CÁMARAS EN EL 80% DE FLORIDA
GGG tre ellos el senador frenteamplista Charles Carrera —ex director general de Secretaría del Ministerio del Interior— que opinó que esta es una mala idea que ya demostró convertirse en “verdaderos focos de corrupción”.
Además, acusó a Enciso de lucir un “exacerbado entusiasmo” a pesar de que su propuesta “no sería novedosa”, ya que lo que estaría proponiendo es la contratación de policías eventuales como ya vienen realizando otras intendencias e instituciones. Es decir, aunque los sueldos los pague la comuna, los policías que conformarán esta guardia seguirán bajo la orden del Ministerio del Interior y trabajarán para este municipio como ya lo hacen para el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay o el Banco República.
Según él, este no sería el inicio de nada.
ROBAR EN PUNTAS DE PIE. La entrada de José Pedro Delgado al despacho de Enciso parece coreografiada. El pie fue la pregunta de bajo qué mando actuará la guardia; el intendente, por interlocutor, ordena: “Que venga el inspector Delgado”.
Delgado, que tiene 35 años de experiencia, que fue jefe de Policía en Montevideo de 2001 a 2004, es el jefe de la brigada designado. Entra, se acomoda el cuello de la camisa y dice: “Esta es una respuesta de emergencia ante hechos vandálicos y delictivos que puede generar un efecto disuasivo que hoy no existe, porque hay muy poco patrullaje en la noche”.
Más tarde, cuando se le pregunte sobre las críticas que está recibiendo la iniciativa, agregará: “Dicen que queremos tener nuestra propia policía, pero yo comandé a 8.000 hombres, ¿usted cree que con apenas seis voy a ser Gardel?”
El centro de monitoreo de la brigada está ubicado en el primer piso de un antiguo banco, que próximamente tendrá en la planta baja un museo histórico. Sus 14 funcionarios firmaron un contrato de confidencialidad que les prohíbe contar cia y que son monitoreadas 24 horas por día por 14 funcionarios. La comuna también prepara una brigada de seis policías y cuatro vigilantes que patrullarán en la noche.
cómo es su trabajo ni difundir las imágenes que observan. “Esto es para evitarles hostigamientos y persecuciones”, dice Rodrigo Barrios, su supervisor.
Pero, ¿cómo se guarda un secreto en una ciudad como Florida? ¿Cómo se hace si hay cámaras de por medio en un sitio donde las cámaras siempre son una novedad?
—Son una novedad, pero no molestan. Al contrario: la gente las pide —dice, esta vez, una de las funcionarias que explica que en su trabajo no identifica a sus vecinos, sino que se detiene en alguna actividad no permitida.
Hasta ahora captaron a jóvenes haciendo grafitis, animales sueltos y a gente arrojando basura donde no se debe. Esperan también poder identificar infracciones de tránsito y saben que eventualmente podrán ser testigos de algún delito más grave. Si esto ocurre, darán parte a la Jefatura.
En el centro de Florida, los vecinos dicen que las cámaras siempre son bienvenidas a pesar de que sean tantas que la mayoría de las veces no saben cuál está siendo monitoreada por quién. En la plaza, en la calle, en los comercios, la sensación es la misma: hay que verse del todo para combatir la inseguridad. Pero, ¿es la inseguridad un problema en Florida? Delgado lo ve así:
—Lo que pasa es que cuando Montevideo aprieta el bandido raja para el interior. Acá los robos grandes vienen de afuera y los chicos de adentro.
Aunque las cifras del Ministerio del Interior dicen que en lo que va del año Florida es el tercer departamento con menos denuncias de hurto (747) y de rapiñas (11) y que ocurrieron cuatro asesinatos, aunque la fiscal Alicia Ghione opine que “no es un departamento que se destaque por los problemas graves de seguridad”, aunque el intendente afirme que no están “ni como Montevideo, ni Canelones, ni Salto, ni Lavalleja”, entre los floridenses se vive en alerta y esperando lo peor.
Delgado cree que esta postura tiene que ver con que están sucediendo algunos delitos por primer vez. Por primera vez hubo arrebatos en moto, por primera vez se asaltó el peaje de la ruta 5, por primera vez hubo una rapiña violenta en Cerro Chato y dos días después, en la misma localidad, por primera vez ocurrió una persecución a traficantes.
En la plaza, dos señoras juran que la intranquilidad llegó al punto de que en Florida no se duerme tranquilo. La nueva moda, dicen, es que entren a robar en las casas cuando la gente duerme. Por ahora, siguen, estos ladrones son silenciosos y pacíficos: roban en puntas de pie.
CULPAS CRUZADAS. Luis Clavijo fue poli- cía durante 31 años. Ahora es el presidente local del Sindicato Único de Policías del Uruguay que patrocina a más del 50% de los oficiales floridenses. Dice que a pesar de su experiencia, a las 19 horas pasa la llave en la puerta de su casa.
—No me avergüenza decírtelo. El problema es que se ha hecho una sangría en el interior y no reponen las vacantes: son un tercio de los que éramos. Florida siempre fue la tacita de plata de la seguridad y estamos hechos un colador.
La repartija de culpas empieza entre la Policía. Según Clavijo, el problema se originó cuando se empezaron a designar jefes foráneos. “Acá se robaba una caja de fósforos y todos nos preocupábamos. Pero trajeron gente de afuera y cuando un oficial daba cuenta de que habían robado cinco vacas no le daban importancia. Nosotros tenemos una mentalidad distinta, porque nos duele una caja de fósforos. Esto nos empezó a contaminar: el no darle importancia a las cosas chiquitas”.
Clavijo es también una personalidad televisiva: los miércoles y los jueves conduce dos programas en dos canales distintos. En ambos habla de seguridad: “Le pegamos a lo que venga”, dice. Cada vez que sale al aire, un oficial le envía el mismo mensaje de texto a la producción: “Pregunto para cuándo el salario vacacional, porque la gente no sabe pero nosotros no lo cobramos”.
Este oficial también piensa que a Florida le está afectando “el mal de Montevideo”. Se refiere a que están imponiendo sistemas que, a su modo de ver, están convirtiendo al policía en un funcionario de ocho horas. Por ejemplo, marcar la tarjeta en el reloj los desmotivó a realizar horas extras. Como las extras no las cobran, lo habitual cuando no se marcaba tarjeta era que el jefe se las retribuyera con días libres. Eso ya no pasa. “Ahora si hay que hacer un procedimiento yo miro el reloj”, cuenta.
Otros oficiales argumentan que tanta cámara es inútil porque no son nítidas y como prueba no están funcionando. Dicen que extrañan la relación que tenían
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Intendencia para crear su propia brigada. El Ministerio del Interior ya instaló un sistema de videovigilancia compuesto de 31 cámaras, que tuvo un costo de US$ 90 mil.
con el juez, porque les permitía investigar con mayor libertad, guiados por el conocimiento del pueblo y sin la necesidad de tener pruebas para solicitar un allanamiento. “Le están sacando al policía el amor propio que sentía porque conocía a todos y había confianza en él”.
En Florida también hay policías, vecinos y autoridades, como el director Delgado, que le echan la culpa de la inseguridad al nuevo Código de Proceso Penal. Sin embargo, cuando se les piden ejemplos concretos ninguno puede exponer un caso puntual.
—Creo que se sienten más inseguros por lo que escuchan que por lo que ven —opina la fiscal Ghione.
Según ella, en la fiscalía la existencia de las cámaras se celebra. “Hemos aclarado muchísimos hechos gracias a esta prueba. Identificamos coches, motos, personas. La Policía ha captado delitos cuando están ocurriendo y pudo detener en flagrancia. Así resolvemos la mayoría de los casos”. ¿La falta de nitidez? “Eso no es verdad”, dice. En Florida, donde todo se filma, las imágenes son una prueba de fuego que están sustituyendo la incómoda declaración del testigo.
En medio de tanto relato de inseguridad y pérdida de confianza, el comportamiento de los vecinos parece decir lo contrario. En la Avenida Independencia un joven deja una bicicleta apoyada en el cordón de la vereda y desaparece. Al rato vuelve a buscarla y allí está. A la hora del almuerzo, la empleada de una mueblería cierra el local y deja la mercadería afuera. Nadie la toca. En la tarde comienza un acto escolar. Los niños están sentados en medio de la calle, de frente a las cámaras de televisión y de las espías, a las que de vez en cuando alguno saluda, dando por hecho que del otro lado hay alguien que está mirando.