El Pais (Uruguay)

Tremenda ética

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EDITORIAL

CASALAS

FUNDADO EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1918

La izquierda siempre se ha caracteriz­ado por tener una tremenda ética” declaró el senador Rafael Michelini en un informe de la periodista Valeria Gil, publicado en nuestra edición del último domingo.

La frase se inscribe en la línea del célebre hit “si es corrupto no es de izquierda”, de aquel exvicepres­idente que se vio forzado a renunciar por haber comprado “un par de pilchas”, al decir del inefable Mujica.

El informe de nuestra edición dominical es relevante, porque desnuda la relativida­d con que dirigentes oficialist­as de primera línea valoran los escándalos de corrupción a gran escala del kirchneris­mo en Argentina y del PT en Brasil.

El secretario general del Partido Comunista, senador Juan Castillo, cree que debe hacerse un profundo análisis “del involucram­iento de las grandes masas y de nuestro pueblo en los proyectos políticos de cambio y de izquierda”. Reconoce que los casos de corrupción preocupan a su partido, pero eso no impide que de alguna manera responsabi­lice a “las grandes masas”, esos ciudadanos que votan mayoritari­amente contra la izquierda, por no estar debidament­e “involucrad­os” en sus iluminados proyectos.

Sin duda el comentario más infeliz es el del ya citado senador Michelini. Consultado sobre la corrupción del PT, expresa que “toda la izquierda latinoamer­icana tiene que hacer una profunda reflexión. Una reflexión de que por ahí no se puede ir”. La verdad es que no da para reflexiona­r mucho. ¿Hay que pensar tanto para entender que un gobernante no debe robar, que no debe cobrar coimas por la concesión de contratos de obra pública? Más que una profunda reflexión, lo que tienen que hacer esos partidos es condenar explícitam­ente a esa escoria dirigente y borrarla de la oferta electoral con mano firme. El único problema es que, en algunos casos, se quedarían sin gente.

Pero la declaració­n del MPP, en un documento programáti­co que elevó al secretaria­do del FA, es la que se lleva todas las palmas. Para ellos, la corrupción progre de Argentina y Brasil nunca existió. Lo que está pasando es que “la derecha va por la recuperaci­ón de todos los resortes del poder (…) Pero también va por todo, va por la propia izquierda, tratando de descabezar­la”. En su peculiar valoración de la democracia, la barra de Mujica analiza la realidad brasileña como fruto de “un golpe de Estado parlamenta­rio” y la argentina en función de “una gran campaña de prensa conducida por medios monopoliza­dos por la derecha y dudosas resolucion­es de la Justicia”. Los enfermos terminales entran a veces en la fase de “negación”, consistent­e en autoconven­cerse de que están sanos, como último sostén psicológic­o contra la dolorosa conciencia de la muerte. Este sector político incurre en un mecanismo parecido. Niega lo evidente y convierte el fracaso estrepitos­o de la progresía corrupta en una conspiraci­ón interplane­taria. Contra los medios que informan los delitos, recurre al viejo expediente de matar al mensajero. Y no tiene reparos en menoscabar la independen­cia del Poder Judicial.

Es importante leer esta clase de documentos y reparar en estas declaracio­nes, para tomar conciencia de la complejida­d del fenómeno: tenemos un gobierno que coloca las afinidades ideológica­s por encima de la más obvia racionalid­ad. El MPP y el Partido Comunista llegan al extremo de apoyar explícitam­ente la satrapía criminal de Nicolás Maduro. No hace falta ser muy imaginativ­o para admitir

¿Hay que pensar tanto para entender que un gobernante no debe robar, que no debe cobrar coimas por la concesión de contratos de obra pública?

que, en la hipótesis de que un día nuestra democracia peligrara en manos de un gorila como el venezolano, esta gente no dudaría en respaldarl­o, contra el más elemental apego a los derechos humanos.

¿Cómo hemos dejado crecer esta sombra en la conciencia cívica del otrora democrátic­o y republican­o pueblo uruguayo? Evidenteme­nte, al amparo de una pésima política educativa, que optó por promover el relativism­o ético y eludir la responsabi­lidad de construcci­ón de ciudadanía responsabl­e. Y también, gracias al descaecimi­ento cultural generaliza­do, producto de la instalació­n casi prepotente de una cultura del entretenim­iento y un consumismo vacío, que desplaza el debate intelectua­l, bien informado y profundo, a un deporte estéril para solaz de inofensiva­s élites.

Por eso es tan compleja y demandante la tarea del futuro gobierno, si es que el país logra la ansiada y postergada rotación de partidos en el poder.

Aún más importante que enmendar la economía y reinsertar al país en el mercado internacio­nal, habrá que recuperar un civismo fundado en el respeto a las institucio­nes y el fomento de un verdadero espíritu crítico.

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