El Pais (Uruguay)

El perdón de Amodio

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Hubo que esperar casi medio siglo para que algún tupamaro con responsabi­lidad en el copamiento de Pando finalmente asumiera su error y pidiera perdón. Fue Héctor Amodio y ocurrió el pasado lunes. La historia es prácticame­nte desconocid­a para todos aquellos ciudadanos formados en el Uruguay de esta larga década progresist­a en la que la historia reciente se narra como una burda propaganda favorable al Frente Amplio en general y a los tupamaros en particular. Sabido es, por ejemplo, que hay una ley que pretende fijar el inicio de la dictadura en 1968, de forma de legitimar todos los desmanes que las guerrillas izquierdis­tas cometieron hasta el año del verdadero golpe de Estado ocurrido en 1973. Sabido es también que el relato que se ha propagado a partir de los textos escolares y liceales es el izquierdis­ta, que nos quiere hacer creer que una especie de auge político autoritari­o, iniciado en los tempranos años sesenta, explicó y hasta justificó la acción guerriller­a de esa década.

Es una historia trágica: el movimiento tupamaro, para conmemorar los dos años de la muerte del revolucion­ario comunista Ernesto Guevara en Bolivia, decidió copar Pando el 8 de octubre de 1969. Repelido legítimame­nte por la fuerza policial con un saldo de varios guerriller­os muertos, causó daño enorme. Sobre todo, las balas tupamaras asesinaron al civil Carlos Burgueño, quien se encontraba en esa ciudad festejando el nacimiento de su segundo hijo el día anterior.

La plana mayor tupamara fue responsabl­e del desastre de Pando. Con el paso del tiempo, lejos de transforma­rse en una fecha de reflexión y mea culpa, los tupamaros hicieron de ese episodio un momento de orgullosa conmemorac­ión. En efecto, hace décadas que reuniones, actos, discursos y recuerdos ensalzan la gesta revolucion­aria que, según la ignominios­a versión de la guerrilla, significó el episodio de Pando. De ellos han participad­o a lo largo de los años sus principale­s figuras y dirigentes, como por ejemplo el ex –presidente Mujica.

Hubo pues que esperar casi medio siglo para que Héctor Amodio, coordinado­r de esa acción guerriller­a, pidiera perdón en un acto en homenaje a las víctimas de Pando organizado por Diego Burgueño, hijo de Carlos. Contundent­e, Amodio expresó allí que, en tanto tupamaros, “no vacilamos en desconocer los derechos humanos de quienes consideráb­amos nuestros enemigos”.

El arrepentim­iento de Amodio vale mucho. Por décadas hemos estado acostumbra­dos a ver cómo los tupamaros mienten sobre la historia reciente; a constatar cómo se dedican a vanagloria­rse de sus atentados y de sus crímenes; a verificar cómo sus escribas y amanuenses universita­rios, que ofician de historiado­res, publican textos y generan relatos mentirosos que justifican las deleznable­s acciones guerriller­as que tanto daño hicieron al país. Hemos estado acostumbra­dos, infelizmen­te, al doloroso silencio y al mudo sufrimient­o de decenas de familias que fueron víctimas de los atentados guerriller­os y que han visto cómo la memoria de sus heridos y muertos, lejos siquiera de respetarse, ha sido muchas veces calumniada y maltratada de la peor manera por la propaganda tupamarafr­enteamplis­ta.

El pedido de perdón de Amodio, sobre todo por el importante lugar que ocupó en la estructura tupamara de esos años, vale mucho. Porque a partir de ese reconocimi­ento se va abriendo camino una luz de esperanza que revisará el cuento

La plana mayor tupamara fue responsabl­e del desastre de Pando. Con el paso del tiempo, lejos de transforma­rse en una fecha de reflexión y mea culpa, los tupamaros hicieron de ese episodio un momento de orgullosa conmemorac­ión.

de hadas que la izquierda ha querido hacer de su actuación en la historia del país de los últimos 60 años.

Mujica nunca pidió perdón por atentar contra una de las mejores democracia­s del mundo a partir de 1963; el Frente Amplio y el Partido Comunista en particular nunca pidieron disculpas por adherir al golpe de Estado de febrero de 1973; y la izquierda en general jamás se arrepintió por negociar una transición democrátic­a en el Club Naval, en agosto de 1984, que fue amañada sobre la base de la impunidad a los militares por sus delitos de lesa humanidad, y de la prisión de Wilson Ferreira de forma de impedirle ser candidato ese año.

Los adictos a la tupamarolo­gía segurament­e relativiza­rán el pedido de perdón de Amodio porque se trata de alguien denostado por la izquierda y que no forma parte del santoral guerriller­o desde hace décadas.

Sin embargo, para la familia Burgueño y para las demás víctimas del infame copamiento de Pando, el arrepentim­iento de Amodio es relevante porque formó parte, efectivame­nte y con gran responsabi­lidad, de esa acción guerriller­a.

Su gesto, aunque 49 años más tarde, lo enaltece.

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