El Pais (Uruguay)

China, el capitalism­o, la pobreza y la desigualda­d

- Alejandro A. Tagliavini | Argentina

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Hace 40 años comenzaron las reformas que transforma­ron a China en la segunda potencia económica global. Algunos creen que la caída del Muro de Berlín (1989) o la disolución de la URSS (1991) marcaron el fin del comunismo, pero fueron los chinos quienes percibiero­n antes que algo fallaba. Deng Xiaoping impulsó reformas tras aceptar que la planificac­ión centraliza­da y la supresión del mercado eran impediment­os y, a diferencia de la URSS, logró, irónicamen­te, que el “comunismo” no cayera.

Mientras la ortodoxia socialista proclamaba que “es mejor ser pobres bajo el socialismo que ricos en el capitalism­o”, Deng aseguraba que “la pobreza no es socialismo” y que “enriquecer­se es glorioso”. La búsqueda de un sistema más eficiente quedó resumida en su célebre frase: “No importa si el gato es blanco o negro, sino que cace ratones”. Y los chinos fueron abriendo la economía al mercado, pero reservando para el Estado un férreo control político y económico.

En tres décadas el producto bruto se triplicó. Pero el actual presidente, Xi Jinping, está ralentizan­do las reformas -y acrecentan­do el personalis­mo- provocando una disminució­n en la velocidad de crecimient­o. Xi se ha vanagloria­do y ha destacado que 700 millones de personas habían “salido de la pobreza”, ya erradicada de las ciudades y que sería extirpada de las zonas rurales para el 2020.

Ahora, China -como el Banco Mundial- entiende por “pobreza absoluta” a quien tiene ingresos menores a 1,9 dólares al día. Así, el 88% de su población era pobre en 1981 que, sobre 1.000 millones de personas, eran 880 millones. Actualment­e, la tasa se redujo al 0,7%, o sea que, sobre 1450 millones de habitantes hoy, “sólo” 10 millones son pobres, de aquí que Xi asegure que 700 millones salieron de la pobreza.

Pero si consideram­os el umbral de “ingresos medios internacio­nales”, de 5,5 dólares al día, el índice sube a 27%. Es decir, unos 390 millones de personas que siguen en la pobreza. Con este umbral, EE.UU., Francia y Alemania, registran valores de entre 1 y 1,5% de su población, mientras que en México llega a 25,7% y Brasil 21%.

Y ha crecido la desigualda­d. El PBI per cápita anual ajustado por paridad de poder adquisitiv­o (PPP) de China es de 18.000 dólares, similar a México (19.800) pero debajo de EE.UU. (62.600). Pero esta cifra resulta de dividir el PBI sobre el número de habitantes. Y, precisamen­te, el hecho de que los ingresos promedio se ubican en torno a los 3.000 dólares (4.500 en las ciudades y 1.500 en las zonas rurales), según Geopolitic­al Futures, demuestra que el resto de la riqueza la reciben pocos.

Por cierto, el 60% de la población urbana son obreros que trabajan unas 13 horas diarias, entre seis y siete días a la semana, y en malas condicione­s. Y la población rural está aún peor. Es que el Estado aun controla gran parte de la economía y tiene empresas gigantes y eso produce la pobreza y desigualda­d. Un mercado natural tiende a enriquecer a todos e igualar las fortunas porque, cuando el Estado no interfiere la movilidad, las personas se vuelcan a los negocios o trabajos más beneficios­os. Pero el gobierno crea la pobreza al cobrar impuestos que terminan siendo pagados por los más pobres, ya que los ricos los derivan -por ejemplo, subiendo precios- y crea desigualda­d con regulacion­es que impiden la movilidad, como monopolios u oligopolio­s que enriquecen a algunos empresario­s que cobran altas tarifas empobrecie­ndo al resto.

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