El Pais (Uruguay)

El mundo detrás de los muñecos de Romanelli

Bajo el árbol, un espectácul­o de luz negra en el Teatro Solís

- ROSALÍA SOUZA

El mundo de Martín López Romanelli detrás del escenario cumple con el imaginario. Se levanta, apronta el mate y pasa todo el día en su taller, una casona colonial llena de recovecos en la calle Canelones. Se esparcen recortes de madera y retazos de otras piezas que probableme­nte hayan sido personajes, o lo sean en futuros espectácul­os.

Kanek y Di no aparecen. Son los protagonis­tas de Bajo el árbol, el espectácul­o de Kompanía Romanelli que inaugura el sábado en el Teatro Solís (ver recuadro). Están escondidos en un rincón del subsuelo y de lejos, solo se puede vislumbrar que serán fluorescen­tes. Después de todo, son los pigmentos que exige la luz negra, a esta altura una marca registrada por López Romanelli y su equipo.

De afuera parece una casona normal, pero adentro hay juguetes por todos lados. “Por suerte no perdí nunca esa cosa del juego, de imaginar, de ensoñación”, dice López Romanelli a El País. Cuando era niño pasaba en el patio de la escuela rural donde daba clases su padre, y desde ahí empezó a inventar mundos: después creció y lo convirtió en un trabajo en el que lleva 25 años.

No le cuesta admitir que aunque hace años que se dedica a esto y ha estado en más de 15 países, presentar un espectácul­o lo sigue llenando de nervios. Después de todo, él y Fabián Príncipi son los que hacen todo. Si se acerca la fecha de estreno y quedan cosas flojas, los otros titiritero­s los ayudan. Pero hay muchos puntos a los que estar atentos, porque hasta fabrican la pintura de los muñecos, para lo que mezclan pigmentos flúo con una pasta transparen­te.

Este año sumaron un nuevo desafío. “La historia trata sobre un cardumen de peces del aire y muchas cosas flotan, vuelan”, cuenta López Romanelli. Para eso tuvieron que trabajar en generar ciertas máquinas escénicas que permitan trabajar en la altura. “Tuvimos que ver cómo hacer para saltar del árbol a otro punto, cómo hacer que las cosas pasen sobre el público, y eso requiere otro estudio en cuestión de mecánica”, explica. Su estrategia ha sido trabajar desde la intuición, porque, dice, ninguno estudió mecánica “ni nada por el estilo. Cada espectácul­o es como un examen, porque para cada uno desarrolla­mos cosas distintas que nos dan ese miedo de: ‘¿funcionará?’”. Romanelli dice que llegan cansados, estresados, pero que si todo sale bien, la gente los cura de todo.

“Para Bajo el árbol, las animacione­s de Alfonso Laurido (de la productora Carajito Films) han embellecid­o mucho nuestro espectácul­o”, agrega el titiritero, a quien lo que más le gusta es que las animacione­s funcionen como los pensamient­os de los muñecos: “crear un universo dentro de otro universo”. Es un recurso que también les permite jugar más con lo estético para ampliar el abanico de colores restringid­o de la luz negra, algo necesario teniendo en cuenta que su espectácul­o es más de imágenes que de palabras.

Claro que más allá de las sensacione­s visuales y sonoras, a la Kompanía le interesa causar emociones: “Hay escenas que son muy frágiles, de mucha emoción, de lágrima. Pero también hay cosas para que los niños rían. Por otro lado, siempre les transmitim­os cosas a los niños, los enfrentamo­s a su propio mundo”.

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ARTESANOS. En el taller, Martín López Romanelli crea el guión, los muñecos, la mecánica y hasta los colores que usan en los espectácul­os

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