Gabriel Calderón “Algunos dicen que si querés participar te tenés que callar”
If, festejan —¿Cómo describirías la mentira?
—Es una obra que se vincula con una serie de obras mías, que relacionan un tema de la realidad con un elemento fantástico. En este caso, el elemento de actualidad es el dinero, y en particular en el mundo del arte. Y el tema tiene que ver con la imposibilidad de enterrar a un integrante de la familia, el abuelo, por no contar con el dinero suficiente. Y se van planteando alternativas: ¿cómo se enterraría a alguien si no existiera el capitalismo? Y se imaginan otros mundos, y cómo sería un entierro en cada uno de ellos. Y así juega con la imposibilidad de morir en paz. —¿De alguna manera considerás teatro político este tipo de obras tuyas?
—De alguna manera, todo lo que hago sí. Incluso el otro día en un ensayo, Gustavo Saffores me dijo que nos habíamos metido con el tema de los desaparecidos y no había pasado nada, y lo mismo cuando trabajamos con la memoria histórica. Pero que si nos metíamos con el tema del dinero íbamos a tener algún problema. En los propios ensayos, hay una discusión política que siempre está presente, sobre qué queremos decir, y a quién le puede molestar. —¿Más por cosas vinculadas al texto o al montaje?
—Lo que pasa es que yo no escribo una obra y llamo a los actores para que digan lo que yo quiero. Lo que yo propongo en mi texto inicial, empieza a estar tamizado por lo que piensan los actores. Tanto que vamos a publicar el texto, para que el espectador lo pueda tener. Y lo publicamos con un recuadro que dice que esa versión no es necesariamente la versión final. De hecho, la semana pasada cambiamos el final entero, y lo hicimos con conjunto. O sea que también internamente es político. Yo propongo la conversación, pero no la doy yo solo. Mi responsabilidad es que esto sea teatro. Y al ser algo colectivo, se vuelve quizá algo más confuso. Nosotros no queremos decir una cosa: queremos decir varias, incluso contradictorias.
—A veces sos crítico con el oficialismo y a la vez has formado parte de él, ocupando cargos público de importancia. —Sí, yo no creo que uno, para criticar, no pueda pertenecer. Tanto en lo público como en lo privado. Yo formé 10 años parte de la compañía Complot, y siempre fui un férreo crítico de lo que hacíamos. Y lo mismo pienso de lo público: que uno lo critique, creo que incluso te compromete más a participar. Algunos dicen que si querés participar te tenés que callar. No lo veo así. —Con los premios te paso igual. Montevideo, 1982.
Dramaturgo, sus obras se hicieron en América Latina, España, Francia y otros lugares. —Con los Florencio, por ejemplo. Cuando yo lo recibí, también lo critiqué. Lo recibí solo una vez, y dije que ese premio no era bueno. Y me decían que para qué lo recibía. Claro, eso está plagado de malentendidos. Siempre trato de dirigir mis críticas a los lugares con los que estoy relacionado. Y eso me trae problemas muchas veces. Pero bueno, yo decido que sea así. Yo hace 10 años que no voy a los Florencio, tampoco me nominan: creo que hay una separación sana. Que no me ha significado ningún perjuicio. Ellos entienden que yo no soy destacable. Me parece que el tiempo habla: si los Florencio siguen, por más que a mí no me parezcan valiosos, tendrán su valor. Y si yo sigo, aunque los críticos del premio Florencio no me quieran, yo tendré mi valor.
—Toda esta polémica sobre Franklin Rodríguez, ¿cómo la ves? —Tengo una opinión formada, pero decidí no participar de esa polémica. Sobre todo por mi estreno. En ese momento no opino sobre el tema, ni en las redes sociales.
—¿Es muy diferente montar un espectáculo acá o en el exterior?
—Sí, la primera diferencia es económica, aunque yo no he montado espectáculos independientes en el exterior, siempre fue en un teatro público, o enmarcado en un festival. Igual, allá hay un marco que acá no lo tenés. Yo por lo primero que hago eso de montar un espectáculo en el exterior es por el dinero. Yo decidí hace muchos años que mi lugar de creación y residencia iba a ser Uruguay. Pero continúo mis viajes al exterior porque me significan económicamente un ingreso que yo no encuentro en Uruguay. Y por más que nademos aquí un rato, va a costar equilibrar eso. —¿Y desde el punto de vista estético de los montajes? —Actoralmente no se nota tanto, porque en este país, aunque los actores no cobran, son de una calidad y una contundencia, que viene de la tradición actoral de Uruguay. Pero yo tengo amigos que vieron mi obra Ex, que revienten los actores, en Uruguay y en España, y se asombran de lo que era el montaje español.
“En los propios ensayos hay una discusión política que está presente”.
“Siempre trato de dirigir mis críticas a los lugares que estoy relacionado”.
Acá en Uruguay hicimos tres paredes, apenas enganchadas, porque no teníamos más hierro. Y que cuando te apoyabas, las lámparas temblaban. Entonces nosotros pusimos en el texto, ‘el pasado es una lámpara que tiembla’. En Barcelona, montaron una casa, y las paredes no temblaban. Era una escenografía preciosa, de una factura exquisita. Y eso la mirada del espectador lo recibe. —¿Supongo que también tendrá su contrapartida?
—Sí, en otros países, por ejemplo, es mucho más difícil llegar a tener una entrevista en uno de los principales diarios. Otro ejemplo: yo doy clase en una universidad en Suiza, y tengo 35 años y a veces tengo estudiantes de 31, 32. Y yo ya estrené, solo en Uruguay y en el circuito profesional, 12 espectáculos. Y estos gurises en Suiza, que se han pasado estudiando, de pronto no han podido montar su primer espectáculo. Y saben que va a tener que caminar mucho para lograrlo.