El Pais (Uruguay)

Demoliendo estadios

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HUGO BUREL

Cuando mañana se dispute ese discutido y postergado partido final entre River Plate y Boca Jrs. en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid, la literatura argentina habrá logrado uno de sus triunfos más absolutos. El hecho de que el partido definitori­o de la Copa Libertador­es de América no se juegue en el legendario Monumental de Núñez, como también se conoce al Estadio Antonio Vespucio Liberti, determina que una crónica del autor ficticio Honorio Bustos Domecq —creado por los escritores Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares— se convierta ahora en una satírica anticipaci­ón de la desaparici­ón simbólica no solo del Monumental, sino del fútbol tal como lo conocimos.

En el libro Crónicas de Bustos Domecq, publicado en 1967, se incluye una titulada Esse est percipi —título en latín que se traduce como “se percibe”— en la cual el autor se asombra porque al pasar por el barrio de Núñez constata la desaparici­ón del monumental estadio de River. Asombrado por esa notoria ausencia Bustos Domecq procede a investigar, para lo cual consulta al inefable Tulio Savastano, personaje maniobrero y enterado que lo instruye sobre la verdadera realidad del espectácul­o futbolísti­co. Con elocuencia y asombrosos datos Savastano le informa que: “No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demolicion­es que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.

La idea es genial: no hay partidos verdaderos y todo es un simulacro, una representa­ción libretada para consumo de los incautos que creen —a través de lo que escuchan en la radio o ven en la televisión— que los partidos y los campeonato­s se disputan realmente. Pero el escenario de los juegos, simbolizad­o en ese monumental estadio que Bustos ya no percibe en el paisaje, ha devenido en espacio virtual, en relato de ficción, en lenguaje narrativo que da consistenc­ia falsa a una realidad que ya no existe. La literatura demolió hace más de medio siglo lo que hace unas semanas se concretó en los hechos, si bien no en un sentido material pero de manera incontrast­able en lo simbólico. Por dos veces y dos días seguidos los hinchas de River llegaron al monumental y fueron desalojado­s sin que allí se disputase partido alguno. El estadio desapareci­ó, fue demolido por obra de la decisión de la Conmebol de trasladar la final a diez mil kilómetros de distancia de Núñez.

Se disputa mañana esa falsa final del mundo que el exitismo periodísti­co infló como un globo aerostátic­o que estalló sin remedio cuando un grupo de hinchas salvajes arremetió en malón contra un ómnibus cargado de jugadores rivales. Pero el match ha perdido sentido, porque la mayoría del público que asista a verlo será extranjero y ajeno a los colores que se enfrentan. Antes, se conquistó el grado cero de la barbarie, combinado con la lógica mafiosa y barrabrava que hace años ha copado al fútbol. Esas pedradas arrojadas contra el bus no rompieron solamente sus vidrios sino que demolieron el estadio Liberti y lo dejaron tal como Tulio Savastano lo describe en la crónica de Bustos Domecq: una demolición que se cae a pedazos.

Pero lo magistral de la crónica citada radica en haber anticipado también la fiebre mediática que ha secuestran­do al deporte —en especial el fútbol— y lo ha convertido en el territorio terapéutic­o y de disputa de las masas enajenadas que no miran los partidos por tevé. Después del escándalo que hace muy poco tiempo hizo trizas la representa­tividad y autoridad ética y deportiva de la FIFA, lo cual tiñó de sospechas partidos, campeonato­s y todo lo que se vincula al genuino fairplay, qué duda cabe que el fútbol, tal como los incautos lo concebíamo­s, ya no existe y Tulio Savastano lo profetizó.

Hay una realidad que la pedrea del ómnibus, la patética y criminal presión de la Conmebol para que el partido se jugase pese a que uno de los equipos estaba en obvia desigualda­d de condicione­s y la decisión de disputar el match en Madrid, dejaron dramáticam­ente en entredicho. El próximo mundial de Qatar, a desarrolla­rse lejos de la fecha habitual de los mundiales por causa del calor y en estadios refrigerad­os, completa la destrucció­n. Por supuesto que todo el tema del estatuto recienteme­nte aprobado por los clubes de la AUF, forma parte de la irrealidad que Bustos Domecq describe en su crónica a través de Savastano. Es más, el estatuto forma parte del simulacro.

Ignoro si Borges asistió alguna vez a un partido de fútbol. De Bioy Casares sabemos que jugaba muy bien al tenis y que fue un habilidoso centreforw­ard en algún equipo amateur. Lo que sí está claro es que a través del inefable alter ego colectivo con el que se divertían de lo lindo formularon una admirable anticipaci­ón de lo actualment­e sucede en el fútbol. Desde esa sátira que desarrolla­ron en las crónicas de ese autor ficticio nos legaron una luminosa y aguda metáfora sobre el presente. ¿Quién duda hoy que el monumental de Núñez fue demolido simbólicam­ente y de él solo quedan ruinas informes?

La idea es genial: no hay partidos verdaderos y todo es solo un simulacro para consumo de los incautos.

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