De nombres y de fraudes
Sentado en su casa, con voz pausada el candidato Daniel Martínez grabó lo siguiente: “A mí no me conmueve una reunión en torno a Lacalle. Más bien, me preocupan viejos apellidos protagonizando la nueva agenda del Uruguay. Me asustan. Recuerden bien: fueron estos apellidos que empezaron a protagonizar de nuevo la política uruguaya, los que nos llevaron a la crisis del 2002. Hubo un acuerdo, un compromiso del año 99 que ¿en qué terminó? En la crisis de 2002”.
¡Fue exactamente al revés! La crisis de 2002 fue un reflejo abrupto de la endémica debilidad de la Argentina. En Buenos Aires, el Congreso aplaudía feliz por declarar el “default”. Acá el Frente Amplio pedía hacer lo mismo. Momento estelar: resistió Jorge Batlle, que, junto al Partido Nacional, con las arcas vacías irguió dignidad y lucidez. Gracias a ello, en 2004 teníamos las finanzas limpias y en crecimiento. Hasta aplaudió Astori, que recibió un país con menos de la tercera parte de la deuda que nos deja al irse.
Hay papanatas que creen que todo es lingüística y puede cambiarse falseando las palabras: para ellos no existen ni la realidad ni la verdad. En su jerga les será cómodo justificar a Martínez porque “construye otro relato”. Pero a quienes nos duelen las realidades y verdades de la República, se nos torna ineludible responder desde el alma: ¡miente!
Efraín González Conzi repetía sin cansarse: “El fraude no se hace solo cambiando una hoja por otra. Se hace sobre todo deformando la historia, metiendo falsedades en la cabeza de los seguidores”. Aquel noble ciudadano era un apasionado por la prédica de sus convicciones batllistas, que de él tuve el honor de recibir, pero en definiciones como esta se elevaba por sobre los lemas y defendía la matriz común de los principios republicanos.
En esa matriz común nos reencontraremos en nuevos acuerdos siempre, como juntos estuvimos con un Carlos Julio Pereira —y tantos— en la casa y las columnas de El Día cuando el 27 de junio de 1973 Wilson salió del país en el avión de Jorge Henderson. Y como juntos —con Hugo Batalla, con Fernando Oliú y muchos más— recorrimos las incómodas instalaciones de la Justicia Militar, bregando para que a los guerrilleros se les aplicara la ley y no el ojo por ojo; y luchando para que a los defensores —Schurmann Pacheco, caso emblemático— se los respetase en vez de encarcelarlos.
Señor candidato Martínez: con apellidos ilustres y con demasiados nombres olvidados,
Hay papanatas que creen que todo es lingüística y puede cambiarse falseando las palabras.
estos acuerdos y estas ideas que usted desvaloriza son la historia de nuestra libertad.
Y parece que usted no ignora que los nombres valen, porque a los pocos días de emprenderla contra los “viejos apellidos” usted y los suyos se empeñan en conseguirlos para su candidatura, hoy intervenida por el MPP. Tanto se afanan por eso, que publicitan como un gran logro hallar un Brum que va a votarlo diciéndose batllista. Pues bien: esos engaños históricos, esas contradicciones y la desaprensión con que manejan las figuras de Batlle y Ordóñez y de Wilson, solo merecen repudio cívico.
Entérese: si la oposición va al balotaje con ventaja no es porque avance una clase social poderosa o regresen espectros con linaje. Es porque a todos nos duele el desangrarse del Derecho, las garantías y el modo de dialogar y convivir.
Y porque nos hartó ver cómo el destino nacional se ha rebajado desde penumbrosos “plenarios” recocinados en su propia salsa.