“Hoy se pide un mundo contentito”
Esta noche en el Solís, García Vigil y Ruben Rada cierran la temporada de la Filarmónica
—¿Cómo está viendo las temporadas operísticas locales? —Veo una caída importante en las temporadas operísticas. Desde la serie de óperas que hicimos con Roberto Oswald en el Solís, las cosas fueron cambiando. Parece que hubiera como una obligación de ingresar en nuevas estéticas, cambiar por cambiar. Parece que no hubiera más talentos para buscar donde hay que buscar. Y como no encuentran, inventan una especie de arte ingenuo. Ingenuamente renovador, entre comillas. Y un poco ignorante de lo que es tantos años de historia del arte.
—¿Cómo va a ser el concierto de esta noche en el Solís?
—En realidad no sé. Me invitaron a participar de este homenaje a Camerata Punta del Este, de la cual fui fundador, junto con Manolo Guardia y algunos otros. Manolo fue el origen de la Camerata, su primera figura. Me invitaron a este homenaje y accedí a participar, humildemente, igual que como era mi cargo en la Camerata, como contrabajista. Haremos algunos tangos, los conozco muy bien, los he tocado mucho tiempo. He orquestado algunos. Creo que voy a tocar mis propias orquestaciones.
—Hoy va a compartir escenario con Ruben Rada. Y usted es el autor de “Variaciones sobre un tema de Rada”, una obra maravillosa. —Sí, no sé que va a pasar, ni qué va a hacer Rada hoy. Variaciones sobre un tema de Rada fue un juego de orquestación, y un homenaje a Ravel. Al ritmo de base que usó Ravel, yo comencé con la marcha camión de la murga. Y de ahí en adelante seguí todo el proyecto de construcción de elevación, en el orden que usó Ravel en “Bolero”. Pero tomé de base una melodía de Rada, “Candombe para El Fatto”. Un motivo melódico muy simple, concreto, con una forma definida. Hasta que al final ingresaban dos grupos de percusión de murga. Se ha tocado en varias partes del mundo, incluso la ha dirigido Gustavo Dudamel en varias oportunidades. —Es una gran conjunción entre la música popular uruguaya y la música clásica.
—Sí, es muy simple esa canción de Rada, como todas sus cosas. Las cosas de Rada son inspiraciones del momento, que de pronto la propia sencillez y la propia originalidad las hace perdurar. “Candombe para El Fatto” era lo que yo precisaba para hacer una homenaje al método de orquestación que usó Ravel. La murga es de Montevideo, Rada es una expresión de la música montevideana: es barrio Sur, candombe. Rada ha viajado por diferentes territorios, desde el rock al humor. Pero dentro de sí tiene una semilla de candombe. Una semilla creativa, sobre todo de una gran espontaneidad y alegría. No conozco ninguna canción melancólica de Rada. Y sí conozco muchas expresiones de murga desgarradoras: como el Canario Luna cuando dice ‘Me voy, como se han ido tantos...’ —Usted con la Filarmónica hizo una labor enorme...
—Sí, yo recibí una orquesta chica, segundona. Y me propuse hacer una gran orquesta. En general, en todo el mundo, las orquestas filarmónicas, dependen del presupuesto de la ciudad. Son orquestas de ciudades. Y las sinfónicas son nacionales. El padre económico de la filarmónica es el gobierno de la ciudad, que es más recaudador en general que el gobierno nacional. Hay estudios que marcan que, en Europa, por cada millón de habitantes, hay posibilidades de tener una orquesta. Y acá era un buen lugar para llevar adelante esa experiencia, y la Filarmónica pasó de 30 a unos 100 integrantes. Y los esponsors que tuvimos cuando empezamos a crecer: Rolex, Mercedes Benz, Chivas Regal.
—Y salir de los teatros.
—Sí, cuando eso sucedía, hubo que rehacer el Solís, y nos quedamos sin ese teatro. Tuvimos que actuar dentro de la propia Intendencia, en el foyer, en el salón de actos. La gente pidió que la orquesta saliera. Lo pensamos con inteligencia: los festivales vieneses los hacíamos en el Hotel del Prado, muy bien iluminado. O el Lago del Parque Rodó. Y en la Fortaleza del Cerro. Proyectos que se han dejado de hacer. Y esa orquesta, como un acto de surrealismo, una noche me encontré dirigiendo al aire libre, al lado de la pirámide de Keops, “La Cumparsita”. —En su momento Camerata fue también un proyecto pujante.
—Sí, también fue un paso que nos hizo creer en la posibilidad de llevar proyectos adelante. Fue una cosa chica, pero que también fue creciendo. Con un gran control de calidad. Realmente no nos importaban los dividendos. Era jugarse por el arte, no la mercadocracia.
—¿Le parece que los fondos públicos para la cultura están bien direccionados?
—No se pueden alejar de una moda que hay dentro de las nuevas generaciones, que están pidiendo un mundo contentito. Hoy se pide un mundo contentito, alegre, divertido. Donde el drama mejor sacarlo del medio. Yo lo caricaturizo como dadaísmo. Me tocó vivir 77 años. Empecé a estudiar el piano a los cuatro, con Guillermo Kolischer, que vivía al lado de mi casa. Vi la Segunda Guerra Mundial. Espero no ver la Tercera.
“Veo una caída importante en las temporadas operísticas”.