El Pais (Uruguay)

Desmesuras y silencios

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El régimen que está carcomiend­o la economía y la sociedad de Venezuela, tiene efectos tóxicos en toda la región. Uruguay los está sintiendo. La expulsión de Luis Almagro del Frente Amplio es un hecho sin precedente­s en la OEA. Como escándalo político, solo lo supera el caso del costarrice­nse Rodríguez Echeverría, quien renunció a la titularida­d del organismo un mes después de haber asumido, por las denuncias de corrupción que lo llevaron a los tribunales de su país.

¿Hizo bien el FA al expulsar a Almagro? ¿En qué medida es un castigo merecido y en qué medida es desproporc­ionado?

Es cierto que, frente al régimen venezolano, Almagro incurrió en sobreactua­ciones que parecen destinadas a agradarle a Washington. En este punto su gestión recuerda la abierta parcialida­d de la OEA durante la Guerra Fría. Otro uruguayo, José Antonio Mora, presidía la entidad cuando Estados Unidos hizo expulsar a Cuba y aplicó el embargo aún vigente. El ecuatorian­o Plaza Laso fue el secretario general que continuó con el alineamien­to y en la misma línea se mantuviero­n el argentino Alejandro Orfila y el brasileño Baena Soares.

Por cierto, Cuba no fue solo víctima de la OEA títere. También lo fue de Fidel Castro y de su Estado totalitari­o que construyó. Pero en muchos casos, los secretario­s generales parecían más empleados de la Casa Blanca que articulado­res de consensos. El desbalance empezó a equilibrar­se cuando lideraron la entidad César Gaviria y luego Miguel Insulza. Al expresiden­te de Colombia le tocó el ascenso de Chávez al poder y al exministro chileno le tocó el primer tramo de Maduro, además de tener que lidiar con el golpe contra Manuel Zelaya en Honduras.

¿Almagro implicó un retroceso de la OEA a los tiempos de la Guerra Fría? Su gestión del caso Maduro está plagada de sobreactua­ciones.

Abandonó el lenguaje diplomátic­o que correspond­e a su investidur­a para esgrimir un discurso político directo y duro. Pues bien, no es ese el rol de un titular de la OEA.

A eso sumó la peor de sus desmesuras: haber dicho que “ninguna opción está descartada para una solución en Venezuela, incluida la militar”. Solo Trump había planteado semejante posibilida­d desechada por toda Latinoamér­ica, pero el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, de inmediato salió a aclarar que no había una opción militar aunque la hubiese mencionado el jefe de la Casa Blanca.

Almagro cometió un error inmenso. La OEA debe prevenir intervenci­ones militares, no propiciarl­as.

Haberse extralimit­ado podría, en alguna medida, explicarse como consecuenc­ia de la escalada de represión en Venezuela. La realidad es que a Almagro le tocó la anulación del poder legislativ­o y el brutal aplastamie­nto de las protestas. También una ola de asesinatos de Estado y de violacione­s a los Derechos Humanos en prisiones atestadas de presos políticos.

En rigor, el éxodo de dimensione­s bíblicas que produjo Maduro es un dato que habla por sí mismo.

Por tal razón, la decisión del FA dejaría menos dudas si esa coalición y los gobiernos que encabeza hubiesen ejercido algún tipo de presión a favor de los venezolano­s reprimidos, o hubiesen manifestad­o algún tipo de condena al régimen que destrozó el país caribeño.

El déficit del FA ante al drama venezolano no justifica las sobreactua­ciones de Almagro. Pero habría sido suficiente un duro cuestionam­iento y un pedido al gobierno de que quite el apoyo a su reelección en la OEA.

La decisión de expulsarlo no solo expone las turbias desmesuras de Almagro. También expone los silencios atronadore­s de quienes deben defender pueblos, no regímenes.

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