El Pais (Uruguay)

32 días a pie para llegar a Uruguay

Cruz Roja y Naciones Unidas le pidieron a Cancillerí­a que arme un plan de contingenc­ia

- TOMER URWICZ

Un mes es lo que demora la Luna en dar la vuelta completa a la Tierra, es lo que tarda el ciclo de ovulación y un Mundial de fútbol. Un mes —o 32 días para ser exactos— es lo que le llevó a Pedro llegar a Uruguay. Un poquito caminando y otro poquitito a pie.

Salió de Venezuela con una remera, una gorra algo agujereada, un bolsito negro de tela en el que guardaba una toalla y un cepillo de dientes, y llevaba un pantalón cargo, de esos con cierre que se transforma­n en bermuda. Huyó con unos championes —o zapatos de goma, como le dicen en su pueblo— que aún conservaba­n la suela. Pero sobre todo escapó con miedo. La suya no es una historia de chavistas o antichavis­tas; es el relato de un joven de 27 años desesperad­o por comer, por vivir.

Desde que comenzó la crisis en Venezuela, en 2015, se han ido 2,3 millones de personas. Representa­n al 7% de la población de ese país o, llevado a una escala uruguaya, como si se vaciaran los departamen­tos de Artigas, Rivera y Tacuarembó.

Pero si los primeros que escaparon eran aquellos que tenían ahorros, una profesión o familiares en el exterior; ahora salen quienes, como Pedro, cuentan los días sin comer.

En Roraima, Brasil, pasó a ser un número y le ofrecieron sexo a cambio de pan.

“¿Fueron tres o cuatro? Tres. Sí, tres fueron los días en lo que no comí ni una migaja de pan”, recuerda este joven venezolano que, como un chiste de mal gusto, estudió cocina y hotelería. Pero para llegar a esos días de hambruna aún falta un trecho.

LA SALIDA. Pedro se despidió de su madre poco antes del Mundial de Rusia. Los bolívares que tenía apenas le dieron para comprarse los pasajes de ómnibus hasta Puerto Ordaz, en el límite con Brasil, y luego hasta Roraima, el campamento de refugiados al otro lado de la frontera.

Brasil les otorga a los extranjero­s de países fronterizo­s, sin costo, la residencia temporaria. Eso les permite a los venezolano­s circular con documentos y no ser deportados. Por eso, Pedro pensó que la llegada al campamento de Roraima era su salvación. Se equivocaba.

Pasó allí unos diez días. No podía salir porque, en las afueras, había manifestac­iones de los seguidores de Jair Bolsonaro, el diputado más votado de Río de Janeiro y que pidió el cierre de fronteras para los venezolano­s.

En el campamento Pedro recibía, cada mañana, una bandeja con comida que le debía durar hasta el día siguiente. Vio cómo algunos compatriot­as suyos se peleaban por una manzana, lloró con la muerte de un niño a causa del sarampión y quedó en “shock” cuando le ofrecieron sexo a cambio de dos trozos de pan.

En Roraima Pedro dejó de ser Pedro. Le pusieron un número, el mismo con el que lo llamaron al décimo día para que fuera a obtener su documento y, por fin, empezar la travesía hacia Uruguay.

Unos cubanos que llevaban tiempo estudiando los caminos, hicieron las veces de guía. La consigna era caminar lo máximo posible, lo más rápido posible y hablar lo mínimo posible.

Al costado de la ruta, cuentan algunos voluntario­s que ayudan a los migrantes en sus “aventuras”, se ven filas de hombres, mujeres y niños que caminan en silencio; uno detrás del otro.

“No te da la fuerza ni para cantar, a lo sumo cuando ya no sientes las piernas, te echas sobre la ruta a descansar”, contó Pedro.

Fue en esas caminatas, yendo en dirección a Brasilia, que pasó tres días sin comer.

EL DESTINO. La consigna, para la mayoría de los venezolano­s que ahora está saliendo de su país, es huir; al menos hasta que cese la crisis o se vaya Nicolás Maduro. Una vez afuera van viendo hacia dónde ir.

Solo a Colombia han llegado 871 mil venezolano­s (cifras de la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s, OIM), pero estiman que en realidad son más de un millón. Entre ese país y Ecuador vienen pasando, a su vez, 4.000 personas por día. Y desde allí siguen “bajando” hacia Perú, Chile y Argentina.

Pero esta semana los gobiernos de Ecuador y Perú comenzaron a exigirles a los venezolano­s pasaporte. ¿El problema? En teoría los sudamerica­nos tienen el derecho a circular por los países de la región solo con la cédula de identidad. En la práctica, cada vez es más difícil obtener el pasaporte en Venezuela y mucho más para quienes están huyendo de la miseria.

Pedro no tenía claro a dónde iría, pero había optado por una ruta alternativ­a a la mayoría: escapó por Brasil. Tras los largos días de caminata, en silencio, llegó a Porto Alegre. Desde allí pensaba seguir a Chile, pero otros venezolano­s lo convencier­on de que su futuro estaba en Uruguay. ¿Por qué? “Es un país más abierto a los inmigrante­s, con posibilida­des laborales”, explicó Karla Mateluna, de la ONG Idas y Vueltas en el Chuy, ciudad rochense en la que hoy vive Pedro.

La OIM, la agencia de Naciones Unidas especializ­ada en la temática, lanzó un plan de acción regional para hacer frente a las necesidade­s de los venezolano­s. El programa requiere un financiami­ento de US$ 32 millones para dos años, de los cuales solo US$ 150 mil van a Uruguay.

Es que “en Uruguay el plan está centrado más en lo laboral, en conocer las oportunida­des de mercado y no tanto en la asistencia humanitari­a”, explicó Alba Goycoechea, directora de la oficina local de la OIM. Pero “ahora estamos en alerta porque puede que las situacione­s de vulnerabil­idad vengan en incremento”, dijo.

Tanto Naciones Unidas como la Cruz Roja le han pedido a la Cancillerí­a uruguaya que empiece a evaluar su capacidad de respuesta y situación. Puede que dentro de poco tiempo se necesiten medidas sanitarias, el establecim­iento de refugios y la entrega de kits de emergencia.

A Pedro el municipio del Chuy le consiguió ropa y todos los días le da de comer. Hace changas cortando el pasto y pintando. Lleva así un mes; el mismo tiempo que tardó caminando para llegar a Uruguay.

¿Qué puedo hacer? Por donaciones o más informació­n, comunicars­e con Idas y Vueltas en el Chuy: 096 228 895

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SIN RUMBO. El 7% de la población de Venezuela salió del país; ahora huyen a pie sin un destino seguro.

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