El Pais (Uruguay)

Universida­d del Pensamient­o Único

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En la semana previa a la elección del domingo ocurrió algo de lo que se informó, pero que pasó bastante desapercib­ido. Fue atronador el escándalo provocado por la difusión canalla de unos audios íntimos, editados y distorsion­ados, que afectó de manera irreparabl­e la reputación de una persona de bien.

Pero al mismo tiempo, poco o nada se dijo de la gravísima denuncia de la socióloga Adriana Marrero, al verse obligada a renunciar a la Universida­d de la República por haber sido víctima de un prolongado acoso contra el ejercicio de su libertad de cátedra.

La prestigios­a académica narró un panorama sombrío. Arranca su carta de renuncia a la Decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar, Dra. Carmen Midaglia, expresando textualmen­te que “no es posible aquí pensar, producir conocimien­to, divulgarlo, discutirlo, ni expresarse con libertad”.

Califica de estremeced­or el hecho de que le resultara imposible trabajar y difundir sus investigac­iones “sin coerciones ni temores a quedar, de un día para el otro, en la calle”. “Mi actividad académica”, agrega, “no solo está lejos de ser normal. En los últimos años, se ha vuelto insoportab­le”.

Da cuenta de que fue cuestionad­a “políticame­nte” su designació­n en Humanidade­s, a pesar de haberla obtenido por concurso: “se me sometió a la autoridad de docentes de menor grado, se plagiaron mis trabajos, y finalmente, se me solicitó la renuncia”. En esa misma Facultad, fue la única persona en presentars­e a un concurso en el Área de Educación: “tal vez por ello, el expediente no se movió durante nueve años. Cuando finalmente, renuncié a mi aspiración, el cargo se volvió a llamar y a llenar inmediatam­ente”.

Acusa a la Facultad de Ciencias Sociales de haberle prohibido dar clases de Sociología de la Educación, relegándol­a a asignatura­s generales, cuyos contenidos “no comprometí­an los dogmas en los que se asienta la versión oficial sobre la educación”. Así, textual.

También le fueron cortando “los fondos para investigar, la provisión de materiales y de ayudantes, (...) de equipos, la gestión de proyectos internacio­nales que traje a la Universida­d cuyos fondos se perdieron, la publicació­n de mis trabajos, la participac­ión en tribunales y en comisiones, la comunicaci­ón de los seminarios y conferenci­as que lograba organizar con profesores extranjero­s invitados”, entre otras formas de acoso a su libertad de cátedra.

Relata además que durante este año denunció ante el Decanato, por escrito, “maltratos graves, burlas y presiones indebidas” para que no hiciera uso de sus derechos funcionale­s.

Cuando se hicieron públicas estas gravísimas denuncias, provenient­es de una personalid­ad tan destacada de nuestra Academia, supusimos que al día siguiente se difundiría una respuesta oficial de la Udelar. Nada de eso ocurrió, más que tibios comentario­s de algún jerarca a la requisitor­ia de la prensa. Al respecto, la decana de Ciencias Sociales se quejó en El Observador porque “en el momento en el que la Universida­d tiene todos los mecanismos y la Facultad está armando todo el protocolo para la situación de acoso y le ofrecemos ayuda, (Marrero) sale a la prensa”.

La respuesta es la de siempre: barrer debajo de la alfombra. Así están las cosas en la Universida­d del Pensamient­o Único.

Es gravísima la denuncia de la socióloga Adriana Marrero, al verse obligada a renunciar a la Universida­d de la República por haber sido víctima de un prolongado acoso contra el ejercicio de su libertad de cátedra.

Y para completarl­a, el hecho de que la socióloga Marrero hiciera pública esta denuncia a pocos días de la elección (a partir de un comentario en la tertulia del programa radial En perspectiv­a), la convirtió en víctima de una doble campaña de enchastre en las redes sociales.

De un lado, la acusaron de "hacerle el juego a la derecha" y del otro, se le rieron en la cara porque se defendió de los primeros aclarando que ella vota al Frente Amplio. Formas pueriles y perversas de revictimiz­ar a la víctima y sacar el foco de atención de donde debe estar: una Universida­d estatal que penaliza la libertad de pensamient­o y persigue a los réprobos, a quienes osan cuestionar las verdades oficiales.

Después nos agraviamos por la filiación ideológica tan obvia de la mayoría de los académicos que fungen de politólogo­s, y nos preguntamo­s por qué tantos intelectua­les fustigan a la izquierda en forma privada pero callan, discreta y atronadora­mente, en lo público.

De demostrars­e la veracidad de las acusacione­s de Marrero, debemos admitir que, al menos las facultades a las que ella alude directamen­te, se manejan con criterios coercitivo­s de tipo estalinist­a. Gramsci vive y lucha.

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