Voluntarios del mundo le ponen color a las escuelas
Los jóvenes universitarios colaboran en las zonas de contexto crítico
Juan José Riva volvió de un intercambio académico en 2011, empezó a dar clases de inglés en Obra Banneux, escuela del barrio Marconi, e identificó una necesidad: no existía una oferta para los estudiantes extranjeros interesados en hacer voluntariado en Uruguay. Y ese plan benéfico calzaba perfecto para ser ejecutado en el colegio donde trabajaba.
Trasladó la idea a sus amigos y compañeros de Estudios Internacionales y se contagiaron rápido. Advirtieron que había un nicho para ser explotado y pusieron manos a la obra.
Cuando empezaron a juntarse no tenían un plan maestro, ni imaginaban que llegarían a la temporada 14, que iniciarán en septiembre. Sobraban ganas de emprender, pero era pura intuición. “Nos pusimos en la cabeza de esos niños y pensamos qué les podía llegar a divertir”, dice Agustina Macagno, fundadora de Proyecto Colibrí.
Se fijaron como meta usar juegos para enseñar, transmitir valores e incluso poner límites: evitar que se suban a un árbol porque se pueden caer, pedir perdón si le pegaron a otro, o lavarse las manos antes de comer.
La dinámica lúdica consiste en que niños de quinto y sexto de escuelas apelen a su imaginación para recorrer el mundo. Los destinos dependen de los alumnos de intercambio que digan presente esos seis sábados por semestre.
IDA Y VUELTA. El intercambio es recíproco: los niños conocen tradiciones y costumbres de afuera, y los extranjeros toman contacto con una faceta de Uruguay que no hubieran descubierto sin haber pasado por el voluntariado.
En la merienda compartida después de los juegos fluye la afinidad, la complicidad, y se da un intercambio culinario. “Cada extranjero lleva comida típica de su país, y así también viajan con aromas y sabores”, comenta Florentina Ortas.
Ha habido colibríes hispano parlantes, pero también de India, Estados Unidos, Brasil, Francia, Corea del Sur, China, Inglaterra, Canadá, Finlandia, Bélgica, Suecia, Italia, China. El idioma jamás es una barrera porque los juegos son universales y la comprensión sucede desde otro lugar.
“Tuvimos una chica de Corea del Sur que no entendía una gota de español ni de inglés, pero iba a todas las reuniones y solo sonreía. Ella tradujo los nombres de los chicos al coreano, se los escribió en un origami y quedaron fascinados”, recuerda Agustina.
EVOLUCIÓN. Colibrí creció en cifras y en experiencia a lo largo de estos siete años. Participan más de 60 voluntarios —locales e internacionales— en las actividades de los sábados. Durante mucho tiempo solo estuvieron en Obra Banneux, pero hace un año y medio decidieron dar el salto porque “éramos la misma cantidad de niños que de adultos” . Y así llegaron a la escuela N°230 ubicada en Puntas de Manga.
Los 11 uruguayos que componen el staff tienen entre 19 y 30 años. Los fundadores de Colibrí están “empapados y comprometidos” hoy pero quieren “empoderar a gente más joven para que continúen el proyecto cuando nosotros tengamos otros planes de vida y no podamos estar todos los sábados”, dice Agustina.
Elisa Álvarez es una de las 50 estudiantes de intercambio que integra Colibrí. Es española, va a la Facultad de Arquitectura, y se enteró del voluntariado porque los colibríes “están infiltrados en el grupo de intercambio de Facebook y anunciaron el proyecto allí. Un chico que había participado me contó un poco más y decidí sumarme en la edición de marzo”. Hizo amigos y le gustó tanto que repetirá la experiencia en septiembre.
El proyecto Colibrí tendrá su temporada 14 en septiembre, con 60 voluntarios.
BROCHE DE ORO. Los extranjeros eligen un hilo conductor por temporada, y en función de éste se planea un paseo para hacer al final del semestre. En 2017 jugaron a ser los tataranietos de Artigas. La consigna era encontrar el mate del prócer. Anduvieron por Europa, Brasil, Estados Unidos, México, y terminaron rescatando el mate en la fortaleza del Cerro.
Alquilaron un ómnibus y dividieron los gastos entre todos los voluntarios. Ese día de excursión fue mágico para los niños.
“Para esa última actividad reunimos a las dos escuelas para que se integren, jueguen e interactúen. En esas jornadas finales te das cuenta del el impacto que generaste porque los niños están súper mimosos, te abrazan, y te dicen que te van a extrañar”, sostiene Agustina.