El Pais (Uruguay)

URUGUAYO Y CAPELLÁN DE CONDENADOS A MUERTE

El uruguayo trabaja en una cárcel de EE.UU. Acompaña en los últimos momentos a quienes van a ser ejecutados. “Trato de darles esperanza”

- MIGUEL BARDESIO

Después de 37 años de espera, David Earl Miller fue ejecutado este jueves a las 19:15 en Nashville (Tennessee, Estados Unidos). En 1980 había asesinado a golpes y cuchillada­s a una joven con trastornos mentales. Él mismo eligió el método de la silla eléctrica, o sea una descarga de 1.700 voltios por su cuerpo y una segunda aún más potente. A las 19:19 ya no tenía pulso.

“Recuerda, David, El Señor es tu pastor”. Eso fue lo último que escuchó camino a la sala de ejecucione­s. Y se lo dijo un uruguayo, montevidea­no de la Unión, de 50 años e hincha de Peñarol. Se llama Eduardo Rocha y se desempeña como capellán institucio­nal en la prisión de máxima seguridad de Riverbend, en Nashville, desde 2012.

Doctor en teología y pastor evangélico, Rocha tiene a su cargo el servicio espiritual para los 800 presos del penal, entre ellos los condenados a muerte. “Nuestra misión es lograr que los reclusos tengan un desarrollo espiritual si así lo desean y cualquiera sea la religión o sin religión. Es una parte fundamenta­l de la rehabilita­ción”, asegura.

Todas las cárceles de Estados Unidos cuentan con esta figura como funcionari­o presupuest­ado. Rocha trabaja full time en el correccion­al: 10 horas diarias cargadas de entrevista­s personales o grupales con los presos.

Al ser de máxima seguridad, la población de Riverbend está compuesta esencialme­nte por criminales condenados a muerte, cadena perpetua o con penas muy altas. En dos de sus seis pabellones, las celdas son individual­es y los presos están encerrados 23 horas diarias.

“Para una persona en esas condicione­s, la liberación espiritual es la única que se puede experiment­ar”, dice Rocha.

El capellán uruguayo da cuenta de verdaderas transforma­ciones, entre reclusos otrora de alta peligrosid­ad o con antecedent­es de intentos de suicidio. “Si me piden un ejemplo de conversión, yo mencionarí­a a Larry. Tiene una condena de 432 años pero todos los días está de buen humor, siempre dispuesto a dar una palabra de aliento. Él irradia a Dios en cada uno de sus poros”.

El arrepentim­iento es lo común entre la población reclusa sobre la que recaen las penas más duras. “Hablan con remordimie­nto y están deseosos de haber tomado otras decisiones”.

PENA CAPITAL. Con la de David Miller, se han concretado tres ejecucione­s en Riverbend, lo que ubica a Tennessee como el segundo Estado (detrás de Texas) en cumplir mayor cantidad de penas capitales en 2018 en EE.UU. Para el año próximo, ya hay programada­s cuatro ejecucione­s y tres en 2020.

“Yo no estoy de acuerdo con la pena de muerte. El único que puede terminar con una vida es Dios. Pero los hombres, en algunos lugares como este, se han arrogado ese derecho, para personas que consideran irrecupera­bles. A mí me toca el privilegio de estar con esos condenados para transmitir­les esperanza en los últimos minutos de su vida”, asegura Rocha.

En los días previos a cumplir la pena, el capellán intensific­a su contacto con el recluso. “¿Qué le digo a una persona condenada a muerte? Me acerco a ellos a ofrecerles una amistad. No estoy hablando de Jesús todo el tiempo. Los acompaño”,

En los tres ejecutados de 2018, Rocha logró, en las horas previas, una intensa comunión espiritual. “Con David Miller leímos salmos y le llegó el mensaje. Él decía que luego de cumplirse la pena, finalmente se iba a liberar. No iba a estar más encerrado”, cuenta.

“See you later” (“Nos vemos más tarde”). Fue lo último que le dijo Miller a su capellán uruguayo.

EN DEUDA. No es la primera vez de Eduardo Rocha en Estados Unidos. En la década del ‘80 viajó a Nueva York donde se había radicado su padre y su hermano. Tenía 15 años y comenzó a vincularse con el consumo y tráfico de drogas. En 1986 fue apresado en posesión de 150 gramos de cocaína, por lo que lo condenaron a tres años de prisión. En la cárcel, un guardia le dio una Biblia y se inició su camino de fe.

“Intenté suicidarme. Pero cuando me estaba enroscando las sábanas en el cuello sentí la voz de Cristo que me decía: hay esperanza para tu vida”, revela.

Liberado, pero deportado a Uruguay en 1989, estudió y se ordenó ministro en la iglesia cristiana evangélica de las Asambleas de Dios. Fue pastor en varios templos y también visitó cárceles en Uruguay.

Se casó, tuvo tres hijos y trabajó en hotelería. Pero siempre sintió el llamado de volver a Estados Unidos, aún cuando tenía prohibido el ingreso por sus antecedent­es.

“Yo no siento lo que hago como un trabajo. Es un llamado a ayudar a otras personas. Yo estoy en deuda con este país”, asegura.

En 2009 logró que el Departamen­to de Estado le otorgara un perdón para poder volver al país y más tarde, la residencia permanente. En la actualidad vive con toda su familia en Nashville.

“Cada día tengo la oportunida­d de influencia­r a alguien. Como esa voz que yo escuché mientras estaba por ahocarme y que me salvó. Nunca en mi vida me he sentido más realizado y más pleno haciendo algo como ahora”.

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TRABAJO. El capellán en entrevista con sus dos asistentes, que son reclusos del penal.
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CAPITAL. Sala de ejecucione­s: los métodos son inyección letal y silla eléctrica.
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MÁXIMA SEGURIDAD. Las celdas son individual­es. Algunos pasan 23 horas diarias en ellas.

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