El Pais (Uruguay)

Emoción, dolor y reclamo de justicia al despedir a víctimas

“Hay una grieta en el corazón de Génova, pero no se rinde”, dice el arzobispo

- AFP, EFE / GÉNOVA

Familiares y miles de ciudadanos anónimos participar­on ayer sábado, en medio de una enorme emoción, en el funeral de las víctimas del derrumbe del puente Morandi de Génova. En la conmovedor­a ceremonia surgieron reclamos de justicia ante el desastre que causó 43 muertos.

En el inmenso pabellón Jean Nouvel del parque de exposicion­es de Génova, 18 ataúdes, cubiertos de grandes ramos de flores y colocados sobre soportes, estaban alineados en una gran alfombra roja rectangula­r.

Un poco más adelantado, un pequeño ataúd blanco: el de Samuele, de 8 años, caído al vacío junto a sus padres, cuando la familia iba de vacaciones a Cerdeña.

Algunos de los féretros estuvieron cubiertos por las banderas de los países de origen de las víctimas, debido a que en el derrumbe además de ciudadanos italianos murieron cuatro jóvenes franceses, dos albaneses, tres chilenos y un peruano y un colombiano.

La mayoría de las familias de los 43 muertos confirmado­s rehusó participar en la ceremonia. Algunos, por considerar — como lo hizo una madre ante la prensa, que calificó el funeral de “farsa”— que el Estado era responsabl­e del drama; otros, que abogaron por despedidas más íntimas.

En el parking situado frente a una de la entradas del lugar,

Un alemán que se temía desapareci­do se puso en contacto con las autoridade­s.

los familiares y amigos afluyeron durante toda la mañana, algunos vestidos de negro, a menudo en silencio.

Una mujer sale de un taxi, llevando una rosa blanca. Luego un hombre, con camisa gris, trae una foto enmarcada, la de una hombre de edad media, vestido con traje y sonriente.

Minutos después, se ve a un anciano llegar de lejos. Avanza con dificultad. Sus familiares lo sostienen, lo mantienen en la sombra, para evitarle el suplicio de un sol de plomo.

“Hemos venido por Marius, mi primo”, dice, un poco más lejos, Ayde Djerri. “Tenía 22 años y estaba en el puente. Iba a su trabajo, con un colega. Era jardinero”.

En el interior de la amplia sala, la emoción crece a medida que llega la gente. Un millar de personas, algunas están allí desde muy temprano, están sentadas detrás de los féretros. Al fondo, miles de personas se mantienen de pie.

INCIENSO. Muchas veces, resuenan las salvas de aplausos para saludar la llegada de los bomberos, que desde el martes trabajan incansable­mente entre los escombros.

También es saludada la presencia de futbolista­s de los dos grandes equipos de la ciudad, el Génova y la Sampdoria, que llegan juntos para rendir su homenaje a las víctimas, igual que Matteo Salvini y Luigi Di Maio, los dos jefes de fila del gobierno populista italiano.

El último en llegar, el presidente italiano, Sergio Mattarella, intercambi­a algunas palabras con los familiares en torno a los féretros. Emocionado, abraza a algunos de ellos.

Entre los presemtes también están el presidente de Autostrade per L’italia, Fabio Cerchiai y el consejero delegado, Giovanni Castellucc­i, a quienes el gobierno acusa de la tragedia por incumplir supuestame­nte su deber de mantenimie­nto del Viaducto Morandi.

Poco antes de mediodía, se inicia la ceremonia. Suenan el órgano y los coros, y el incienso envuelve el espacio.

Una nueva salva de aplausos se produce cuando un sacerdote lee los nombres de las 38 víctimas del derrumbe Viaducto Morandi, y alude a las halladas esta misma madrugada, aún no identifica­das.

Y cuando el arzobispo de Génova, el cardenal Angelo Bagnasco, cede durante algunos minutos su lugar a un imán en honor de los dos albaneses musulmanes que figuran entre las víctimas, un respetuoso silencio acoge sus rituales, en que repite cuatro veces “Alá Akbar” (Dios es el más grande) durante su oración.

Salvatore Catrini está ahí, también con su mujer, “por la ciudad” y por todas las víctimas, pero también ha perdido a un amigo de infancia. “Crecimos juntos... El trabajaba en una calle bajo el puente cuando se desplomó”, dice.

Su esposa añade: “Ese día, debía estar de descanso, pero como hacía un tiempo tan horrible, se fue a trabajar y dijo que ya se tomaría un día de franco más tarde, cuando saliera el sol”.

“El puente se derrumbó. No era solo una parte importante de una autopista, sino una vía necesaria para la vida cotidiana de muchos, una arteria esencial para el desarrollo de la ciudad. Pero, Génova no se rinde”, expresó en su homilía el cardenal Bagnasco. “Hay una grieta en el corazón de Génova y cualquier palabra, aunque sincera, es poco frente a la tragedia”.

Asimismo, el cardenal se refirió a la necesidad de “una debida justicia” aunque esta no pueda restituir las vidas perdidas y el daño causado.

Bagnasco también dedicó unas palabras a las casi 600 personas que tuvieron que abandonar sus viviendas y están bajo lo que queda del viaducto.

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