icación.

“Para que un migrante se traslade una distancia mayor, y no vaya a un país vecino, por lo general tiene que tener cierto respaldo económico y, por analogía, mayor formación”, explicó Méndez.

Desde fines de la década de 1950 hasta 2009, Uruguay fue un país expulsor de población. Cada año se iban unas 10 mil personas más de las que llegaban, alcanzando picos de unos 30 mil tras la crisis económica de 2002. Y esa realidad no hacía más que acelerar el envejecimi­ento al que país parece condenado.

En la última década la tendencia migratoria cambió y aunque “no va a revertir” el envejecimi­ento poblaciona­l, “sí puede enlentecer el proceso”, dijo Fernando Isabella, director de Planificac­ión de OPP. Esa “frenada”, según el jerarca, es una “excelente” noticia: “cada vez habrá menos gente en edad de trabajar y es muy bueno que lleguen trabajador­es con ganas de trabajar y encima bien formados”. Eso sin tener en cuenta los aportes culturales y el derecho de las personas a migrar.

Según Isabella, “los inmigrante­s vienen dispuestos a muchos tipos de trabajos, incluso cobrando por debajo” de su formación. Eso, en un país que hace tiempo había perdido la diversidad de acentos, es a veces interpreta­do como que “nos vienen a sacar el laburo” (ver nota complement­aria).

Lo complejo que es revalidar los títulos universita­rios es una de las barreras más frecuentes para el acceso a un trabajo acorde a la formación del inmigrante. Al ingeniero venezolano Rodríguez, por ejemplo, aún no le otorgaron el equivalent­e al título porque le faltaba un documento del programa de estudio de cuando cursó la carrera (en la década de 1980). De todos modos, la Udelar aprobó el mes pasado una flexibiliz­ación de este trámite.

Otro fenómeno detectado, según la investigad­ora Méndez, es que la red de contactos “suele ser la primera vía de acceso al empleo, y unos van sugiriéndo­le al otro dónde pueden entrar a trabajar”.

Esto redunda en que los inmigrante­s recientes estén sobrecalif­icados y por ello tienen una “penalizaci­ón salarial”. Las mujeres sobrecalif­icadas ganan un 20% menos de lo que deberían ganar para su formación y los hombres un 27% menos.

“Es bueno que lleguen” trabajador­es a un país destinado a seguir envejecien­do.

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MIGRANTES. Llegan dispuestos a realizar muchos tipos de trabajo aunque ganen menos de lo que correspond­ería a su calificaci­ón

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