El Pais (Uruguay)

El Solís chico amenazado

- Andrea B. | Montevideo

@De la ciudad al campo, sí, suele ser al revés y bien lo sabemos. Pero a veces algunos nos deslumbram­os por la simpleza de respirar aire fresco y disfrutar ese olor a pasto mojado por el rocío de las mañanas.

Acostumbra­dos al ruido de la ciudad y a ir contra el reloj de actividad en actividad, no nos dábamos cuenta de que vivíamos en un mundo sin pausas. Y fue así, hasta que un día sin buscarlo nos llegó la oportunida­d de darle un giro a nuestras vidas. Descubrimo­s casi por casualidad, lo que sería nuestro cable a tierra. Tan cerca de la capital y tan alejado de todo. A orillas de un arroyo quieto que se tornaba gigante tras las lluvias, que crecía de manera increíble y volvía a su cauce cuando regresaba la calma. Entendimos que la perfección estaba allí, en lo simple de las cosas, todo encajaba claramente en su sitio. Apostamos por el futuro de nuestros hijos, por lo natural, por esos veranos en que las risas de tantos que acampaban en las costas del arroyo nos llegaban a través del viento. Fuimos contra la corriente, escapándon­os del caos, de los horarios de oficina, de los mil y un compromiso­s.

Agua limpia, playa a pocos kilómetros, tierras fértiles, una cañada, ¿qué más se podía pedir? Frutales, la quinta propia, nada parecía opacar esa calma. Pero lo inesperado sucedió. Lejos de haber aprendido de las terribles experienci­as que tuvimos con varios cauces de agua en otros tiempos, se vuelven a cometer los mismos errores. ¿Quién podía imaginar que en el siglo XXI se pudiera pensar que es una buena idea instalar un basurero municipal cerca de un arroyo? Ningún lugar parece “adecuado” y es claro que necesitamo­s uno, pero, ¿próximo a un arroyo? Tal es la situación

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