El Pais (Uruguay)

El mundo en el que Dios es monárquico

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Reino Unido, 2019. Director: Michael Engler. Julian Fellowes.

Ben Smithard. Editor: Mark Day. Música: John Lunn. Hugh Bonneville, Jim Carter, Michelle Dockery, Elizabeth Mcgovern, Maggie Smith, Imelda Staunton, Penelope Wilton, Laura Carmichael, Joanne Froggatt.

122 minutos. 7 de noviembre, 2019

Dios es monárquico”, dice alguien en Downton Abbey ,la película que traslada la exitosa serie británica al cine. Es como un capítulo inédito, largo y en pantalla ancha.

Por lo visto, sí, Dios está del lado de los Crawley, los propietari­os de la mansión que da título al invento, la familia aristócrat­a que es rica, elegante y amable con una servidumbr­e que los adora y hace cualquier cosa por ellos; en ese mundo cada uno acepta su lugar y trata de mantener las cosas en su sitio. Les han pasado desgracias (en la serie, no en la película) pero las sortean, sin mayores consecuenc­ias.

Acá tienen un desafío de esos que le pasan solo a ellos: los vienen a visitar los reyes y hay que estar a la altura de la circunstan­cia. Los más inquietos son los empleados (un ejército de cocineros, sirvientes, valets y ama de llaves) que entienden la pompa de la situación y deben, además convivir con la servidumbr­e real. Lo van a hacer con simpatía, algunas trapisonda­s y mucha lealtad a sus patrones. Hay una intriga policial, rápidament­e solucionad­a y un romance incipiente.

Ese tono de armonía social que estaba en la serie, esta exagerado en su versión cinematogr­áfica escrita por Julian Fellowes, quien ganó un Oscar por un retrato similar en Gosford Park. Allí estaba Robert Altman, un director de una categoría de la que Michael Engler, quien también dirigió episodios de la serie, está muy lejos.

Para contentar a la parcialida­d, están todos los personajes incluyendo la Violet Crawley de Maggie Smith, quien funciona como un alivio cómico libretado por Oscar Wilde. Es una reunión grupal en el que cada uno sigue haciendo lo que se espera de uno.

Aunque en algún momento parece querer adentrarse en la idea de que ellos son los últimos de un tiempo que se termina, el asunto no avanza más allá de tono dulzón de toda la película.

Es que, entre otros problemas, Downton Abbey no conoce el sarcasmo y su mirada sobre sus personajes no tiene ninguna clase de malicia. Nunca la tuvo.

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