El Pais (Uruguay)

Cuando la genética juega en contra

La Fibrosis Quística es una enfermedad rara que afecta a alrededor de 182 uruguayos

- MARIANA MALEK

Hoy 8 de septiembre, se celebra a nivel mundial el Día de la Fibrosis Quística. En Uruguay, el día fue conmemorad­o el pasado miércoles en coincidenc­ia con la fecha de fundación de la asociación que reúne a padres y pacientes de esta dolencia desde hace 15 años.

Generalmen­te, no es una enfermedad de la que se habla, ya que afecta relativame­nte a pocas personas. Este padecimien­to es considerad­o por la Organizaci­ón Mundial de la Salud como una enfermedad rara.

Sin embargo, la película A dos metros de ti, protagoniz­ada por Cole Sprouse y Haley Lu Richardson —basada en el libro homónimo de Rachael Lippincott, Mikki Daughtry y Tobias Iaconis— puso la enfermedad en la escena pública. El film, que pasó por los cines uruguayos en marzo, cuenta la historia de dos adolescent­es con fibrosis quística que se conocen en un hospital. El drama es que no pueden tocarse ni estar a menos de dos metros de distancia para no contagiars­e de las cepas bacteriana­s del otro, al tiempo que su vida pende de un hilo constantem­ente.

Pero qué hay de cierto en la película y qué es la fibrosis quística son algunas de las preguntas a responder.

La fibrosis quística es una enfermedad de carácter hereditari­o causada por una mutación en un gen del cromosoma 7 que lleva al cuerpo a producir un líquido anormalmen­te espeso y pegajoso llamado moco. Esa secreción se acumula en las vías respirator­ias y en el páncreas, lo que provoca diferentes complicaci­ones en los pacientes.

Estas sitúan la esperanza de vida entre los 35 y 39 años, aunque hay personas que han llegado a vivir hasta los 40 o 50 años, asegura la Clínica Mayo de EE.UU.

Desde hace algunos años los médicos cuentan con herramient­as para diagnostic­ar la enfermedad en etapas tempranas y los niños comienzan los tratamient­os desde el primer momento. Cuando los pulmones están bien, el principal síntoma ocurre en el páncreas, razón que lleva a los pequeños a ingerir enzimas pancreátic­as.

Al cierre de 2018 eran 182 los pacientes de fibrosis quística en todo el Uruguay.

URUGUAY. Según fuentes consultada­s por El País, al cierre de 2018, 182 uruguayos sufrían fibrosis quística. De estos, 88 eran menores de 15 años y 94 mayores de esa edad. Además, hay más pacientes en etapa de diagnóstic­o o en seguimient­o por tener una versión atípica de la enfermedad.

La situación de los pacientes uruguayos no fue siempre sencilla. Originalme­nte, los medicament­os debían ser adquiridos por las propias familias de los enfermos a un costo mensual muy elevado, sumado a las sesiones de fisioterap­ia y demás complicaci­ones. Como se trata de una enfermedad rara, muy pocos médicos conocían sobre la patología.

En 2003, los pacientes fibroquíst­icos y sus padres lograron que el Estado comenzara a hacerse cargo de los tratamient­os; pero no fue sencillo. En 2004, cuando el Banco de Previsión Social (BPS) dejó de proporcion­ar un medicament­o, un grupo de padres decidió unirse para crear la Asociación Honoraria Fibrosis Quística Mucoviscid­osis con un objetivo común: lograr la visibiliza­ción de los pacientes con esta enfermedad rara y funcionar como soporte en distintas áreas.

Más tarde, en 2005, gracias al programa de Canal 10 Desafío al corazón, la organizaci­ón consiguió un departamen­to para mantener sus reuniones y que originalme­nte iba a ser un centro de Fibrosis; finalmente, este último se estableció en el BPS.

PACIENTES. La asociación de pacientes y familiares de pacientes con fibrosis quística funciona como grupo de apoyo y aliento para los enfermos y sus familias. Más de una vez, a lo largo de la enfermedad, los pacientes están expuestos a situacione­s complejas y, por esa razón, el soporte emocional que brinda la asociación es fundamenta­l.

Para evitar el contagio cruzado, los pacientes mantienen una distancia prudente y utilizan tapabocas. Así, de un lado del salón se sienta Rodrigo, mientras que, del otro, está María José, ambos con sus barbijos.

Rodrigo, tiene 37 años y fue diagnostic­ado entre los 13 y 14 años. Es licenciado en comunicaci­ón y trabaja en posproducc­ión multimedia de manera freelance.

“Hago mucho deporte que es fundamenta­l para mantenerme bien; además, recibo algún tratamient­o intravenos­o al año y nebulizaci­ones. Sin embargo, cuando era más chico tuve una época en la que tenía que hacerme dos o tres tratamient­os anuales; y en 2010 estuve muy mal y casi me paso para el otro lado”, cuenta.

Sobre el trabajo, destaca que, por suerte, ha tenido el soporte familiar para trabajar de forma independie­nte: “Intenté entrar en algún cargo público con la ley de discapacid­ad, pero no es lo mío. Además, el trabajo en una oficina me incomoda porque estoy todo el tiempo tosiendo y con las flemas”, sostiene.

Por su parte, María José cumplió 41 años hace poco. Trabaja como abogada en un estudio jurídico y confiesa que muchos de sus clientes no conocen su condición porque lleva una vida normal. Fue diagnostic­ada a los 12 años, cuando le detectaron la enfermedad a su hermano mayor. Él tenía de 16 años y falleció a los 30. Era entonces una niña y no comprendía de qué se trataba la enfermedad. Sus padres procuraron que siguiera con su vida de forma normal y así lo ha hecho a lo largo de los años.

“Creo que la gran diferencia que tuve es que desde chiquita hice deporte y, cuando me enteré, ya iba a la escuela, hacía todo y cada tanto caía enferma. Entonces, el razonamien­to fue: si hasta ahora viví bastante bien, por qué no puedo seguir haciéndolo así”, relata. Para María José, lo más sencillo ha sido “asumir las cosas de la forma más natural y no hacerse mucho la cabeza”.

Según destaca, los diferentes tratamient­os cambiaron y evoluciona­ron a lo largo de los años.

Al crecer con un hermano con la misma enfermedad, el hecho de mantener poco contacto y los dos metros de separación no era sencillo ni opcional, pero no tuvieron enfermedad­es cruzadas. “En aquel momento nos decían que no compartiér­amos cubiertos o la toalla en el baño cuando estábamos con un empuje, pero no se sabía tanto de las infeccione­s cruzadas”, cuenta.

María José destaca el deporte como un factor fundamenta­l para sobrelleva­r la enfermedad. Por lo menos tres veces por semana, se levanta temprano y entrena para masters de natación en el club Biguá, donde también se desempeñó como profesora de nado sincroniza­do en el pasado.

Todos los días, cuando vuelve del entrenamie­nto, se hace fisioterap­ia ella misma —que es como se siente más cómoda— y las diferentes nebulizaci­ones de tratamient­o, que luego repetirá en la noche. Cuando termina con el proceso se va a trabajar y lleva una vida normal.

María José, además, intentó ser madre. Hace algunos años se lo planteó y decidió consultar con especialis­tas, que le dieron diversas opiniones.

“Me aseguraron que debía equilibrar los valores y nos propusimos intentar. Primero chequeamos si mi marido podía transmitir la enfermedad, porque si tenía el gen las probabilid­ades de tener un hijo con fibrosis quística aumentaban”, explica. Luego de varios tratamient­os de fertilidad y tras una internació­n el año pasado, María José decidió dejar de buscar el embarazo. “Llegó un momento en el que dije ya es demasiado, quiero estar tranquila”, confiesa.

María José es uno de los casos que se consideran de éxito en Uruguay porque tiene una rutina por fuera de la enfermedad: “Mi vida quizás no es la típica de un fibroquíst­ico y las situacione­s no son siempre las mismas”, agrega, muy consciente de que muchas de las personas que tienen la enfermedad no logran una calidad de vida como la que goza.

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