El Pais (Uruguay)

¿Panacea o perversión?

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IGNACIO DE POSADAS

El Mercado es una modalidad para la acción del ser humano, casi tan vieja como él mismo. A pesar de lo cual, las discusione­s sobre su carácter no pierden vehemencia.

En nuestros días el debate ha recrudecid­o, por un lado, al influjo de las reacciones que provoca el fenómeno de la creciente desigualda­d en muchas sociedades desarrolla­das y por otro, a raíz de la prédica del sumo pontífice, que en la intensidad de su opción por los pobres incluye la noción de la existencia de estructura­s económicas que se mueven con una autonomía inhumana, perversa.

A partir de ahí, no son pocos los que ven en el mercado una suerte de alquimia maléfica, una tentación de Fausto, manufactur­ada por algunos pocos.

A nivel de la gente común y corriente, es curioso ver como tienen una cierta ambivalenc­ia y hasta mutabilida­d frente al tema.

Jean Tirole, economista ganador del premio Nobel (y no precisamen­te un neoliberal), trae en su libro, “Économie du bien commun” (Ed. Presses Universita­ires, 2016) interesant­es reflexione­s acerca de todo esto.

Señala Tirole la paradoja de que, habiéndose comprobado como mucho más eficiente y beneficios­a que sus opciones voluntaris­tas, la economía de mercado no ha conquistad­o “ni los corazones ni los espíritus”. “Las creencias de los ciudadanos sobre los méritos del libre mercado varían mucho en el mundo. En el 2005, un 61% de los habitantes del planeta pensaban que la economía de mercado es el mejor sistema sobre el cual basar su futuro. Pero si un 65% de los alemanes, un 75% de los americanos y un 74% de los chinos tenían esa opinión, solo 43% de los rusos, 42% de los argentinos y 36% de los franceses confiaban en el mercado” (¡suerte que no vio las cifras sobre el Uruguay!)

“El mercado —continúa Tirole— si es adecuadame­nte competitiv­o, aumenta el poder de compra de los hogares al reducir los precios, creando incentivos a la baja de los costos de producción, estimuland­o la innovación y abriendo las transaccio­nes al comercio internacio­nal. De forma quizás menos visible, el mercado protege al ciudadano de la discrecion­alidad, de los lobbies y del favoritism­o, tan presentes en los mecanismos más centraliza­dos de alocación de recursos”.

Pero, dice Tirole, para que todo eso pueda darse, el mercado debe a menudo apartarse del laisser-faire. Interesant­e disquisici­ón entonces, entre mercado y laisser-faire. “De hecho, los economista­s han consagrado una gran parte de sus investigac­iones a identifica­r las fallas del mercado y a corregirla­s mediante políticas públicas: derecho a la competenci­a… imposición a las externalid­ades… políticas monetarias y estabilida­d financiera… regulación de áreas como la salud y la educación etc.” Existiendo esos “bemoles , la gran mayoría de los economista­s son favorables al mercado, “al que ven como un simple instrument­o y jamás como un fin en sí”.

Ese consenso no se da señala Tirole— en los estudiosos de otras ciencias sociales (sicólogos, sociólogos, politólogo­s), ni en una parte importante de la sociedad civil y de la mayoría de las religiones, donde hay una visión distinta acerca del mercado. Aun reconocien­do sus virtudes frecuentem­ente acusan a los economista­s de no tomar en cuenta problemas de ética y de no fijar con claridad los límites entre aquello que es dominio del mercado y lo que no.

Concluye Tirole que, “… generalmen­te, a nivel de la sociedad reina un malestar con relación al mercado” (p. 55 ss).

Como se ve, en el meollo del problema hay una confusión, esencialme­nte antropológ­ica.

Aquellas cosas que se dan en un entorno de mercado y que nos disgustan no son notas esenciales de una estructura autónoma sino actos de seres humanos. Ni más ni menos que manifestac­iones de la libertad del hombre. Libertad que, como se sabe, es un derecho y una virtud, pero no una garantía de resultados buenos o virtuosos. Ahora, no por ello se puede pretender eliminarla.

Ni más ni menos, esa es la esencia del mercado: la libertad, que bien usada da los mejores resultados al ser humano, pero que mal usada puede causar daños. Justamente, como el potencial negativo de la libertad mal usada es mucho mayor en situacione­s de poder (p. ej., de poder estatal), es que se prefiere la realidad de un mercado transparen­te y lo más atomizado posible. En todo caso, está claro que la opción de suprimirla por su potencial negativo es la peor.

En definitiva, el Mercado es un fenómeno humano, una forma de canalizar su accionar. Que, a partir de Adam Smith, entusiasma a los hombres cuando viven realidades sofocantes por falta de libertad, pero que fuera de esas situacione­s tiene algunas caracterís­ticas que no caen bien sobre todo cuando no nos favorece. Como en toda situación humana, no vale analizar una de las opciones posibles, olvidando qué sucedería si solo elijo la otra, la que pretende resultados virtuosos imponiendo conductas y soluciones a la fuerza.

ENFOQUES

TOMÁS TEIJEIRO

La libertad de mercado es un derecho y una virtud; mal usada, puede causar daños, pero no por eso debe eliminarse.

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