Crece la explotación sexual de niños
Cada vez se detectan víctimas más chicas y más explotados: aumenta 48% en cuatro años
Todo comenzó en el murito de una esquina. Un chico de 15 años, al que llamaremos Juan, solía juntarse ahí con sus amigos del liceo. Un día, de esos que nadie recuerda con precisión cuándo fue, el padre de una compañera de clase empezó a frecuentar esas reuniones. Pese a que este hombre era unos 40 años mayor que Juan, comenzó a ganarse su confianza. Fue así que, para no alargar la historia, le ofreció sexo a cambio de droga.
Todo comenzó con una simple conversación por Internet. Fue una charla tan simpática que derivó en una relación de noviazgo virtual. Ella, a quien llamaremos Carla y que tiene 13 años, le mandaba fotos posando desnuda a pedido de él, un chico que decía compartir la misma edad y que vivía en Europa. Una tardecita, Carla se aburrió de aquella relación y se negó a seguir enviándole imágenes suyas. El “novio”, en represalia, le hackeó la cuenta de Facebook y difundió las fotos. La división de Delitos Informáticos comprobó que el hombre tenía en realidad 52 años y contaba con un blog en el que vendía las imágenes de sus “niñas”.
Todo comenzó en la ruta, a donde la llevaba su padrastro. En el barrio se rumoreaba que allí se subía a un auto de alta gama, el mismo que algunas noches aparecía estacionado en la puerta de su casa y que manejaba un hombre de 44 o 45 años. Cada tanto el señor llegaba con flores o regalos, haciéndole creer a la adolescente que ya era una adulta y que lo de ellos era amor puro. La chica jamás le contó a su madre sobre esta relación y solo veía a su “novio-explotador” por las noches, cuando la mamá salía a trabajar en una empresa que limpia bancos y oficinas públicas. Pero una tarde, los educadores del Centro Juvenil del pueblo vieron a la joven tan angustiada que, tras unas indagatorias, notaron que ella estaba embarazada y que el adulto era un auténtico explotador
Todo comenzó con un menor de edad al que convirtieron en mercancía y un adulto dispuesto a comprarlo. Estas historias pasaron en estos últimos meses, acá, en Uruguay.
Hoy es el Día Nacional Contra la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes, y los datos oficiales muestran que el flagelo crece.
El Instituto del Niño y el Adolescente de Uruguay (INAU) constató, en lo que va del año, 380 casos de explotación sexual comercial de menores de edad. Significa un aumento de 48% desde 2015, cuando ya existía una sistematización de los datos. Es que “en 2008 apenas se detectaban unos 20 casos, pero porque el tema estaba invisibilizado”, explicó Luis Purtscher, director del comité para erradicar la explotación sexual de niños (Conapees). —¿Crecieron los casos de explotación o se denuncia más? —Las dos cosas. Los funcionarios de la salud, las maestras, los policías están más entrenados para detectar casos. Pero también hay un fenómeno global, del que Uruguay no es ajeno, en el que hay adultos dispuestos a pagar, a hacer regalos, a extorsionar a cambio de sexo con niños y adolescentes. Esos adultos, y también los proxenetas, encuentran ahora nuevas formas de explotación.
El INAU viene observando dos cambios en este fenómeno: cada vez se detectan víctimas más chicas (de 12 o 13 años) e Internet pasó a ser una de las vías predilectas de los adultos para captar a sus explotados.
“Hay situaciones en las que ya sabemos que suele haber un aumento de casos. Sucede en el verano en las zonas turísticas, sucede en la dinámica de frontera seca o en el interior profundo que es donde el niño queda más vulnerable. Sucede cada vez que se instala un emprendimiento productivo y se genera un boom comercial a su alrededor. Pero también sucede en Internet, en la esquina del barrio... puede que el explotador sea tu vecino o que el que paga por sexo sea tu amigo”, explicó Purtscher.
Por eso el INAU está poniendo el foco en que los adultos tomen consciencia de que pagarle por sexo a un menor es un delito, “aunque parezca que tenga ganas o que tenía la apariencia de un adulto”.
En una investigación realizada en 2014, la ONG Gurises Unidos había determinado que, por entonces, la cifra de explotados en Uruguay podía ascender a 650. “El INAU cuenta los casos confirmados, institucionalizados y judicializados, pero las encuestas muestran que el piso parece ser mayor”, dijo el coordinador Diego Pailos.
En algunos contextos son los propios familiares los que, aprovechándose de la fragilidad del niño, empiezan a explotarlo. Eso ocurre porque “hay una cultura instalada en que el cuerpo es visto como un objeto de consumo y hay gente dispuesta a pagar por ello”, explicó Pailos. De ahí que la primera consecuencia que sufren estos menores de edad sea “el sentirse que son una mercancía, un objeto y no un sujeto”.
Una vez que el niño entra en un circuito en que se ve como una mercadería y en el que es constantemente amenazado, dice Purtscher, “es probable que sea captado por redes de trata y llevado al exterior”.
“El cuerpo es visto como un objeto de consumo y hay gente dispuesta a pagar”.
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