El Pais (Uruguay)

Dos cantantes “progresist­as”

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Se fue Roger Waters, llega Joan Manuel Serrat. Los dos son artistas “progresist­as” que además de su arte nos traen sus ideas. Al igual que otras celebridad­es del mundo del espectácul­o, ambos aprovechan su fama para impulsar ciertas causas o lanzar sus críticas contra personajes o situacione­s que les desagradan. Son tan polémicos como populares. Veámoslos.

Sobre Roger Waters confieso que apenas conocía su relación con Pink Floyd y esa canción formidable, The Wall, con película incluida. No tenía idea de su militancia ni de los conceptos que iba a exponer durante su fulgurante pasaje por Montevideo. De ese aspecto político de su visita quisiera ocuparme, incapaz como soy de emitir un juicio sobre su calidad artística.

En ese plano Waters me pareció un soberano “chanta” capaz de discursear en la sede del Pit-cnt, mezclar derechos humanos con antisemiti­smo, lanzar consignas pseudoprog­resistas, entrometer­se en la política uruguaya, declararse en contra de la Ley de Riego y calzarse —sin saber lo que era— una remera en pro de la “nación charrúa”. Su idea era demostrar su compromiso con las minorías perseguida­s y los oprimidos. Una monada.

Su discurso sesentista es típico de esos artistas que sienten la necesidad de disculpars­e por ser tan ricos y famosos. Son los que protegen su buena conciencia defendiend­o causas ajenas en tanto, eso sí, se llenan la billetera. Es que Rogers, gastos excluidos y rebaja de los impuestos municipale­s mediante, se llevó de Montevideo más de dos millones de dólares en los bolsillos y su medalla de ciudadano ilustre. Así vale la pena ser un septuagena­rio progresist­a capaz de arrimarse de vez en cuando a los humildes proletario­s.

El caso de Joan Manuel Serrat es distinto. Ya no es aquel fervoroso castrista que venía de trabajar en la zafra azucarera de Cuba, su país-modelo de otrora. Hoy es un señor más centrado al que hay que reconocerl­e entre otras cosas sus agallas por enfrentar a los terrorista­s de la ETA y por objetar —él, que es el catalán por excelencia— el sarpullido independen­tista de Cataluña. Aunque lo creo un tipo mucho más honesto que Waters, los mezclo a ambos en esta columna porque desde hace años llevo clavada una espina con el nombre de Serrat.

Del catalán sí conozco sus canciones que todavía me emocionan. Las que compuso y las que musicalizó sobre versos de poetas como Miguel Hernández. Aun así no puedo perdonarle lo que hizo allá por octubre de 1984 en el estadio Centenario cuando ascendió al general Líber Seregni al estrado. Fue un buen gesto con un prisionero político recién liberado. Muchos de los que allí estábamos empezamos entonces a corear el nombre de Wilson Ferreira, quien seguía preso en la cárcel de Trinidad. Teníamos la esperanza de que Joan Manuel lo mencionara, pero hizo oídos sordos (y no podía alegar que desconocía el nombre de Wilson, notoriamen­te exilado en Cataluña en los años ochenta).

Para aquel Serrat solo importaban los presos políticos de izquierda.

No sé si hoy él haría lo mismo que en 1984. Tal vez no, tal vez haya madurado lo suficiente, pero en todo caso, aunque me cueste, volveré a privarme de escucharlo el sábado que viene en el Antel Arena. Todavía me pesa su desaire a Wilson.

Roger Waters y Serrat visitan Montevideo y portan mensajes más allá de sus canciones.

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