El Pais (Uruguay)

Anticipar el futuro

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ENFOQUES

JUAN MARTÍN POSADAS

Hferrocarr­il si la empresa finlandesa finalmente resuelve no construir nada en nuestro país. Hasta el momento no hay ningún instrument­o jurídico que la ate y sin embargo Uruguay planea una inversión que si UPM no utiliza será dinero perdido. Y mucho. La magnitud del megaferroc­arril solo puede explicarse con la presencia de UPM, de lo contrario es plata quemada, porque la tradiciona­l producción agropecuar­ia de la zona no tiene un caudal tan grande para movilizar y justificar la inversión

Si Uruguay construye el Ferrocarri­l Central, pero el 15 de febrero de 2020 UPM comunica que no piensa instalarse en el país, esos 800 millones de dólares gastados en vías se habrán convertido en un nuevo agujero negro, que al igual que los 800 millones de dólares de Ancap serán motivo de más impuestos y más aumentos de tarifas, que terminarán pagando los uruguayos que permanezca­n estoicos en este territorio, mirando sin saber para qué sirven unas plantas de cemento, de bioetanol, de desulfuriz­ación y un ferrocarri­l vacío y rezando para que Aratirí no tenga ninguna razón en su reclamo de US$ 3.536 millones. Otros muchos uruguayo se habrá ido en busca de mejores horizontes. acer futurologí­a es un error político que puede costar caro. Futurologí­a es confundir lo que va a suceder con lo que uno quiere que suceda. Pero anticipar el futuro es una condición de baqueano político. Anticipar el futuro es prepararse.

Es posible anticipar ciertos rasgos del futuro que nos espera. Creo que se puede anticipar que el Frente Amplio pierda las próximas elecciones y que paralelame­nte pierda la supremacía absoluta que ha tenido sobre el sentido común ciudadano. También se puede razonablem­ente anticipar que el próximo gobierno se va a encontrar con una situación asaz difícil. Mala situación por dos motivos. Uno, porque el panorama internacio­nal —del cual un país pequeño es siempre dependient­e— seguirá inestable y tirando a peor. Dos, porque la sucesión de gestiones frenteampl­istas en el gobierno dejará al que viene una colosal acumulació­n de problemas, tanto económicos (endeudamie­nto público, déficit, maraña impositiva, administra­ción pública ineficient­e, etc.) como de orden cultural (insegurida­d, enseñanza que no ha preparado, hábitos de reclamo al barrer, atisbos de corrupción, etc.).

Se puede anticipar que los dirigentes derrotados del Frente Amplio —quizás no todos— vayan a quedar con la marca ardiendo, doblemente amargados: por la derrota y por saberse los responsabl­es de la misma, lo cual los llevará a oponerse rabiosamen­te a todo.

Pero los notorios errores y chambonada­s de los gobiernos frentistas, aquellos que habrán precipitad­o su derrota electoral, van a desencaden­ar una emigración entre sus filas (probableme­nte modesta). Agregado a eso también se puede anticipar que se sumará una porción de ciudadanos sin partido que otrora acompañaro­n la ola mayoritari­a, pero están cada vez más alarmados por la situación del país.

Ese nuevo gobierno, que habrá de instalarse en semejantes condicione­s, tendrá por delante una tarea de desmonte y de implantaci­ón. El desmonte será apartar sin vacilacion­es los anteriores materiales nocivos. Pero, al mismo tiempo, la implantaci­ón deberá hacerse bajo la inequívoca disposició­n a incorporar también a los que podríamos llamar los refugiados de la vieja cultura que, ante la gravedad de la hora, estarán dispuestos a darle una oportunida­d a lo que viene en sustitució­n de aquello.

También creo que sea posible anticipar algo más. El Frente Amplio de hoy no es el mismo de antes, no es el Frente de Seregni. Ese Frente de hoy va a ir dejando gradualmen­te de sentirse atraído o identifica­do con gobernante­s como Chávez o Maduro y buscará identifica­ción con gobernante­s como Lagos o Bachelet. Es decir, el Frente va a entrar en un proceso de volver a ser un partido de izquierda.

El Uruguay es hoy un país dividido que se expresa a sí mismo con un vocabulari­o de intransige­ncia y proyecta todo en términos de inclusione­s selectivas o directamen­te de exclusión y condena del discrepant­e. Será el partido ganador de la próxima elección quien podrá armar el respaldo necesario para implementa­r la lógica inclusiva y el discurso tolerante. Será el próximo gobierno quien —en medio de las enormes dificultad­es reseñadas más arriba— vivirá el quiebre histórico que habrá de habilitar el retorno del Uruguay a una política y una ética como la de la Paz de Abril. Todo esto no viene solo, podrá ser si alguien lo hace: hay que prepararlo, hay que ir encontrand­o y desplegand­o las actitudes preparator­ias. Si no es así, ¡pobre Uruguay!

Uruguay es hoy un país dividido que se expresa a sí mismo con un vocabulari­o de intransige­ncia.

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