El Pais (Uruguay)

Rousseau contra la ciencia

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Una de las caracterís­ticas del pensamient­o de Rousseau que más llama la atención desde nuestro tiempo, en que los avances tecnológic­os han cambiado radicalmen­te la vida cotidiana para bien, es su rechazo visceral a las artes y a las ciencias. Este desprecio atraviesa su obra pero se encuentra especialme­nte presente en el Discurso que le dedicó al asunto, con el que comenzó a granjearle un nombre entre los filósofos de su época.

En el Discurso sobre las ciencias y las artes de 1750 el ginebrino abre el paraguas desde el prefacio: “Repudiando de frente todo lo que constituye hoy en día la admiración de los hombres, no puedo esperar otra cosa que la censura universal”. Las afirmacion­es a lo largo del discurso son de una contundenc­ia digna de mejor causa: “Nuestras almas se han corrompido a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado hacia la perfección”.

No tiene miramiento­s, tampoco, a la hora de calificar a cada una de las ciencias en particular: “La astronomía nació de la superstici­ón; la elocuencia de la ambición, del odio, de la adulación, de la mentira; la geometría, de la avaricia; la física, de una vana curiosidad; todas incluso la misma moral, del orgullo humano”. Ahora bien ¿por qué

Rousseau ve algo tan pernicioso en las ciencias y las artes que casi todos los demás filósofos de su tiempo y los posteriore­s aprecian favorablem­ente?

Arguye que la razón estriba en la degradació­n moral que producen, alejándono­s de las viejas virtudes paganas y acercándon­os a otras más cristianas y modernas.

La pérdida del espíritu marcial propio de los pueblos antiguos —el modelo en mente siempre parece ser Esparta—, por el de la sociedad comercial, donde nacen las virtudes burguesas, es la principal preocupaci­ón de Rousseau: “Al mismo tiempo que las comodidade­s de la vida se multiplica­n, que las artes se perfeccion­an y el lujo se extiende, el verdadero coraje se enerva, las virtudes militares se desvanecen”. El contraste con las ideas de su contemporá­neo, primero amigo y luego enemigo, David Hume no podría ser mayor. Mientras Rousseau piensa que la sociedad comercial deprava al ser humano, Hume señala que el refinamien­to de las costumbres nos va acercando progresiva­mente a la civilizaci­ón.

Incluso la imprenta es vista por el autor del Discurso como adelanto pernicioso: “Consideran­do los terribles desórdenes que la imprenta ha causado ya en Europa, juzgando el futuro por el progreso que el mal hace de día a día, se puede prever fácilmente que los soberanos no tardarán en ocuparse tan cuidadosam­ente por arrojar este arte terrible de sus estados, como antes para introducir­lo”.

Rousseau compartía con Smith que el egoísmo es una caracterís­tica natural del ser humano, pero discrepaba en que los distintos intereses pudieran coordinars­e armoniosam­ente a través de la cooperació­n y el intercambi­o voluntario. Para Rousseau la educación debía cumplir el rol de desnatural­izar a las personas, manejándol­as como muñecos de plastilina de acuerdo a los intereses del Estado, alejándola­s de las artes y las ciencias. El círculo de totalitari­o rousseauni­ano queda así cerrado. Si al amable lector las ideas del ilustre autor del Contrato Social no le hielan la sangre, debería repensarlo o concurrir al centro de salud más cercano.

Sostiene que las almas se han corrompido a medida que las ciencias y las artes han avanzado.

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