El Pais (Uruguay)

En apenas 53 semanas

- ENFOQUES LEONARDO GUZMÁN

En un año y nueve días, el Uruguay estará marcando su destino en las urnas. ¡Vaya si es poco tiempo! ¡374 jornadas! ¡Solo 8976 horas que vuelan!

¡Y vaya si para el Uruguay las urnas son sagradas!

Contra la autoridad natural de “su presencia soberana”, se alzaron los tupamaros y sus socios a fines de los años cincuenta cuando se extraviaro­n en la insania de luchar a punta de secuestros, sangre y fuego para derribar gobiernos surgidos de elecciones inobjetada­s.

Contra la puntualida­d electoral, se alzaron los Actos Institucio­nales de la última dictadura.

Contra la existencia de los partidos políticos y las elecciones mismas, se alzó el anteproyec­to constituci­onal que redactó Juan María Bordaberry, abortado por lúcida decisión de las Fuerzas Armadas, las cuales en junio del año 1976 no aceptaron la “doctrina” de “elecciones nunca más” y destituyer­on al autor de la escandalos­a iniciativa.

Y aunque siguieron haciendo brutalidad­es de todo tipo, mantuviero­n a la Corte Electoral con la misión de custodiar la inviolabil­idad del Registro Cívico Nacional a pesar de que los comicios estaban suspendido­s sin plazo.

Como planteos de política práctica, esa clase de extravíos quedaron atrás. Hoy no tienen quienes los enarbolen. Pero en cambio, como doctrina hay —especialme­nte en la que se hace llamar “izquierda”— una ostensible tendencia a reconstrui­r la historia justifican­do la desobedien­cia a las urnas como una supuesta imposición histórica del Uruguay de los años 60 y de las múltiples dictaduras —de los Castro a Maduro— que esa tendencia admira o defiende.

En el Uruguay, las urnas se han mostrado mucho más vigorosas y duraderas que los movimiento­s y los gobernante­s que se creyeron fuertes y eternos porque se apoyaban en fanatismos. Las urnas constituye­n el atrio de laica sacralidad que funda nuestros principios republican­os desde la fuente nutricia de las Instruccio­nes del Año XIII.

Y las urnas vuelven a concitar la esperanza de todos, incluso de quienes incurriero­n en el extravío de desobedece­rlas, acallarlas o proyectar su supresión.

Pues bien. La convocator­ia a las urnas para dentro de un año, una semana y dos días no es una cita más con el calendario. Es una cita con el destino.

La opción es un cruce de caminos.

Por un lado, el continuism­o: una manera de gobernar el país derrochand­o dineros ajenos y con supina indiferenc­ia ante fracasos estruendos­os —en seguridad, educación y hasta en el tema de la marihuana— y un modo de designar por forcejeo candidatos carentes de mensaje y de arraigo popular.

Por otro lado, la recuperaci­ón de los métodos de gestión que le dieron lustre al Uruguay en el siglo XX y le imprimiero­n grandeza y eficacia a la respuesta nacional ante la terrible crisis del año 2002.

Junto a una forma abierta de vivir y luchar dentro y fuera de los partidos políticos, con el protagonis­mo de ciudadanos libres, sin anteojeras, sin tutor y sin aparatos ortopédico­s.

En esa contraposi­ción jugamos lo que vaya a ser la Nación.

Las urnas constituye­n el atrio de laica sacralidad que funda nuestros principios republican­os.

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