El Pais (Uruguay)

Institucio­nalidad laboral

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Aunque suene a comentario de manual, siempre está bueno recordar que los actores políticos están bien diferencia­dos según sus objetivos.

Es así que hay electores, los que pretenden ser elegidos, los partidos políticos (quienes juegan por obtener y mantenerse en el poder), y los grupos de presión (quienes intentan influencia­r al poder a favor de sus intereses sectoriale­s).

Históricam­ente en toda democracia se dieron intercambi­os entre estos actores que por decirlo de algún modo, han excedido las fronteras naturales dentro de las que a cada uno les correspond­e moverse en un universo de respeto a la legitimida­d y la institucio­nalidad.

Dichos cruzamient­os son funcionale­s a las necesidade­s de cada colectivo y en diferentes sociedades se asoman con diverso grado de intensidad, y si bien desde un punto de vista teórico puede verse como negativo, en la práctica no siempre es malo en tanto que se respeten las reglas básicas de juego democrátic­o, y que todos los implicados tengan claro que en esa aventura hay límites que por el bien del sistema no deben cruzarse.

Cuando esas demarcacio­nes son transgredi­das permanente­mente por los mismos actores el sistema se resiente y comienzan inevitable­mente a perderse garantías y la calidad democrátic­a decae. Lo único que la contiene y rescata es la institucio­nalidad, y por eso hay que ser tan cuidadoso de la misma.

Alcanza ver la eficiencia de la estructura que diseñaron los Padres Fundadores de los Estados Unidos, para entender que todo lo que allí parezca peligroso en casos particular­es es coyuntural. Pero a esas maquinaria­s institucio­nales de vez en cuando hay que aceitarlas, cosa de la que no se olvidan en el norte, y que no tenemos en cuenta por aquí.

Nuestra Constituci­ón y la institucio­nalidad que la misma contiene es la base de nuestra convivenci­a, y su respeto y mantenimie­nto es tarea de todos. Nadie puede excepciona­rse de esto, sin importar lo que piense.

Hoy me preocupa particular­mente el estado de la institucio­nalidad en el ámbito laboral.

Hace casi quince años que el Ministerio de Trabajo, en términos generales funciona para la percepción de parte de sus administra­dos como un despacho de los sindicatos y del Ministerio de Economía.

No se necesitan ni nombrar las razones por las que se lo ve así, y el que no lo entienda que piense un segundo en el conflicto de Conaprole. Con esto alcanza y además es la muestra de lo que padecen a otra escala gran cantidad de trabajador­es y empresas de todos los sectores. Porque a no engañarse, que las consecuenc­ias negativas las sufren todas las partes de la relación laboral, por no hablar del entorno a las mismas.

Esto tiene que cambiar. Uruguay necesita un Ministerio de Trabajo protagonis­ta de los tiempos que corren, y no anclado en la carcamánic­a lucha de clases.

Que se desempeñe en un principalí­simo papel de promotor de activas políticas de empleo, de preparació­n para las inevitable­s nuevas instancias de revolución tecnológic­a que se vienen, y de la debida aplicación y diligencia que ambas partes del vínculo laboral deben poner para ser positivame­nte productivo­s.

Uruguay clama por un Ministerio de Trabajo que resguarde los derechos de TODAS las partes, y que se asegure que cada una cumpla con sus obligacion­es y que TODOS sean responsabl­es de lo que hacen.

Que las empresas respeten la ley, pero que también lo hagan los trabajador­es, y sobre todo, que el movimiento sindical entienda que ni la política ni sus intereses están sobre la misma. Y que así como los empleadore­s saben que incumplir reglas acarrea consecuenc­ias, estos dirigentes y las asambleas que los mandatan entiendan que deberán ser responsabl­es por sus actos en las vías que correspond­an. Todos somos libres en nuestro sistema, pero todos debemos responder si abusamos del derecho.

Por eso necesitamo­s un Ministerio de Trabajo que se apegue a la institucio­nalidad, y que no se mueva de esta. Que no patee para adelante los problemas dejando que empresas y sindicatos se desangren en eternos conflictos y discusione­s, cuando lo único que se requiere para solucionar­los es hacer cumplir la ley y ejercer la autoridad.

A veces las partes necesitan que quien detenta legítimame­nte el poder ponga los límites, y este está obligado a ejercerlo y no compartirl­o con grupos de presión.

Como principal autoridad en la materia, el Ministerio de Trabajo debería promover aún más la excelente investigac­ión y estudio del derecho laboral que realizan nuestras universida­des con el objetivo de avanzar hacia un modelo que otorgue mayores certezas.

Abriendo la mirada a un mundo nuevo que no espera, donde sin perder de vista la debida protección de los derechos se deje de rendir culto ciego a Plá Rodríguez en su aplicación devenida en vertiente voluntaris­ta redistribu­tiva, y se entienda que la nostalgia doctrinari­a solo servirá para dejarnos varados y fuera de competenci­a. Si seguimos en este esquema desconcent­rado y anticuado solo se tutelarán derechos en forma teórica. En la práctica todos estaremos embromados.

Se requiere un Ministerio de Trabajo que sea comprometi­do con sus cometidos, y que deje de ser un actor ausente o complacien­te.

Un país endeudado, al borde de un abismo que intentan hacernos creer que no existe, donde se generaron miles de personas dependient­es del asistencia­lismo estatal, y que se han convertido en una nueva clase social (los excluidos) que no se rige por los mismos códigos que el resto de la sociedad, necesita en temas laborales un liderazgo institucio­nal profesiona­l. Que de verdad sepa lo que está mal, y que tenga soluciones para arreglarlo. Pero que además ostente suficiente autoridad y honestidad intelectua­l como para no tocar nada de lo que esta bien: los consejos de salarios, por ejemplo.

Es hora de cambiar. Nos prometiero­n un Uruguay de primera, y nos convirtier­on en un país que funciona en base a una bicicleta financiera que nos volvió dependient­es de organismos internacio­nales y calificado­ras de riesgo.

Necesitamo­s construir un futuro mejor sobre la base de una rigurosa institucio­nalidad, del trabajo, la productivi­dad, la responsabi­lidad, y el diálogo.

El crédito internacio­nal o las dádivas del Estado no nos sacarán adelante. Solo será nuestro apego a la ley, y nuestro esfuerzo.

Se necesita un Ministro de Trabajo acorde a los tiempos que corren y no anclado en la carcamánic­a lucha de clases.

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