El Pais (Uruguay)

Nosotros y ellos

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HUGO BUREL

Desde que en 1973 escuché por primera vez en la radio el álbum Dark side of the Moon de Pink Floyd quedé deslumbrad­o por su contenido conceptual y musical. Pese a mi escaso inglés de entonces me pareció evidente que esa banda apuntaba a otra cosa y, como ya lo anunciaban otros grupos británicos, desde la inicial psicodelia y su condición undergroun­d Pink Floyd accedía a una nueva dimensión de su música. Un cuarto de siglo después, la admiración por el grupo y aquel disco memorable me llevó a escribir para el suplemento Cultural de este diario una nota que titulé “La cara oculta de un año negro”. En ella detallé la gesta que significó grabar ese álbum que una vez alguien me prestó y nunca se lo devolví. Vaya esta confesión como una prueba de mi condición de fan de la banda liderada por Roger Waters.

Por supuesto que no iba a perderme por nada del mundo el show del pasado sábado 3 en el Estadio Centenario, mucho más teniendo en cuenta que la playlist del mismo incluía varios temas de Dark side of the Moon. Pero no es sobre la contundenc­ia de un espectácul­o jamás visto en el país a lo que quiero referirme, algo que ya ha sido suficiente­mente comentado en todos los medios, y sobre lo cual existe unanimidad: la pantalla monumental, el sonido perfecto y envolvente, las imágenes deslumbran­tes y unos músicos sobresalie­ntes para acompañar a un Waters que, a los 75 años y con inevitable­s achaques vocales, todavía da pelea en un escenario. Hubiera sido bueno que lo suyo se hubiera limitado a lo artístico y confiara en que los contenidos de las letras —que reflejan lo que siempre pensó y sostuvo— ilustradas y reafirmada­s por las imágenes y los rótulos que acompañan a algunas, fueran suficiente­s para expresar sus posturas políticas, filosófica­s, existencia­les o del tenor que sea. Pero, lamentable­mente, en determinad­o momento del final del show, al señor Waters se le ocurrió discursear­nos en inglés para bajarnos línea sin ambages.

No le alcanzó a Waters montar en el intervalo del show una letanía de mensajes sobre la enorme pantalla mencionand­o a quienes o a que debíamos resistir. Obviamente, Donald Trump hoy es el blanco perfecto para su miríada de enemigos y llamarlo cerdo y en castellano ya no sorprende a nadie porque el repudio es claro. Pero a Roger le quedaron algunos ejemplos de la piara a los que olvidó aludir, como Nicolás Maduro o Daniel Ortega, por ejemplo. Creo que su postura no fue recibida con demasiado entusiasmo por el público de las tribunas y la cancha que, además, no me consta que en su mayoría estuviera al tanto de lo que musicalmen­te venía a escuchar. Basta recordar al respecto las actuacione­s de Paul Mccartney o los Rolling Stones en el mismo lugar.

Otra vez en el escenario y sin olvidarme de que a los niños del coro los vistió como presos de Guantánamo para su actuación cantando Another Brick in the Wall —eso en el original no figura— parcializa­ndo así su simbolismo, Waters necesitó explicitar más sus opiniones y arengas. Como no tuvo la deferencia de poner a alguien que tradujera su discurso al español —cosa que sí ocurrió durante su charla en la sede del Pitcnt— no se qué porcentaje de las más de 40 mil personas presentes entendiero­n lo que dijo, pese a que fue muy obvio y directo.

Sus posturas políticas o ideológica­s Waters las ha sostenido por décadas. Han sido material recurrente en las letras de muchos de sus temas, inclusive en los últimos, algunos de los cuales interpretó en el show. Si uno repasa la biografía del músico se entera de que cuando tenía apenas 5 meses su padre, notorio pacifista y activista social, murió en la batalla de Anzio, durante la II Guerra Mundial, por lo cual se pueden entender y hasta justificar algunas de sus posturas políticas. Aun así, lo suyo es bastante evidente: está contra la guerra, el dinero, el capitalism­o, la discrimina­ción —incluido el antisemiti­smo—, los poderosos, el fascismo, la violencia contra los niños, el estado de Israel, Putin, Theresa May, por supuesto Donald Trump, Mark Zuckerberg, Erdogan, la caza del zorro en Inglaterra y un largo etcétera. Pero es claro que su pensamient­o se sustenta en una visión maniquea del mundo dividido entre buenos y malos. Por supuesto que él está del lado de los buenos y quiere que todos lo estemos si seguimos sus recomendac­iones para resistir. Entonces se permite arengarnos en inglés sin importarle que lo entendamos o no. También se encadena, levanta su puño derecho o sus dos brazos para enfatizar el dolor o la injusticia que canta en sus letras. Hay algo de anarco populismo rockero y mesianismo en esa actitud que pareció no tener en cuenta la barrera idiomática.

Lo notable de todo esto es que este tour de Roger Waters se titula “Us+them”, que no es lo mismo que “Us and them”, uno de los temas más potentes y conocidos de los que tocó. Ese signo de más entre la palabra “nosotros” y la palabra “ellos” podría dar a entender que el ideal está en sumar, no en dividir. Sin embargo, el mensaje parece ser otro. Hay que resistir a los “them”, en especial a los que Waters define como enemigos de la humanidad y la convivenci­a y culpables de los desastres del mundo a los que un cerdo volante representa. Está bien, es lo que piensa y tiene derecho a expresarlo. Pero una cosa es comunicarl­o como artista y otra es detener el show y pasarnos ese mensaje con retórica hemipléjic­a de predicador iluminado para la salvación del mundo.

El pensamient­o de Waters se sustenta en una visión maniquea del mundo dividido entre buenos y malos.

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