Miles de obras corren peligro de desaparecer
Taller Alonzo busca quien pueda rescatar su tesoro patrimonial
Cuando llueve, Luis Alonzo debe suspender las clases de restauración. La casa del barrio del Cordón donde tiene su taller está muy venida a menos y eso hace peligrar las miles y miles de esculturas, muchas de ellas originales, que se reparten por cada rincón.
Pero ese no es el único peligro que corren, por ejemplo, la escultura El Peregrino, de José Luis Zorrilla de San Martín, o un busto original de Artigas hecho por José Belloni. Hay otro riesgo quizás más importante y es que Alonzo no consigue encontrarles un lugar teniendo en cuenta que no somos inmortales. “Yo no soy ningún chiquilín, tengo 69 años, mis proyectos no son a largo plazo como te podrás imaginar… Entonces, no sé qué puede pasar acá”, se lamentó sobre una cruzada que ya abandonó, aunque nunca pierde las esperanzas de que alguien aparezca.
“Se lo ofrecí a todo el mundo, pero nadie se quiere hacer cargo. Al primero que se lo planteé fue al Ministerio de Educación y Cultura de la segunda presidencia de Julio María Sanguinetti. Después se lo ofrecí a todos los gobiernos y todos me dijeron «no hay plata para el proyecto»”, contó Alonzo.
Lo ideal sería convertir este lugar en un museo y lo interesante es que el proyecto existe ya que fue parte del trabajo final de Valentina Marchesi para el Diploma de Especialización en el Patrimonio Arquitectónico de la Facultad de Arquitectura. El trabajo contempla todo lo que habría que hacer en esta propiedad de 340 metros cuadrados (unos 10 metros de frente y 35 de fondo), pero el dinero necesario es mucho y ni el Estado ni particulares han mostrado interés.
EN EXTINCIÓN. En 1999, el Museo Nacional de Antropología realizó una exposición sobre los oficios que desaparecerían con el siglo XX. El de restaurador era uno de ellos y es algo de lo que Luis Alonzo puede dar testimonio. Lejos quedaron los años de auge en los que se formó junto a grandes maestros o la época en la que supo tener 11 personas a su cargo.
“Empecé a trabajar en el taller a los 12 años como aprendiz. Yo era de aquellos niños que no quería ir al liceo, un bandido que le hacía la vida imposible a mi madre. Entonces ella habló con el dueño de este taller, Don Luis Giammarchi, para ver si me podía contener. Ahí me cambió la cabeza”, reconoció.
“Todo lo que sé, lo aprendí en el taller y trabajando con Zorrilla, Belloni, Armando González… con muchos escultores de la época, que cuando yo los conocí eran viejitos, pero que siempre hacían un aporte a la capacidad del oficio. Lo que tenían todos ellos es que, además, eran maestros, te hablaban y ya te estaban enseñando algo. No eran egoístas”, destacó quien desde entonces no se dedicó a otra cosa que a ser restaurador.
Giammarchi, Berardi y López —un escultor, un yesero y un frentista— fueron los hijos de inmigrantes que en los años veinte fundaron Giammarchi y Cía, que funcionó como taller de escultura y restauración hasta 2010.
Al principio trabajaban muchos inmigrantes españoles, italianos y hasta algún francés. “Acá estuvieron
Desde 2015, Alonzo da al personal del MTOP pautas básicas del oficio de restaurador.
hasta que se fueron jubilando, muriendo, haciendo viejos… y fuimos quedando otra camada”, contó Alonzo. Pero el trabajo también fue desapareciendo con el tiempo y lo que quedan son propuestas puntuales de trabajos de restauración. “Debe hacer como 30 años que ya no se hace obra nueva”, apuntó.
Alonzo decidió jubilarse en 2010 al considerar que había cumplido un ciclo. Pero cinco años después debió renunciar a su jubilación porque el Ministerio de Transporte y Obras Públicas le propuso que le enseñara el oficio a albañiles y arquitectos de esta secretaría de Estado. La idea es prepararlos para trabajar en los edificios patrimoniales que el ministerio debe restaurar (Cabildo, Palacio Taranco, museos, etc.).
Desde entonces, dos veces por semana, abre el taller para estos cursos que llevan cinco meses y por los que ya han pasado más de 15 personas. “Enseñar un oficio de cincuenta y pico de años que tengo yo, en cinco meses, es prácticamente imposible. Pero por lo menos se llevan una visión bastante completa de cómo se manejaba la gente de la época”, destacó.
De todas formas, esto no soluciona lo que para el restaurador sigue siendo su gran problema: ¿qué va a pasar con todo ese rico patrimonio que guarda entre cuatro paredes cuando ya no esté? “Tengo tres hijos, pero ninguno agarró viaje”, señaló. No los culpa. “Son todos ingenieros y facturan muy bien por suerte”, acotó.
La solución no es sencilla y Alonzo es muy consciente de ello. “Llega un momento que bajás los brazos porque sabés que donde golpees no es una puertita de madera, es un bloque gigantesco de piedra que no te escucha nadie. ¿Quién va a venir a invertir en algo que tiene poco retorno? Es difícil, yo lo entiendo clarito”, admitió despidiéndose ya de los últimos intentos por salvar un tesoro de enorme valor histórico.