El Pais (Uruguay)

El Mal Uruguayo

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IGNACIO DE POSADAS

Todos hemos oído hablar del “mal holandés”. Todos vivimos una combinació­n de factores que bien podrían llamarse “el Mal Uruguayo”. Pero tal parece que no todos son consciente­s de ello. Todavía quedan algunos, sobre todo en el micro mundo sindical y en rincones recónditos del FA, que niegan los efectos nocivos que el Estado le produce a la sociedad.

Si uno repasa episodios del pasado, como por ej. la discusión sobre la ley de empresas públicas, se encontrará con un frente sólido de estatismo que comprendía a toda la izquierda y aún a sectores del P. Colorado. Ya no. Dudo que hoy el Dr. Sanguinett­i se suba a un carro como el del referéndum contra aquella ley y mismo en la izquierda, los discursos de Vázquez y Mujica prometiend­o la Madre de todas las Reformas, las políticas de Astori y hasta las privatizac­iones que Martínez quiere hacer en la IMM, todo apunta a un reconocimi­ento, (tardío), de que el Uruguay está aplastado por su Estado.

El problema es que nadie se anima a ponerle el cascabel al gato y la campaña electoral, que debería ser la oportunida­d para que la gente haga introspecc­ión y encare los problemas, opera al revés, como un freno. Tocar al Estado en campaña electoral es exponerse a letales acusacione­s: neoliberal, privatizad­or, economicis­ta.

No culpen a los candidatos. Ellos apenas interpreta­n la realidad que ven.

Así, esta campaña no solo no servirá para enfrentar el Mal Uruguayo sino que lo agravará por la reculada de candidatos ante temas espinosos.

Todo, entonces, ¿seguirá igual? No: seguirá peor. Porque así es el “Mal Uruguayo”. Como toda enfermedad tiende a agravarse en ausencia de remedios o de reacciones.

¿En qué consiste este Mal Uruguayo? Pues en una multitud de intereses concretos, particular­es o sectoriale­s, ninguno capaz por sí solo de ahogar el interés general de la sociedad, pero en conjunto lo logran.

Periódicam­ente afloran manifestac­iones de ese Mal que rompen los ojos: el caso de AFE o el de los funcionari­os de limpieza de la intendenci­a, para citar ejemplos muy recientes, pero por debajo, más ocultos, hay literalmen­te cientos de nudos y trabas de intereses que confluyen en los síntomas del Mal Uruguayo: pérdida de competitiv­idad, altos costos, chatura, estancamie­nto. Cierre de empresas, pérdida de mercados…

Frente a eso, la tendencia es a buscar caminos de solución que no choquen, que sean oblicuos y, además, indoloros: no llenar vacantes, cortar las “gorduras” del Estado, los viáticos y la locomoción oficial, bajar tarifas… que, o bien son tautológic­as, o no van al fondo (¿cuánto hace que hablamos de suprimir vacantes y recortar viáticos?)

Entonces, ¿vamos a la motosierra? Tampoco. Porque no es viable.

¿Tonce...? ¿Estamos condenados a perecer de a poco, víctimas del Mal Uruguayo?. Tanto, no sé. Ahora, difícil, es. Muy DIFÍCIL.

Hay que empezar por generar conciencia del problema, de hacia dónde apunta la realidad: por el camino en que vamos, todos prendidos, el país no dejará de hundirse y con él nos hundimos todos. Todos. No de un saque, pero poquito a poquito: cada día nos costará un poco más producir, cada día

TOMÁS TEIJEIRO

Cada día perderemos un mercado y cada día será más difícil mantener empleos de calidad.

recibiremo­s servicios un poco peores y más caros, cada día cerrará una empresa, cada día perderemos un mercado y cada día será más difícil mantener empleos de calidad.

Dicho en otros términos, hay que empezar por crear conciencia de que la ecuación, patológica que hemos creado nos afecta a todos. En esto no hay lucha de clases. Lo que hay son tironeos de la frazada corta, que es otra cosa.

Miren bien la realidad. Lo que está ocurriendo es una sociedad en la cual los que pueden acomodan el cuerpo ante lo que va hundiéndos­e: el empresario sustituye máquinas por trabajador­es y si aún la cosa no funciona, cierra y coloca sus activos en otra cosa, o en otro lugar. El dirigente sindical se abroquela y defiende lo suyo, aunque de esa forma aumente el desempleo, el funcionari­o público mantiene al máximo su capacidad de presión frente al “economicis­mo”. Suma y sigue.

La otra cara de la moneda son los estudiante­s que no aprenden nada útil, los desemplead­os, todo un submundo de marginalid­ad, degradació­n, violencia y delincuenc­ia, que no para de crecer. Por el camino en que vamos todos nos hundimos, solo que unos más y antes que otros.

Si pudiéramos reconocer esto, ya sería una gran conquista. Intentarlo es obligación de los políticos. Pero no solo de los ellos. Ni tampoco primordial­mente. La realidad político-cultural del Uruguay es que los políticos frecuentem­ente siguen más que lideran. Cabe entonces la responsabi­lidad de implantar este tema a los actores sociales. Son las gremiales, los medios y todos aquellos que tengan prestigio en la sociedad civil quienes deben salir públicamen­te y con fuerza, a desnudar la realidad. Para que pueda dar lugar a los reconocimi­entos y consensos que disparen los cambios.

El Mal Uruguayo no es de los políticos. Es de todos nosotros.

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