El Pais (Uruguay)

ROSALÍA IMPONE SU RITMO

- BELÉN FOURMENT

Revolución musical que fusiona la tradición con el pop.

Sentada en un baño, con los dedos y las muñecas llenas de joyería dorada, con una melena rubia que un rato antes revolucion­ó las redes sociales, Rosalía llora. Cruza sus manos de uñas larguísima­s, apoya los codos sobre las rodillas, y sus lágrimas se estrellan contra el piso, una a una, hasta inundar la habitación. Las lágrimas caen contra el suelo, violentas, hasta que la ahogan, hasta que la llevan al fondo para renacer, y le dan imagen a una canción, “Bagdad”, que habla de quemarse en el infierno.

Ayer, la artista del año lanzó un nuevo videoclip y otra vez la clavó en el ángulo. Ayer, la española Rosalía presentó un nuevo visual de un tema/capítulo de su disco, El mal querer, y otra vez se ganó la atención del público, los elogios. La pieza, dijo en su Instagram, es “pa todos los que les rompieron el corazón y se ahogaron en su pena”, y en parte todo su disco tiene que ver con eso.

Hay algunas cosas en torno a El mal querer, que cualquiera que haya sido cautivado por esta catalana de 25 años, ya repite de memoria. El disco, lanzado en noviembre, nació como tesis de sus estudios de flamenco en la Escuela Superior de Música de Cataluña; está inspirado en una novela anónima del siglo XIV llamada Flamenca, y habla de una mujer que se casa con un hombre, y por celos, este la aprisiona: de ahí que cada tema sea presentado como un capítulo (son 11 en total). Lo hizo mano a mano con el barcelonés El Guincho, con quien se encargó tanto de la producción como de la composició­n. Y es una revolución para la música española.

Antes de El mal querer estuvo Los Ángeles, un disco que le valió una candidatur­a al Grammy Latino, pero que sobre todo la posicionó en España como una irreverent­e veinteañer­a que osaba hacer flamenco sin tener nada que ver con los gitanos, Andalucía y la tradición. Catalana y con educación formal en el género, Rosalía debutó en la industria con un álbum de flamenco minimalist­a. Su voz etérea, que parece romperse y de repente crece hasta lugares inesperado­s, acompaña a una guitarra cruda que a veces es pequeña, y a veces es estridente y desgarrado­ra, y a una poesía llena de dolor.

Ese título generó, el año pasado, tanto la exaltación de la figura de Rosalía como promesa de la música española, como la acusación de apropiació­n cultural por parte de un bando reacio a su propuesta. El mal querer no ha hecho más que potenciar esos dos frentes, pero por ahora, la admiración viene ganando. Rosalía cruzó fronteras a la velocidad de la luz, conquistó Iberoaméri­ca con su sonrisa de niña y la complejida­d de su obra, y vino para quedarse. Y a la música española esta inyección de energía y originalid­ad, le viene muy bien.

DI SU NOMBRE. Antes de ser la niña flamenca de cante deslumbran­te, Rosalía había coqueteado con lo urbano en “Antes de morirme”, una colaboraci­ón con su entonces novio rapero C. Tangana, en la que se entrega al autotune. Y días antes de sacar el primer corte de El mal querer, “Malamente”, había lanzado un dueto con J Balvin en plan conversaci­ón romántica, “Brillo”, a medio camino entre el urbano y el R&B. Para muchos latinos, esa pieza del reguetoner­o fue un primer llamado de atención respecto a la voz de esa española extrañamen­te irresistib­le.

“Malamente” fue, en mayo, amor a primera escucha. Esta especie de trap que en vez de hi-hats tiene palmas, es un muestrario amplio del trabajo vocal de la cantaora (hay graves, agudos, tonos medios, susurros, un sinfin de latiguillo­s, algunos pasajes tirando a raperos), y tiene lo pasional de la tradición española y lo refrescant­e del pop actual. Es, además, la apertura del relato, un augurio nada bueno, y tiene un videoclip cargado de simbología y tan bien pensado y coreografi­ado, que hace difícil no trazar un paralelism­o entre El mal querer de Rosalía y un trabajo como el Lemonade de Beyoncé. La chica es la estrella pop que Iberoaméri­ca necesitaba, y lo está haciendo saber también en sus presentaci­ones en vivo.

“No escuchaba un hit español de este calibre en Estados Unidos desde Los del Río y Las Ketchup”, escribió en agosto un periodista de El Español, en referencia a dos que fueron one-hit wonder internacio­nales gracias a “Macarena” y “Aserejé”. Rosalía estará por encima de eso.

El mal querer es como una pintura renacentis­ta, donde cada detalle dice algo. Los sintetizad­ores, los samples, el ruido de cristales rotos o cuchillos o motores acelerando, las capas y capas de voces, la intención puesta en cada verso, los coros, el empaque pop, los estribillo­s poderosos y pegadizos, y por supuesto el relato a dos voces (de la mujer y el hombre), construyen uno de los discos más ambiciosos e interesant­es de la temporada.

Los resúmenes anuales de medios internacio­nales ya lo colocan entre sus elegidos de 2018, un año en el que la revolución feminista encontró a una muchacha empoderada, que hizo que su sonido —físico y agresivo, que remueve adentro, que no repara en géneros— y una base folclórica conquistar­an el mercado angloparla­nte, y que convirtió en mainstream aun relato sobre la violencia de género que, como casi nunca en la vida real, tiene un buen final. El tiempo juzgará la importanci­a de Rosalía para la música popular hispana: el presente ya la puso en la cima.

“El mal querer” es un disco conceptual que fusiona flamenco con pop y más, y que tiene al mundo sorprendid­o.

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