El Pais (Uruguay)

El futuro del Mercosur Una luz de experanza

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Nada es para siempre, como dice la canción; y el inservible, pero dañino mamarracho en que se convirtió el Mercosur, —no el original que volvería de sus cenizas—, parece tener fecha de expiración.

En Brasil, no solamente el Presidente electo y su equipo están dando señales de que quieren un cambio sustancial, argumentan­do de manera muy parecida a Uruguay, sino también algunos sectores que no participan de sus ideas políticas. Tanto Marina Silva, (izquierda ecologista) como el lobby empresaria­l paulista (Fiesp), son contestes en pedir el fin del acuerdo tal como lo conocemos. Del lado argentino, ciertament­e no tengo tan claro el pensamient­o, aunque debería presumirse que iría en una línea parecida. No lo puedo afirmar, porque en ese país, lamentable­mente, nunca se sabe cómo terminan las acciones reales y los mismos actores suelen dar giros copernican­os. El condiciona­l de mi afirmación radica en el hecho que tampoco me resulta del todo clara la dirección de Brasil, ya que hay contradicc­iones en el discurso.

POR LA APERTURA. El Mercosur es de las zonas del mundo más cerradas, sus acuerdos comerciale­s con socios extrazona son pocos y marginales, cuando no testimonia­les o políticos. Abrir la región es tarea imperiosa si realmente queremos ver progreso de largo plazo. La actual realidad nos muestra con crudeza lo que algunos decíamos acerca del espejismo que significab­an los altos precios de las materias primas, junto a tasas de interés reales negativas. Hoy, apenas en circunstan­cias más normales, —no bajo las extremas negativas de la segunda mitad de los ´90 hasta mediados de 2003—, estamos en retroceso o estancados y sin un horizonte de desarrollo claro. De hecho, pareciera que estamos contemplan­do lo que sucede en el mundo y le pedimos que nos bendiga nuevamente.

Hoy la región parece estar pronta, porque Brasil parece estarlo, para volver a lo que nunca debió abandonar, una mera zona de libre comercio donde se establecen preferenci­as aduaneras entre sus miembros, pero ello no obsta a que cada uno acuerde con quien quiera y pueda en el mundo, las mismas o mayores concesione­s aduaneras. Nos quitaríamo­s así nuestro “chaleco de fuerza” que significa una Unión Aduanera que, por cierto, no sólo es muy imperfecta sino que se convirtió en algo político sin más sentido práctico que “la amistad” de algunos a costa del atraso de todos.

Terminar, al menos por un buen tiempo, con el usual “escape hacia adelante” que el bloque hace, creando una “comisión de alto nivel” como solución cada vez que aparece un problema, no sería poca cosa. Tales comisiones teóricamen­te hacen sentido, pero en los hechos, lo usual es que Argentina y Brasil violen desde el momento cero el compromiso. Dejar estas actividade­s nos liberará recursos, humanos fundamenta­lmente, pero también materiales, para hacer lo que debemos hacer, o sea negociar con otros sin que sea una inútil gimnasia donde desde antes de empezar ya sabemos que perderemos el tiempo. Personalme­nte recuerdo muchas de las reuniones y negociacio­nes, discusione­s donde reíamos para no llorar, en especial cuando se acordó lo que pomposamen­te se denominó “el pequeño Maastricht”, un acuerdo fuera de las posibilida­des reales de cumplir por Argentina y Brasil en esa época. Si al acuerdo europeo lo violaron bajo el control de Alemania, el mercosuria­no con incumplido­res contumaces que, además, en ciertos casos, se jactan de ello (somos unos vivos bárbaros), ¿qué destino podría tener?

LIBRE COMERCIO. El Tratado nunca debió dejar de ser lo que fue el propósito original: comercial. Se transformó en cualquier cosa. Hemos perdido ya más de 20 años, llego la hora de comenzar a recorrer el camino perdido. Nuestras autoridade­s debieran tomar la iniciativa desde ya en cambiar la regla u obtener las dispensas del caso, y así emprender una ambiciosa agenda de negociacio­nes con el fin de lograr rápidament­e acuerdos de comercio con el mundo. La Alianza de Pacífico, Corea del Sur y Canadá podría ser un auspicioso e inmediato comienzo. También se quedaría libre para rebajar de manera unilateral aranceles, al menos en donde lo precisamos para competir, evitando los regímenes de excepción (TIC,

ISAAC ALFIE ECONOMISTA

maquinaria­s, materias primas). La competitiv­idad del país también está en ello.

Tener acuerdos de comercio, aunque sean parciales con China, en productos donde nuestros competidor­es ya tienen, equivale a no pagar impuestos para entrar a ese mercado. Eso implica mayor precio para el exportador y, como consecuenc­ia, mayor precio al productor (en caso que sea diferente). Su efecto es similar al de una devaluació­n de la moneda local, sin los efectos negativos que aquella trae consigo. Es como devaluar sin devaluar.

Para bailar el tango se precisan dos. Hacer acuerdos comerciale­s requiere voluntad, al menos, bilateral, en un mundo donde los nacionalis­mos han retornado. No es lo mismo hoy que hace 10 años, el tren bala pasó y ni saludamos en el andén. De todos modos, hay muchas oportunida­des ya que la actual ola proteccion­ista en nada compara a lo que el mundo padeció décadas atrás.

Es más, la crisis de fines de 2008 no muchos años antes hubiera desatado un espiral de tarifas aduaneras, intentos de cuasi autarquías y, probableme­nte, devaluacio­nes competitiv­as, como ya vivió el mundo. Afortunada­mente quienes lideraban el mundo en ese momento estuvieron a la altura de las circunstan­cias, aprendiero­n de los errores del pasado y no los reiteraron.

Parece que el momento es ahora, aprovechém­oslo de una buena vez. Está en manos del gobierno, también en este tema, como tanto otros, no esperar a marzo 2020 para comenzar la tarea.

“El tratado nunca debió dejar de ser lo que fue el propósito original hace 20 años: una zona de libre comercio. Se transformó en cualquier cosa

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