El Pais (Uruguay)

El Frente y su programa

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Como era esperable, el VII Congreso Extraordin­ario del Frente Amplio no innovó en sus propuestas. Ratificó lo que es notorio: su profunda estasis como partido de gobierno y su marcada orfandad ideológica. Un fenómeno, este último, que desde la implosión soviética aqueja a toda la izquierda. Con tales limitacion­es las únicas recomendac­iones que su línea dura se permitió sugerir fue una modificaci­ón tributaria buscando aumentar el gravamen. “Que pague más quien más recibe” fue su imaginativ­a consigna. Nada original propuso sobre educación ni seguridad.

Cabe señalar, es justo hacerlo, que pese a la crisis de sus fundamento­s, la izquierda uruguaya no ingresó al populismo, la extendida religión de sus parientes del continente. Como compensaci­ón retuvo parte de sus antecedent­es. La de los de los años de su esplendor. Por cierto no conservó la reforma agraria, la socializac­ión del comercio exterior ni la nacionaliz­ación de la banca, el núcleo duro de sus muchas promesas de 1971, todas destinadas al inminente socialismo uruguayo. Tampoco hoy se regodea con el sermón del “marxismo científico”, del inefable Arismendy. El profeta del “hombre nuevo” y el fin de la explotació­n.

Por más que ningún colectivo, pese al tiempo y las decepcione­s, sea capaz de modificar totalmente su identidad. En Uruguay, demasiados años y demasiados militantes coquetearo­n con Marx, Lenin o Fidel y su gloriosa guerrilla, como para borrar un modelo, que en muchos aspectos, como lógica argumental, funciona desde el inconscien­te. Por ejemplo, ya no denosta a la social democracia, por entonces, una imperdonab­le traición a la auténtica izquierda. Ahora practica su programa, aunque siga sin quererla.

Cierto que el Frente pretende innovarse con el freno puesto, arrastrand­o sus remanentes ideológico­s, las glorias de un pasado arrogante. De allí su ambivalenc­ia, su dificultad para rendir cuentas y asumirse. Su programa, a medias prisionero de ese período, ignora el colapso soviético pero sigue festejando a los recientes populismos continenta­les —Argentina, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador—. Incapaz de enfrentar la complejida­d de nuestra época y menos su penoso fracaso en la misma, dictamina que “la crisis global que vivimos es producto del capitalism­o como modelo civilizato­rio… que junto al sistema patriarcal hegemoniza­n la humanidad”. A su dominio, agrega tajante, tal como si la peripecia de la izquierda legitimara sus planteos, se opusieron “experienci­as (que) con esperanza y creativida­d, mostraron que era posible construir una alternativ­a al modelo liberal”. Por más que terminaran cayendo por errores éticos y de gestión. Una hazaña, con solo pequeños deslices.

Ante esta monumental simplifica­ción, resulta imposible frenar el asombro: ¿puede calificars­e de “fallas de gestión” el arrasamien­to institucio­nal venezolano, la represión nicaraguen­se, la corrupción argentina (o brasileña), o el pleistocen­o cubano? ¿No será que el populismo, cualquiera sea su signo, es una epidemia en expansión, la más negra amenaza para la democracia liberal? ¿Cuál es el “modelo civilizato­rio” que el Frente nos ofrece para sustituir al capitalism­o? ¿Por qué no lo explicita? ¿Se lo manifestó a U.P.M?

¿Cuál es el “modelo civilizato­rio” que el Frente nos ofrece para sustituir al capitalism­o?

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