¿QUIÉN CURA
Nadia tiene 25 años pero vivió con una intensidad que impresiona. Dice que ya conoció todo. Ya consumió alcohol, tabaco, marihuana, cocaína, tripa, basoco y pasta base. Ya durmió en la calle, rapiñó gente, se prostituyó por plata y también por droga. Ya vendió para una boca, la robó y salió corriendo. Ya la persiguieron, le pegaron y casi la matan dos veces. Hasta que un día el miedo a morirse pudo más y terminó cambiando a la fuerza: “Me había metido demasiado adentro, había llegado muy lejos”, dice. Hoy hace cinco años que no consume.
Es una persona amable, enseguida ofrece café. Usa el pelo negro recogido en una media cola, que contrasta con el blanco, muy blanco de su piel. Se parece más a Blancanieves que al personaje de las historias que relata, sobre todo por el rompevientos marrón con corazones rosados que lleva puesto. Cuenta que antes vivía sucia, no se bañaba y se tapaba de noche con los pocos cartones que encontraba. Comía de las volquetas y no dormía mucho, pasaba los días sobregirada y muy drogada, hasta que se le acababa la plata y el cuerpo le pedía más. Primero robó carteras para saciar las ganas, después se dio cuenta de que era “menos peligroso” acostarse con hombres a cambio de tizas de pasta base. La boca para la que trabajaba estaba en Colón y en ese barrio se movía, aunque a veces terminaba en la Plaza Independencia sin saber cómo había caminado tanto.
Trató de dejar varias veces. Estuvo internada en el hospital Vilardebó y también pasó por el Portal Amarillo, uno de los centros de rehabilitación que tiene a disposición el Estado. El tratamiento que le ofrecieron no funcionó, dice que le dieron muchas pastillas y cambió una adicción por otra. Si bien estaba controlada por especialistas, el síndrome de abstinencia fue más fuerte y a los pocos días salió a la calle de nuevo. Cuenta que tenía sed, mucha sed de droga, y como quien necesita el agua para vivir, ella necesitaba consumir. Lo que la hizo cambiar fue haber tocado fondo.
Salió corriendo por Propios con su “compañero de calle”, un novio con el que compartía la adicción. Habían robado la boca de la que se proveían. Era de noche y hacía frío, estaban seguros de que los iban a agarrar y trataban de mover las piernas cada vez más rápido. Hasta que vieron una luz y se metieron en la sede central de Beraca, una ONG que forma parte de la iglesia Misión Vida. Un hombre los vio desesperados y enseguida los invitó a pasar, les dio algo para comer y les ofreció abrigo. Le pidieron para quedarse, le dijeron que no les importaba que fuera una organización cristiana y que estaban dispuestos a respetar los límites. “¿Están seguros?”, repetía el pastor. Ambos respondieron que sí y se separaron, ella fue a un hogar de mujeres y él a uno de hombres. Así empezaron a rehabilitarse.
Hay al menos 1.500 personas viviendo en Beraca. Nadia está en una casa ubicada en Puntas de Manga, pero disponen de otras 50 con atención gratuita en todo el país. No todos se acercan por problemas de adicción, ya que la organización recibe gente con cualquier vulnerabilidad: cobijan víctimas de violencia doméstica, niños abandonados, indigentes y personas con trastornos psiquiátricos. El pastor y diputado del Partido Nacional Álvaro Dastugue cuenta que “la inmensa mayoría” de quienes viven allí fueron adictos a la pasta base en algún momento. ¿Cuál es el tratamiento que les ofrecen? “Amor, límites y trabajo”, dice el legislador.
A los hogares Beraca se suma Remar, otra ONG evangélica que ayuda a más de 380 personas con adicciones. Remar tiene 15 centros en distintos puntos del país y también basa la rehabilitación en un modelo religioso. No todos los que entran tienen por qué adherir a la fe cristiana, pero los valores que transmiten en ambos lugares toman la Biblia como punto de partida. Dastugue reconoce que los pastores se pasan hablando de Dios, pero explica que no es obligatorio ir a las ceremonias (similares a una misa) que organizan los fines de semana. “Muchos terminan yendo para salir de los hogares y ver a otra gente. Ahí empiezan a conocer a Cristo y es difícil que lo dejen ir”, agrega.
En conjunto, ambas organizaciones cuentan con unas 2.000 camas de rehabilitación. El Estado, en tanto, tiene 238. El secretario de la Junta Nacional de Drogas, Diego Olivera, considera que el modelo de atención que ofrecen las iglesias evangélicas “aísla a las personas de su entorno de forma permanente”, ya que muchas de ellas se quedan a vivir en esa comunidad y pierden contacto con sus familias. La rehabilitación estatal, en cambio, opta por el aislamiento temporal para que los adictos puedan desintoxicarse y luego reinsertarse en la sociedad. Otros ni siquiera se internan y realizan el tratamiento de forma ambulatoria.
Si bien las autoridades miran con desconfianza los métodos no gubernamentales, los lugares que brinda el Estado no son suficientes y se termina echando mano a los centros cristianos: al menos 64 adictos fueron derivados por la Justicia entre 2009 y 2016 a Beraca para que los atendieran. En las sentencias, a las que tuvo acceso El País, los magistrados consideraron que la organización los ayudaría a “estimular los buenos hábitos”, les daría “una oportunidad de rehabilitación” y evitaría la institucionalización. En una de ellas, el juez expresó: “Se atendió al joven en la policlínica Bella Vista (ubicada en Pando, dependiente de ASSE) por su consumo problemático de sustancias. Al no ser posible acceder en esa policlínica a un dispositivo de rehabilitación, se considera necesaria su internación en la organización Beraca como única forma de darle solución al paciente”.
Olivera argumenta que “siempre hay tensión entre la oferta y la demanda”, lo que explicaría por qué la Justicia le encomienda rehabilitaciones a una ONG en lugar de ordenárselo al Estado. “Muchas veces los jueces realizan derivaciones sin tener un conocimiento específico sobre qué es un tratamiento de drogas. Creo que un juez informado debería optar por una propuesta profesional, no religiosa”, agrega. Y si bien considera que la Red Nacional de Atención y Tratamiento en Drogas (Renadro) “creció mucho en el último tiempo”, evita responder si el Estado podría ofrecerles un plan elaborado por expertos a las 2.000 personas que viven en las organizaciones cristianas.
Beraca y Remar cuentan con 2.000 camas para rehabilitación; el Estado tiene capacidad para 238.
CENTROS AVASALLADOS. El sindicato del Portal Amarillo envió una nota en abril a la Comisión de Legislación del Trabajo de Diputados en la que denunciaron que el centro está “avasallado” a partir de sentencias judiciales. La mayoría de las 20 camas para adultos de las que dispone este centro de referencia en drogas son ocupadas por personas con adicciones que cometieron delitos y fueron consideradas autores inimputables, lo que determina que no quede lugar para el resto de los pacientes. Los trabajadores expresaron que desde septiembre aumentaron las derivaciones y agregaron que los nuevos internos son “muy peligrosos” para estar allí: “No se contempla la seguridad del resto de los usuarios ni de los trabajadores”, escribieron en la carta.
Entonces, ¿qué alternativas tiene un adicto que busca rehabilitarse? Además del Portal Amarillo, el Estado financia otros cuatro centros en Artigas, Canelo-
GGG