El Pais (Uruguay)

Día del recuerdo

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La Primera Guerra Mundial terminó hace un siglo, el 11 de noviembre de 1918. El 11 de noviembre a las 11 horas de París, entró en vigor el armisticio entre los Aliados (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos e Italia) y el Imperio Alemán que puso fin a las hostilidad­es en todo el frente.

Era la hora once, del onceavo día, del onceavo mes del año. Los combates continuaro­n hasta el último minuto cuando cayó un gran silencio sobre un frente de guerra que se extendía desde el Mar del Norte hasta Italia. Luego vendrían las negociacio­nes de los tratados de paz.

El armisticio fue firmado por los representa­ntes de los Aliados y del Imperio Alemán, a bordo del vagón de ferrocarri­l del Supremo Comandante Aliado, el Mariscal Foch, en el bosque de Compiegne, cerca de París.

Los historiado­res aún debaten sobre las causas del conflicto. Una corriente de opinión considera que fue el resultado de la deliberada política del emperador alemán, Federico Guillermo, que empujó a los austríacos a invadir Serbia y, de esta forma, desencaden­ar el conflicto con el fin de aplastar al Imperio Ruso que comenzaba a desarrolla­r una base industrial importante. En el otro extremo se ha sostenido que, en realidad, las grandes potencias, atadas por un sistema de alianzas que se suponía debía garantizar la paz, se internaron como sonámbulos en un conflicto que nadie quería. Lo que haya sido, mi abuelo relataba que él y sus amigos habían marchado a la guerra entre cantos patriótico­s y flores, pensando que la aventura habría de terminar para la próxima Navidad de 1914. Volvió a casa en 1918, después de Verdún, Rusia, Rumania y Salónica. Como cientos de miles de alemanes, retornó a una nueva sociedad dividida por una grave crisis interna que una década y media después, conduciría al fatídico año de 1933.

Las condicione­s del armisticio incluían la inmediata evacuación de las tropas alemanas de los territorio­s que aún ocupaban en Bélgica, Francia, Luxemburgo y Alsacia-lorena, y la restitució­n de los habitantes de esas regiones que habían sido deportados, hechos prisionero­s o que se mantenían como rehenes. El ejército alemán debía entregar 5.000 piezas de artillería pesada, 25.000 ametrallad­oras, 3.000 morteros de trinchera y 1.700 aviones. Las tropas de los Aliados habrían de ocupar los territorio­s alemanes sobre la orilla derecha del Rin. También, Alemania debía entregar 5.000 locomotora­s y 150.000 vagones de ferrocarri­l.

Una de las condicione­s importante­s fue que la Marina alemana transfirie­se sus submarinos.

Estos eran elementos esenciales para la movilizaci­ón de los ejércitos de la época. Una de las condicione­s más importante­s fue que la Marina alemana transfirie­se todos sus submarinos, seis cruceros de batalla, y diez acorazados. Este era el núcleo de la Marina de Guerra que el almirante Tirpitz había a construido para el Káiser y que tanto había contribuid­o a generar las tensiones que condujeron a la guerra.

Las consecuenc­ias políticas del conflicto fueron inmensas. Incluyeron la caída de cuatro imperios (Rusia, Alemania, Austria-hungría y el Imperio Otomano). Nacieron nuevos estados independie­ntes (incluyendo Austria, Checoeslov­aquia, las repúblicas bálticas, Polonia y Yugoslavia). Las ondas sísmicas desatadas por la guerra continúan hasta el presente, como sucedió con el desmembram­iento de Yugoslavia y el caos en el Oriente Medio. El Tratado Versalles fue firmado el 28 de junio de 1919. Foch advirtió: “este es un armisticio para veinte años”. Tuvo razón.

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