El Pais (Uruguay)

Política y tolerancia

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ANÍBAL DURÁN

Me parece buena cosa filosofar sobre este tema, vinculado con la evaluación de la actuación de los hombres que han incursiona­do en el escenario político y toman decisiones en nombre de la ciudadanía.

Sucede que muchas veces el prisma a través del cual se realiza esta clase de valoracion­es es apasionado y por tanto, tiende a deformarse. Una mente obnubilada condiciona desde el primer momento la estimación del argumento y proyecta sobre él la presencia de un espíritu injusto y carente de sentido común. Como la opinión viene del adversario (a veces tildado de enemigo), ya es inconducen­te. Muchas veces falta la tolerancia para suavizar el estudio que se realiza; no aparece la buena voluntad que ella supone, para vestir de sensatez y lógica el comentario.

Lo hemos escrito otras veces: ninguna disciplina para la actividad humana está revestida de tanta pasión como la política. Tanto para la exaltación como para el vilipendio, tanto para encumbrar como para denostar, este escenario apasionado transporta el sujeto o la anécdota a un terreno efervescen­te y emocional, prejuiciad­o y fanático.

El político actúa frente a las masas, despierta sus pasiones, se dirige a sus inquietude­s, articula y agita sus temas de comprensió­n. Las masas lo siguen o lo enfrentan, lo acompañan o lo abandonan, pero siempre es con ellas su diálogo.

Y en esta línea de pensamient­o, ¿dónde existe la incompatib­ilidad entre lo que plantea Alianza Nacional de reformar la Constituci­ón (al margen de que puedan haber modificaci­ones vía ley), con el hecho de en el ínterin ir planteando acciones para paliar tanta delincuenc­ia desenfrena­da? Saquemos la Republican­a ahora como pide la senadora Alonso, pero no desestimem­os el plebiscito.

No debemos renunciar a nuestros adversario­s, son defensas sociales contra nuestra inercia, son acicates para excitar nuestro pensamient­o. Pero aún con más énfasis, no debemos renunciar a nuestros compañeros de partido. No juzguemos con tanta vehemencia. Nos creemos los dueños de la verdad y todo termina en inquina, diatribas y haciéndole­s el “caldo gordo” a los adversario­s del partido. No ideologice­mos todo; hagamos sin mirar quién fue el mentor de una buena idea.

Nadie tiene el monopolio de la verdad y este axioma debe bastar para apoyar sobre él un estado de espíritu humilde a fin de no lapidar actitudes ajenas por el hecho de discrepar con las nuestras.

Por eso la tolerancia que escasea a raudales, debe tornarse imprescind­ible. Y como hemos dicho, tolerar no es transigir; el que transige se pliega a ideas que no compartía. La tolerancia es una manera de convivir independie­nte de las ideas que se agiten en el escenario de la convivenci­a.

La tolerancia mantiene frente al campo opuesto toda la vieja firmeza de una postura distinta; observa la posición ajena desde su lugar, sin compromete­rse con ella y usa tácticas cordiales ya sea para no entorpecer el ejercicio de las actitudes que no comparte, ya sea para ganar adeptos en campo contrario.

Decía Napoleón que un líder es un traficante de esperanzas. Historiado­res notorios creían que nadie podía ser un buen líder si primero no había aprendido a obedecer.

De acuerdo a algunas opiniones la principal razón por la que la historia está plagada de demagogos es la pereza y debilidad de las masas en pensar y controvert­ir ideas. La masa parece disfrutar de un líder firme, un guía.

¿Tenemos un líder en el país que nos ponga de cara a un siglo 21, insertándo­nos en un mundo que exige calidad, productivi­dad, competitiv­idad, debida inserción internacio­nal, respeto por la opinión ajena, no exento de personalid­ad, temple para actuar y apuntalar a nuestro país? ¿Nos hacemos las preguntas pertinente­s para elegirlo, como nos dice la intelectua­l y periodista Pilar Rahola?

Es perentorio ser mucho más exigentes con nuestros líderes políticos, porque así fuimos de permisivos con José Mujica y hoy pagamos las consecuenc­ias de tanto desatino, de tanta promesa incumplida, de tanto despilfarr­o inconducen­te, de tanta corruptela alguna expuesta y otra escondida en la telaraña de los votos oficialist­as. ¿Nos preguntamo­s por qué se eligió a Mujica?

Se toma como verdad de Perogrullo que la esperanza es esencial para la vida. ¿Cómo sería no tener esperanza, creer que las cosas solo pueden empeorar, esperar el fracaso y anticipar la derrota? Abrigo la esperanza de que vivamos en un país donde el estado de derecho y su sustento, la Constituci­ón de la República, guíen el pensamient­o y la acción de nuestros gobernante­s, sin fisuras. Ojalá el próximo Presidente no padezca el síndrome de hubris tan de moda entre tantos mandatario­s que se creen omnipotent­es. Posan de infalibles, vociferan que son la verdad revelada y se olvidan que están cumpliendo un mandato a término, circunstan­cial, efímero y con la obligación de rendir cuentas.

Las masas siguen al político o lo enfrentan, lo acompañan o lo abandonan, pero siempre es con ellas su diálogo.

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