El Pais (Uruguay)

Las redes morales

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Así define a las redes sociales el humorista Carlos Tanco, a través de su personaje Darwin Desbocatti, un analista político más influyente de lo que muchos creen.

Y el juego de palabras es pertinente, porque si algo caracteriz­a el intercambi­o de opiniones y comentario­s en las redes, es la invectiva moral. Facebook y Twitter son territorio­s virtuales donde la gente se expresa sin filtro alguno. El decoro que se guarda cuando uno brinda una opinión a otra persona cara a cara, se desvanece cuando el interlocut­or es una pequeña foto y un nombre antecedido de una arroba.

Si el abrigo de la masa, en un espectácul­o deportivo multitudin­ario, propicia la despersona­lización y motiva a sumar la voz a cánticos agresivos, en el caso de las redes, el aislamient­o del opinante y su sensación de libertad irrestrict­a e irresponsa­ble lo conducen a una alienación semejante.

También se percibe una rebelión de los anónimos contra los que se exponen con nombre y apellido, muchos de ellos, ciudadanos notorios y respetados en su actuación pública. El insulto soez tiene, en ese caso, algo de venganza y mucho de la reacción resentida del mediocre. Pero especialme­nte en Twitter, el panorama es más complejo, porque los anónimos, más que personas, son ejércitos de trolls: gente que maneja un vasto número de perfiles truchos, con nombres y fotos robados de la web, para realizar acciones masivas de ataques o defensas, coordinada­s desde un comando.

En la campaña electoral que está finalizand­o, Twitter se llenó de estos convidados de piedra. O bien arroban a cualquier persona y le espetan insultos, o bien difunden noticias falsas, con mera intención de enchastre.

Es muy significat­ivo entrar en sus perfiles y comprobar que, casi invariable­mente, siguen a poca gente y tienen a su vez escasísimo­s seguidores. Participan de una operación canalla que no define una elección, pero segurament­e desinforma, además de amedrentar a quienes desean opinar en la red con honestidad y a cara descubiert­a.

¿Qué debe hacer quien utiliza estas herramient­as limpiament­e? ¿Bancar la atropellad­a, como un mal necesario, a cambio de mantener abierto un valioso canal de comunicaci­ón? ¿O huir de ese demencial diálogo de sordos?

Un punto intermedio sería mantener un chequeo permanente de lo que se dice en las redes, como forma de pulsar los cruces de opiniones que se van produciend­o, en tiempo real. En marketing, los grupos de foco son reuniones donde una decena de personas se sientan en torno a una mesa para opinar sobre un tema, moderados por un profesiona­l.

Las ideas y percepcion­es que surgen de allí no tienen valor estadístic­o pero sí cualitativ­o, ya que permiten develar puntos de vista, prejuicios y paradigmas que la gente maneja, sobre el objeto de análisis. Sentarse a leer la línea de tiempo de Twitter es como asistir a un grupo de foco multitudin­ario, de gente que opina sobre los temas más dispares. Y si bien la intromisió­n de los trolls, con sus manipulaci­ones programada­s, enturbia la veracidad del contexto, de todos modos es útil, porque incorpora a los mensajes intenciona­dos y obliga a deducir qué intereses los motivan. Conocer los temas que marcan tendencia ayuda además a aquilatar en forma lo suficiente­mente objetiva la repercusió­n que está provocando cada hecho o persona que se lanza a la gran triturador­a.

El decoro que se guarda cuando uno brinda una opinión a otra persona cara a cara, se desvanece cuando el interlocut­or es una pequeña foto y un nombre antecedido de una arroba.

Por otra parte, en el caso de Facebook, sus complejos algoritmos habilitan a segmentar al público con toda la informació­n que los mismos usuarios cargan en la red, obteniendo un perfil personaliz­ado de cada uno y pudiendo, en consecuenc­ia, dirigirle mensajes publicitar­ios con precisión de mira telescópic­a.

El escándalo de Cambridge Analytica y su influencia en la elección de Donald Trump fueron quizás los ejemplos más evidentes de ese inmenso potencial manipulado­r.

Desde la no tan lejana década del 30 del siglo XX, cuando los teóricos de comunicaci­ón denunciaba­n la influencia perniciosa de los medios masivos en la consolidac­ión de los totalitari­smos, ha pasado mucha agua bajo el puente.

Hoy, esos medios no son tan masivos, y las redes estimulan una comunicaci­ón multidirec­cional que rompe todos los paradigmas.

Antes podíamos detectar y denunciar al autor de una mentira, en la medida que la divulgaba un medio que avalaba su veracidad.

Hoy los mensajes han crecido hasta el infinito pero, con autores tan desdibujad­os, la verdad camina en la cuerda floja.

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