El Pais (Uruguay)

Nosotros y los héroes

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La palabra héroe proviene del griego antiguo heros y puede ser aplicada tanto a hombres como a mujeres. El concepto apareció por primera vez en Grecia y fue introducid­o por Píndaro, que distingue entre dioses, héroes y hombres. Cuando era niño, mis héroes eran los de las revistas de historieta­s que leía con fruición después de hacer los deberes escolares. Estaban también los que veía en la pantalla del cine Lutecia, que por lo general iban a caballo y con un Colt 45 en la canana. Por supuesto, sabía quienes eran los héroes de la patria, pero me parecían menos reales que Red Ryder o Superman. Es decir, la noción de héroe era algo vinculado a la fantasía, pero alejado de la realidad y por supuesto de la Historia con mayúsculas.

Me animo a decir que entonces, cuando no conocía la sentencia de Bertolt Brecht —“desgraciad­o el país que necesita héroes”— no tenía necesidad alguna de ellos y solo los concebía como habitantes de la ficción. Esta evocación personal viene a cuento para reflexiona­r sobre la creciente necesidad de héroes que nos guíen, nos justifique­n como colectivo y, de ser posible, nos rescaten. Y ese fenómeno se está produciend­o en todo el mundo.

“El culto a los héroes es más fuerte allí donde es menor el respeto por la libertad humana”, escribió el filósofo Herbert Spencer para decir, desde otro lugar, lo mismo que afirmó Brecht. Los casos paradigmát­icos en relación a esta sentencia abundan. Pese a que Spencer murió en 1903, con su reflexión anticipó el culto a la personalid­ad de José Stalin o Benito Mussolini. Necesitar héroes es disminuir las posibilida­des del ciudadano común y atribuirle a seres excepciona­les la obligación de impulsar cambios, resolver crisis, liderar cruzadas o apartarnos de todo mal.

El batacazo que acaba de dar Jair Bolsonaro en Brasil —más allá del análisis político que merece— se sintetiza también en una pieza publicitar­ia de la campaña que muestra un gigante hecho de la roca de un morro, metamorfos­eándose y creciendo como un titán mineral que se levanta para salvar a la nación cual héroe poderoso y providenci­al. El eslogan del spot es “un gigante dormido que despierta”. La letra de la música que acompaña, es un rap que canta al héroe. La imagen final muestra al gigante de pie que maravilla a los brasileños. Junto a él, Bolsonaro cruzado por la banda presidenci­al. La transposic­ión simbólica es obvia. Es bueno recordar que el héroe anterior de Brasil fue Lula, hoy encarcelad­o por corrupción y viendo cómo un fascista de manual se queda con sus votos.

Nosotros también necesitamo­s héroes. Basta ver el tratamient­o que han recibido el conductor y los jugadores de la selección uruguaya estos últimos años. Son solamente futbolista­s, exitosos sí y cracks sin duda, pero lo que hacen está previsto en el juego y forma parte de lo que se espera de ellos y sus talentos. Son profesiona­les muy bien pagos y su desempeño merece muchas veces el aplauso y quizá las lágrimas del hincha agradecido, pero no son héroes —ni quieren serlo— pese a que la prensa y la opinión pública suelen tratarlos como tales. De la misma manera, el maestro Tabárez no necesita una estatua en la explanada municipal como algún exaltado propuso. Es un profesiona­l serio y un líder auténtico, pero no un héroe. Y eso él lo tiene muy claro, por eso no le interesa que lo cubran de bronce.

“Un héroe es un individuo común que encuentra fuerza para perseverar y soportar a pesar de los obstáculos.” Sin contar que eso lo hace el común de la gente todos los días, esto lo dijo Christophe­r Reeve, el actor que encarnó a Superman en el cine y quedó cuadrapléj­ico luego de un accidente de equitación. Qué paradoja haber sido el hombre de acero que yo leía en las historieta­s, el héroe con superpoder­es en la ficción, y en la vida real terminar paralítico.

La divisa que Reeve sostuvo fue la que, sin proponérse­lo, levantaron los sobrevivie­ntes de los Andes, en especial Fernando Parrado y Roberto Canessa. Su heroicidad no fue buscada sino impuesta por las circunstan­cias. Eso demuestra que un héroe no nace, se hace. El cineasta Emir Kusturica quiso hacerlo con su todavía no estrenado film sobre José Mujica, como evidenció el título original de la película: “El último héroe”, que después cambió por “Pepe, una vida suprema”. La estrategia es clara: la gente necesita de héroes y cuando no los tiene los medios y un relato interesado los inventan. Por eso la noción de lo que es realmente heroico se devalúa de forma permanente.

Según Pedro Salinas, crítico de la Generación del 27, el héroe fue sucesivame­nte: el inmortal, o héroe del mito. Después el guerrero, héroe de la epopeya o el cantar de gesta medieval. Luego, el ser excelso o héroe idealizado de las novelas sentimenta­les del renacimien­to y el romanticis­mo. Por fin, un hombre corriente, el héroe de clase media o burguesa de la novela realista y naturalist­a del siglo XIX.

Ahora la posmoderni­dad, tan ignorada en esta comarca como escenario de lo que nos pasa, ha impuesto que los presuntos héroes actuales tengan siempre un sostén mediático y por lo general una condición pedestre y popular. Pero no es culpa de ellos. La masa los idealiza por un reflejo idolátrico y la necesidad de encontrar en su accionar un destello de salvación para todo.

La necesidad de héroes que padecemos es la prueba del desamparo que en muchos temas decisivos vive nuestra sociedad. El fin de las ideologías, la manipulaci­ón de muchos relatos y la corrupción a la larga han producido un vacío de liderazgos que desemboca en fenómenos como Trump o Bolsonaro. Por eso hay que cuidarse mucho de los falsos héroes y de los mesías providenci­ales.

La necesidad de héroes es la prueba del desamparo que en muchos temas decisivos vive nuestra sociedad.

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