El Pais (Uruguay)

Nuestro letargo en la región

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Hizo bien Vázquez en asistir a la asunción del presidente brasileño Bolsonaro. Conjugó así un realismo político elemental que, infelizmen­te, está lejos de compartir su oficialism­o izquierdis­ta en el poder, ese que nos tiene completame­nte relegados en el continente.

Los primeros destinos internacio­nales de Bolsonaro excluyeron a Montevideo. Visitará Chile, un país abierto al mundo, con altas tasas de crecimient­o económico y alejado del ideologism­o izquierdis­ta en política internacio­nal; Estados Unidos, socio político histórico del Brasil que segurament­e revitalice sus relaciones con Itamaraty en momentos en que la izquierda de López Obrador gobierna la otra potencia latinoamer­icana clave para Washington; e Israel, enclave occidental en la estratégic­a zona de Medio Oriente.

Estamos muy lejos de la relevancia regional del Uruguay de los años 90, que fue donde en 1995 el por entonces novel presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso decidió iniciar sus viajes internacio­nales. Por supuesto que en el escenario diplomátic­o, lleno de símbolos sutiles, el relegamien­to de Uruguay no es arbitrario: la izquierda se ocupó aquí, durante el proceso electoral brasileño, de insultar y menospreci­ar al candidato Bolsonaro opinando en su contra, e incluso participó en favor de Lula metiéndose directamen­te en la campaña proselitis­ta de nuestro mayor socio comercial en el continente.

El Frente Amplio defiende la torpe tesis de que la prisión de Lula responde a un complot internacio­nal derechista y sostiene un delirante comité de apoyo en favor del ex presidente procesado por corrupción. Además, el oficialism­o, casi que en solitario ya en la región, mantiene su apoyo explícito a la dictadura de Maduro en Venezuela, y al menos dos de sus precandida­tos presidenci­ales consideran, a 60 años de la revolución que se transformó en dictadura en Cuba, que La Habana vive bajo un régimen democrátic­o.

En este esquema, la experiment­ada diplomacia brasileña tiene claro que el pequeño Uruguay del Frente Amplio ha optado por recluirse en un aislado rincón ideológico izquierdis­ta, populista y antidemocr­ático. Bolsonaro ha expresado lo que ya es obvio para cualquiera que analice el letargo del Mercosur: que habrá que ir hacia un objetivo de mayor flexibiliz­ación aduanera y en tal sentido encontrará acuerdos con Buenos Aires y con Asunción. Así las cosas, Montevideo irá en el furgón de cola y no tendrá más remedio que seguir lo fijado por sus socios mayores.

Una vez más, y como a lo largo de toda la era frenteampl­ista en el poder, nuestra política exterior no reacciona a tiempo ni actúa en función de los intereses nacionales del país. Ocurrió cuando se perdió el tren del libre comercio con Estados Unidos; ocurrió cuando se impidió cualquier avance comercial bilateral sustantivo con China, y ocurre ahora, cuando Brasil cambia de signo político internacio­nal y el oficialism­o sigue atado a un delirante proyecto de patria grande, entre kirchneris­ta y lulista, defendiend­o los legados de corrupción y desasosieg­o político de sus aliados partidario­s regionales.

El Frente Amplio, desde su ideologiza­da concepción internacio­nal, nos ha sumido y nos sigue manteniend­o en un profundo letargo regional. Quitó a la cancillerí­a su protagonis­mo legítimo, pretextand­o tonterías sobre una limitación de nuestra soberanía en función de

Estamos muy lejos de la relevancia regional del Uruguay de los años 90, que fue donde en 1995 el por entonces novel presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso decidió iniciar sus viajes internacio­nales.

una decisión administra­tiva del Mercosur del año 2000, para de esa forma cerrar la puerta a cualquier buen acuerdo de apertura bilateral con potencias mundiales. Y ahora, nos deja relegados de los principale­s movimiento­s que conducirán Argentina, Brasil y Chile —estos dos últimos, además, acaban de firmar un tratado de libre comercio sin preocupars­e por lo que piense tal o cual país en el Mercosur—, por causa de sus alianzas partidaria­s izquierdis­tas.

Hizo bien Vázquez en dar una señal diplomátic­a básica al concurrir a Brasilia a la asunción de Bolsonaro. Sin embargo, se trata de una iniciativa absolutame­nte insuficien­te. En este último año de su administra­ción es sabido que el oficialism­o contrariar­á el sentido general del gobierno de Bolsonaro: su apertura económica y comercial, su reposicion­amiento externo y mayor alineamien­to con Estados Unidos, y su lucha frontal contra la corrupción que, segurament­e, destapará nuevas informacio­nes sobre malos manejos izquierdis­tas regionales.

Urge un cambio de signo internacio­nal que devuelva al Uruguay su protagonis­mo histórico en el continente. Solo se logrará con una alternanci­a partidaria en el poder.

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