El Pais (Uruguay)

Aniversari­o

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La Constituci­ón de 1918 fue un acontecimi­ento de enorme envergadur­a desde diferentes puntos de vista. Incluyendo que, primero, las principale­s personalid­ades de las dos grandes colectivid­ades fundaciona­les, que habían estado enfrentada­s desde la década de 1830 hasta pocos años antes, depusieron las armas y se sentaron a discutir, intercambi­ar ideas y a transar, en busca del objetivo común de cristaliza­r las nuevas reglas de convivenci­a política democrátic­a y, también, en la empresa de construir un nuevo Estado. Segundo, quizás tan importante como el texto de la Constituci­ón fue el proceso que condujo a ella. Incluyendo la aplicación del voto secreto para la elección de los miembros de la Asamblea General Constituye­nte. Y, tercero, el texto constituci­onal cerró el ciclo de la Constituci­ón de 1830 y abrió uno nuevo que, con sus altibajos, rige el proceso democrátic­o en nuestra sociedad.

El aniversari­o fue recordado por dos publicacio­nes que contribuye­n a destacar la complejida­d del proceso que culminó en la nueva Constituci­ón.

El primero fue el volumen VIII de la Colección Los Blancos, “La Constituci­ón de 1916. Fundación de la democracia”, publicado por Ediciones de La Plaza. El segundo fue el Número Temático “La Constituci­ón uruguaya de 1918 y el constituci­onalismo latinoamer­icano” de la Revista Uruguaya de Ciencia Política (Volumen 27, No. 2018), presentado hace unos días. Cada texto se aproxima a aquel episodio desde una perspectiv­a diferente, pero ambos son complement­arios y ayudan a conocer, y comprender mejor, la complejida­d y riqueza de esa etapa de nuestra historia.

Los miembros por el Partido Nacional de la Convención Nacional Constituye­nte fueron personalid­ades con una acrisolada militancia probada en épocas difíciles. Algunos tenían raíces personales y familiares que se remontaban a periodos sombríos y experienci­as dolorosas. Otros pertenecía­n a una enérgica nueva generación que ya había demostrado sus méritos políticos. Aureliano Rodríguez Larreta, observa Navascués en “La Constituci­ón de 1916”, había sido uno de los desterrado­s en la barca Puig. Luis Alberto de Herrera era hijo del ministro de Relaciones Exteriores de Berro, Juan José de Herrera, y era veterano de las guerras civiles de 1897 y 1904. Una de las figuras brillantes entre las nuevas generacion­es nacionalis­tas, Washington Beltrán, fue Miembro informante de la Convención.

Es interesant­e lo que escribió Lanzaro en “La Constituci­ón uruguaya de 1918 y el constituci­onalismo latinoamer­icano”: la nueva constituci­ón fue un elemento fundaciona­l de la “democracia pluralista, por su composició­n normativa, ya que consagra reglas básicas de la civilizaci­ón política nacional y porque fue una constituci­ón pactada, luego de ‘cautelosos regateos’ entre sectores del Partido Colorado y del Partido Nacional, que remató una larga sucesión de conflictos y acuerdos relativame­nte inestables, procesando, esta vez, un convenio constituye­nte formal y sólido, en procura de una ‘paz permanente’.” La nueva carta magna, continua, tuvo un fuerte anclaje en los partidos y estaba respaldada “por un rastro histórico denso”.

La historia de la Constituye­nte de 1918 revela, otra vez, que la clave de nuestra democracia depende de la combinació­n de esos dos elementos: partidos fuertes y sólidas raíces históricas.

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Este año se cumplió un siglo de la entrada en vigencia de la Constituci­ón de 1918.

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