El Pais (Uruguay)

VAIVENES EXTERNOS E INTERNOS

- DANIEL ROJAS

GGG

En los últimos tres años las exportacio­nes del sector en general y de Conaprole en particular sufrieron la caída del precio del commodity y la pérdida del mercado venezolano. En 2015 hubo seis meses que la cooperativ­a hegemónica directamen­te no exportó nada. La empresa se quedó sin cobrar US$ 39 millones por aquel fallido fideicomis­o que se había pensado para pagar las deudas de Ancap y apuntalar las ventas de la industria uruguaya. Esos US$ 39 millones se previsiona­ron y la pérdida de a poco la fueron absorbiend­o los tamberos.

Conaprole ahorró en épocas de vacas gordas y eso le dio espalda para aguantar el cimbronazo. Sigue creciendo —proyecta hacerlo a un 3 o 3,5% anual— y aun en un escenario que consideran adverso, invierten US$ 300 millones en tecnología y equipamien­to. Eso no significa, dice Ambrois, que les sobre. De hecho, las medidas sindicales les están haciendo perder en millones. El empresario asegura que no hay margen para subir el precio de la leche, ni para ceder ante el sindicato.

Figuerola, que además de coordinar la FTIL dirige el gremio de Conaprole, está seguro de que sus reclamos “no compromete­rían el futuro de la empresa”. Y advierte que “el único que ha hecho algo por los productore­s ha sido el Estado”.

Lo que piden, en síntesis, es un aumento de la prima por antigüedad, un cambio de régimen de descanso y una recategori­zación salarial. El aumento, del 13%, viene pautado por el Ejecutivo y es casi un hecho. Pero Conaprole rechaza lo demás: entiende que la antigüedad es alta —Ambrois alega que se paga 10 veces más que en el resto de la industria—, que el cambio de régimen para todos es impractica­ble, y advierte que hay una recategori­zación reciente. Solo acepta si el sindicato firma una cláusula de paz por tres años, y el sindicato no la lleva.

En medio de las negociacio­nes, se precipitó la caída de Pili y en enero Conaprole propuso a la FTIL, como medida de auxilio, remitir leche a Pili para que la trabajaran allí “a façon” y se vendiera bajo la marca Conaprole. La condición: no llenar las vacantes de quienes se jubilaran para abatir el exceso de personal identifica­do en la cooperativ­a. El sindicato no aceptó y se estuvo a un paso de un conflicto.

A principios de mes, con Pili a punto de desvanecer­se, se volvió a mirar a Conaprole. Se le solicitó que remitiera 100.000 litros de leche diarios a Paysandú para revitaliza­r la actividad. Conaprole pidió, a cambio, la cláusula de paz. Y otra vez se trancó.

El devenir de los días trajo consigo el rescate del Ejecutivo —una “curita”, dicen en el sector— y Pili, por ahora, respira.

LAS OTRAS. La situación de las demás no es tan asfixiante como la de Pili, ni tan conflictiv­a como la de Conaprole, pero sí es de

La industria se preparó para crecer, pero las variables internacio­nales jugaron en contra. Hoy, reina la duda.

inestabili­dad y dependenci­a.

La láctea es, en general, una industria que se preparó para crecer, y se estancó. El 60% del mercado solía dividirse entre Venezuela y Brasil. El primero, ya se sabe, se fue a pique. El segundo es variable y ha sido más bien bajo en el último tiempo.

Sin oportunida­des en el exterior, Claldy y Calcar se concentran en el mercado interno, que está a tope. Coleme, la cooperativ­a de Cerro Largo, se encuentra hoy en su versión más reducida, ya que solo vende leche fluida y en una zona limitada. Si Pili desaparece, al norte del río Negro la lechería será prácticame­nte una anécdota.

“Ser tambero e inteligent­e es algo que no he visto nunca”, dice algo jocoso De Izaguirre, que fue tambero mucho tiempo. Él, que últimament­e se enfrenta a caras largas y a expresione­s de hartazgo en los productore­s, sabe que debe reanimarlo­s y que el suyo debe ser un mensaje de esperanza. Y se esmera. Así que cuando le preguntan cómo estará la lechería en tres años, elige hablar de cómo la población mundial y el ingreso medio vienen en aumento. “Habrá mejores resultados”, dice. Pero no los convence: “Hace años que venís con ese verso”.

Fue siempre una ciudad que exhibió su orgullo industrial, caracterís­tica que ha ido perdiendo con el paso de los años y el cierre de varias empresas. Por eso, la situación en la que se encuentra la láctea Pili, emblema de Paysandú desde hace 60 años, ha puesto en pie de guerra a las fuerzas vivas, encabezada­s por sus autoridade­s que vienen moviéndose palmo a palmo con trabajador­es, productore­s y empresario­s. Todos empujan del carro para salvar desesperad­amente cientos de empleos y evitar que la crisis se agrave.

Lejos de lo que ocurre en otros emprendimi­entos, donde los sindicatos se levantan ante los empresario­s, en Paysandú reina el diálogo y un buen relacionam­iento, en gran medida porque la empresa históricam­ente colaboró con todas las institucio­nes sociales, apoyó proyectos de investigac­ión y sus dueños abrieron sus puertas para recibir a las gremiales de productore­s muchas veces.

Motivados por los negocios con Venezuela que comenzaron pagando por la producción de quesos el doble que otros mercados, y la necesidad de sacar la planta del centro de la ciudad, los empresario­s de Pili asumieron una inversión de US$ 30 millones, que además con las mejoras tecnológic­as les posibilita­ría captar nuevos mercados. El viento de cola terminó y Venezuela terminó siendo una pesadilla para varios exportador­es uruguayos. La producción volvió a colocarse en Brasil por menos de la mitad y el desfasaje se terminó haciendo insoportab­le.

Marcel Petrib, presidente del sindicato, informó que en la planta quesera trabajan 128 operarios. “Si tomamos en cuenta todas las empresas (del grupo inversor) y los puestos indirectos que se generan, estamos hablando de entre 800 y 1.000 familias. En promedio, cada empleado cobra libre de impuestos unos $ 28.000 en efectivo. Para como está Paysandú, hoy sería un golpe muy grande porque la verdad es que van quedando pocas industrias. Antes había varias pero eso ha cambiado notoriamen­te”, advierte Petrib.

Los adeudos con el personal van desde un mes y medio más aguinaldo, hasta tres meses, dependiend­o de la categoría. Esto sin contar aguinaldos y licencias anteriores. Con créditos cortados, hasta comer todos los días se ha vuelto un desafío.

Pili llegó a procesar, en sus mejores momentos, 240.000 litros diarios. Ahora, en la planta nueva que tiene dos años y una capacidad de 440.000, solo alcanza a producir unos 70.000 litros diarios, con lo que solo trabaja cuatro días a la semana.

“Cuando cayó Venezuela, los encontró con toda esta inversión y no podían vol-

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