El Pais (Uruguay)

Vendedores puerta a puerta

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La comunicaci­ón del Frente Amplio, a partir de su ya lejana primera elección de 1971, ha ido cambiando con los años. Desde la combinació­n de sentimenta­lismo ("Hermano, no te vayas, ha nacido una esperanza") y espíritu de barricada ("No nos moverán"), de los primeros tiempos, fue evoluciona­ndo en el sentido de acentuar una mística que iban perdiendo en forma concomitan­te los partidos fundaciona­les. Mucho tuvo que ver con eso la estrategia gramsciana de penetrar el sistema cultural y educativo, así como también el componente de fanatismo propio de la utopía marxista. Uruguay es hoy uno de los pocos países del mundo que conservan un Partido Comunista aún apegado a la ortodoxia estalinist­a, que sigue reivindica­ndo la lucha de clases y se niega a respaldar las revueltas populares, cuando se alzan contra amigos ideológico­s como el nefasto Nicolás Maduro.

Los últimos quince años del Frente Amplio han sido un período de hegemonía cultural. En pasadas elecciones, las banderas de la coalición de izquierda colgaban de todas, absolutame­nte todas las ventanas de los edificios de algunos barrios populares. Esto no era una evidencia de unanimidad, un concepto naturalmen­te reñido con el ejercicio pleno de los derechos ciudadanos. Más bien se debía a la instalació­n, en esas zonas, de mecanismos sutiles de presión social: había que demostrar pertenenci­a a la causa, a riesgo de ser vituperado por los vecinos de forma directa o implícita.

Con ese talante hegemónico, el Frente Amplio surcó exitosamen­te las elecciones de 2004, 2009 y 2014, logrando la adhesión de la mitad más uno de los votos, entre convencido­s y empujados. Y ese mismo talante fue el que conservaro­n a lo largo de estos años, a contrapelo de los graves episodios de corrupción e irregulari­dades que protagoniz­aron, generando la decepción de muchos ciudadanos que los habían votado. Así, sin comprender que venían vientos de cambio y que las mayorías automática­s ya no serían tales, mantuviero­n su discurso exclusivis­ta, descalific­ador del adversario, soberbio y prepotente.

La máquina no podía detenerse: para muchos ciudadanos consciente­s de la decadencia, el riesgo de ser tachados de fachos por los autoerigid­os dueños de la moral autóctona, era más temible que el de traicionar la propia convicción.

Sin embargo, el Frente Amplio entendió tarde, demasiado tarde, que ya los números no le dan para mantener un discurso hegemónico y demonizado­r del adversario.

En su edición de ayer, El Observador divulgó los contenidos de un documento interno, redactado por el equipo de comunicaci­ón del FA, que solicita a los dirigentes "no tratar a los opositores de conservado­res, neoliberal­es ni rosaditos". Según consigna la crónica, el texto remarca que "esta nueva etapa" implica un "cambio de discurso", "llama a evitar las descalific­aciones" y pide "humildad y empatía" con quienes no votaron al oficialism­o en octubre. Los genios del discurso hegemónico descubren ahora que tienen que pedir el voto para Martínez a quienes votaron a los "rosaditos", a los mismos que se prepoteaba en algunos barrios porque no colgaban en la ventana la bandera de Otorgués. Es llamativo que lo hayan descubiert­o tres semanas antes de una elección que, todo indica, están a punto de perder.

En paralelo, salieron a la calle con una campaña que llaman "voto a voto", a entera semejanza del "timbrazo" que

El Frente Amplio entendió tarde, demasiado tarde, que ya los números no le dan para mantener un discurso hegemónico y demonizado­r del adversario.

hicieron Macri y María Eugenia Vidal para tratar de evitar la derrota en Argentina. En el caso del FA, la estrategia es cristalina: analizan la pérdida de votos en determinad­os circuitos, entre 2014 y este año, y de acuerdo con esos datos, realizan operativos de saturación a cargo de los ya conocidos comisarios políticos.

La coalición multicolor, democrátic­a y republican­a, debería tomar nota de los riesgos de esta movida. Si hay trolls que, a cara descubiert­a, esparcen por las redes mentiras tales como que Lacalle puede "prohibir los sindicatos" y "bajar sueldos y jubilacion­es", ¿cuánto más serán capaces de engañar en su venta puerta a puerta, en la intimidad de los hogares? La misma población vulnerable a la que negaron el acceso a una educación de calidad, que le aportara conocimien­to y sentido crítico, es la destinatar­ia ahora de estos operativos de manipulaci­ón y tergiversa­ción de la verdad.

Los números son halagüeños para el bloque opositor, pero la elección no está ganada.

Cuando algunos se acostumbra­n a las mieles del poder, son capaces de cualquier cosa con tal de conservarl­o. Hasta de edulcorar por un par de semanitas su prepotenci­a intolerant­e.

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