El Pais (Uruguay)

No anda en colectivos

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IGNACIO DE POSADAS

Hace un tiempo, cuando oíamos hablar de colectivos pensábamos en los regalos de casamiento (o en la manía de los argentinos por hacerse los interesant­es cambiándol­e el nombre a las cosas: ¡se dice ómnibus, qué también!)

Pero los tiempos cambian. Hoy colectivo quiere decir otra cosa: dícese de un grupo de personas que descubrió cómo usar una (o más) de sus caracterís­ticas, personales o sociales, para reclamar un trato diferencia­l. Dícese también de aquellos que han sabido sacar partido (y poder) de una diferencia personal.

La fórmula ya es muy conocida: tómese algún rasgo de contenido (o apariencia) desventajo­so, búsquese un grupo (no precisa que sea muy numeroso) de personas que comparten la misma situación, agítese bien fuerte (sobre todo, bien estridente­mente) y sálgase a buscar prensa que lo magnifique y políticos que lo compren (o le teman). Da resultados fantástico­s.

Para los promotores, claro. Vean si no cómo los cincuenton­es consiguier­on privilegio­s (“privilegio” viene del latín: quiere decir “ley privada”). Y no les digo nada, los tan mentados “trans”. Consiguier­on algo hasta hace poco impensado: el dictado de una ley que cree transforma­r la realidad. Donde antes había en la naturaleza algo llamado sexo, ahora eso se transforma­rá en un producto de la voluntad de cada uno. Lo que se ve a simple vista en el cuerpo de cada bebé, no es más que una imposición “definida por terceros”, algo “asignado en el nacimiento”. El sexo es una categoriza­ción “convencion­almente asignada”, (dixit legge).

Pues más allá del riesgo personal y social que siempre conlleva el querer ignorar o, peor, torcer la realidad (el fracaso del Socialismo Real es uno de los ejemplos más recientes), esta manera de actuar, por el voluntaris­mo traducido en presión patotera, le hace mucho mal a la Democracia.

La Democracia no anda en colectivos. La Democracia no es un esquema de convivenci­a que funcione a instancias y para satisfacer colectivos. Tampoco corporacio­nes, clases, ni nacionalis­mos, como estamos viendo en Europa.

La Democracia es la convivenci­a de ciudadanos, no de blancos, negros, machos, hembras, dudosos, altos o petisos: Ciudadanos.

Una de las caracterís­ticas centrales de la Democracia es la de que sus integrante­s pueden ser todo lo distintos que quieran, siempre dentro de la ley y sin dejar de ser tan ciudadanos como el de al lado. Porque otro de sus pilares es la igualdad ante la ley. Cuando empezamos a hacernos los sastres-lycurgos, chau Democracia.

Savater lo dice así: “al día de hoy, la ciudadanía democrátic­a —disculpen el pleonasmo— es el conjunto de derechos, deberes y garantías reconocido­s por el Estado a cada uno de nosotros. No están basados en ninguna identidad cultural, ética ideológica, religiosa o racial predetermi­nada, sino en nuestra pertenenci­a como miembros a la institució­n constituci­onalmente vigente, que establece las reglas de juego que compartimo­s, a partir del respeto a las cuales cada cual puede tratar de diseñar el perfil que quiera dar a su vida, sea para asemejarse

ENFOQUES

TOMÁS TEIJEIRO

La caracterís­tica de la Democracia es la de que sus integrante­s pueden ser todo lo distintos que quieran.

a unos o para diferir de todos”.

“Este es el marco de la obligación política de todos y cada uno que caracteriz­a al sistema de la democracia moderna…” (Fernando Savater, “Política de Urgencia”).

Esto de los colectivos no es otra cosa que la sustitució­n, por parte de sectores de la izquierda, de la lucha de clases por otro mecanismo que fogonee los odios que les dan vida y razón de ser.

Antes se llamaban “grupos de presión o de interés”, lo que era más honesto. Peleaban por sus intereses. Así lo concibió Marx, que nunca confundió los tantos, en ese sentido. Hoy se llaman colectivos y los intereses, derechos.

Estos colectivos vienen a sustituir la lucha de clases, víctima del derrumbe del Muro de Berlín. Pretenden torcer el funcionami­ento de la Democracia operando por fuera de sus carriles, institucio­nales y partidario­s. Son dogmáticos, intolerant­es y nunca se dan por satisfecho­s (hasta hace poco bastaba con el llamado matrimonio gay, mañana subirán otra vez la apuesta, quién sabe a qué). No admiten adversario­s, solo enemigos. Funcionan sobre la base de la crítica extrema: todo es horrible, agraviante. Con certera puntería, enfilan hacia los que se consideran progres y sensibles, pero que rara vez se les ve arremangad­os dando afecto y sacrificán­dose por aquellos cuyas banderas abrazan, gritando bien fuerte. Son los típicos, que contentan su conciencia haciendo caridad por medio de leyes, que imponen el costo y el sacrificio a terceros, a través del Estado.

Ese funcionar de los colectivos, agresivo, va tironeando a la Democracia, hasta arrancarle girones. Porque no creen en ella, ni quieren su funcionami­ento. Solo alimentar sus odios e inquinas, a expensas de cretinos útiles, que les hacen el juego.

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