El humor que logró atravesar más de tres siglos de historia
222 Autor: Molière. Dirección: Natalia Menéndez. Paula Kolenc. Iluminación: Claudia Sánchez. Vestuario: Soledad Capurro. Heber Vera. Música: Gastón Gregorio. Coreografía: Carolina Besuievsky. Teatro Solís. Funciones: viernes y sábados a las 21.00, y domingos a las 19.00, hasta el domingo 2 de diciembre. Entradas en Tickantel, a $ 190
Asistir a un espectáculo teatral sustentado en un texto de la Europa del siglo XVII implica aceptar de antemano un código de representación. Los actores lanzan parlamentos de cierta extensión, que son el motor de una acción que por momentos avanza lentamente, entre figuras literarias e ideas reafirmadas a partir de conceptos y razonamientos varios. Hecha la salvedad, que el espectador tiene que tener en cuenta, este Tartufo que la Comedia Nacional está dando en el escenario principal de Solís consigue entretener al público, principalmente por la labor de sus actores.
Porque ese gran texto de más de tres siglos atrás, justamente, permite a los intérpretes jugar a un tipo de teatro complejo, en absoluto cotidiabre
no, y lucirse en el modo de decir, la intención de las frases, la elegancia y la fuerza de las palabras. En ese sentido, es un placer ver en escena haciendo este Molière a actores del oficio y el talento de Levón, Roxana Blanco y Alejandra Wolff, entre otros. Hay trabajos en dupla en los que la obra trepa a algunos de sus mejores momentos, como cuando Levón (muy bien en el rol de Tartufo) y Blanco se enfrentan mano a mano.
El trabajo de dirección de la artista española Natalia Menéndez también se luce, fundamentalmente en cómo ordena a los actores en escena, los desplazamientos, entradas y salidas. Las interpretaciones tienen mucho movimiento, no son nada estáticas. Y la directora invitada hace un uso eficaz del escenario, trabajándolo muy bien en toda su dimensión, y dando buena visibilidad a las acciones. También adorna la puesta con algunos intermedios, tanto por medio de pasajes musicales como con juegos de sombras, de escenas mudas y de bailes. Se trata de un montaje en líneas generales sin una impronta demasiado original, pero sí esmerado, vistoso, y soque todo, que fluye bien. Aunque al principio del espectáculo, quizá puede costar un poco entrar en el juego.
Y que además, logra pasajes de risa, incluso sostenidos, algo no tan fácil de conseguir hoy, desde el siglo XXI. El público entra en el código, lo que también habla bien de los propios espectadores. Y si bien no estamos ante una escenificación de la originalidad del Otelo que presentó la Comedia Nacional la temporada pasada, de la mano del director inglés Dan Jemmett, sí se consiguió el histórico texto cobre vida en el presente.
La escenografía, si bien es enormemente funcional, y colabora en la concreción de algunas escenas de belleza visual, no presenta mayores sorpresas, y deja la sensación de algo de tiempo atrás, y también de algo inconcluso, que no llegó a redondear su estética.
Molière siempre puede ser disfrutado por quienes gustan de este tipo de teatro antiguo. Hay en él recursos cómicos geniales, que luego sería reutilizados infinidad de veces. Por contrapartida, su aspecto más arcaico asoma, por ejemplo, en ese final moralizante, en el que se hace una cándida apología de la ley.
Tartufo fue una obra que la Comedia Nacional transitó muy tempranamente en su historia: en 1952 la hizo bajo dirección de Margarita Xirgu, y el rol protagónico a cargo de Enrique Guarnero. Hoy, este montaje consigue poner en pie a ese texto gigante, y lo hace a través de un espectáculo que sabe entretener.