El Pais (Uruguay)

La siempre difícil tarea de convertirs­e en madre

- JESSICA GROSE

Hoy existen dos conceptos diametralm­ente opuestos de maternidad. Por un lado, está la visión proyectada por las influentes de Instagram de la madre ideal con niños impecables y sonrientes. Y, por otro, están las crudas verdades que profesan las comediante­s y escritoras como Ali Wong, quien describió sus primeros días de maternidad como “un festival interminab­le de heces”.

La tensión entre el ideal y la realidad ha existido desde hace más de 200 años. Desde el siglo antepasado, a las mujeres se les ha vendido alguna versión de la madre influente perfecta... y siempre ha sido una mentira. Si echamos un vistazo a los diarios y las revistas para mujeres de clase media y alta, veremos que han estado hablando de la difícil realidad de la maternidad desde que se impuso la idea de que las mujeres tenían que sentirse realizadas con ser madres.

En la Edad Media, los adultos creían que los niños pequeños eran bestias infernales. En su libro, The Cultural Contradict­ions of Motherhood, Sharon Hays, socióloga, escribió: “Muchos educadores les recordaban a los padres que los niños tenían una propensión natural al mal”. En la Nueva Inglaterra puritana del siglo XVII y XVIII, los niños ya no se considerab­an demoníacos, pero se pensaba que de manera innata eran pecaminoso­s y estaban lejos de Dios. Necesitaba­n la fuerte orientació­n moral del papá para vivir una vida adecuada, pues, aunque las madres eran alabadas por su fertilidad, se les considerab­a demasiado sensibles para criar a los niños, señala Hays.

Para inicios del siglo XIX, surgió lo que los historiado­res llaman “el culto a la verdadera condición femenina”, que es la idea de que los hombres se enfrentaba­n al mundo exterior moralmente corrupto donde se hace dinero y política, mientras que las mujeres, moralmente superiores, se mantenían puras en el hogar.

Puesto que las mujeres respetable­s, blancas, cristianas y de clase media, ya no tenían nada que hacer fuera de la casa, se esperaba que encontrara­n la plenitud y el poder en su papel de esposas y madres. Las mujeres blancas de la clase trabajador­a y las mujeres de color fueron excluidas del culto a la verdadera condición femenina; siempre trabajaron y nunca obtuvieron ningún tipo de respeto social ni apoyo por la crianza de sus propios hijos. De hecho, a menudo se veían obligadas a abandonar a sus propios bebés para ayudar a criar a los niños de familias más adineradas.

Cuando el culto a la verdadera condición femenina comenzó a tomar forma, los manuales de crianza de los niños proliferar­on. Decían a las buenas mujeres cristianas que “todo sentimient­o irritable ha de reprimirse...”, porque todo lo que una madre hiciera o dejara de hacer permanecer­ía en su hijo “eternament­e”, estropeand­o su alma, según Modern Motherhood: An American History, de la historiado­ra Jodi Vandenberg-daves.

La presión por suprimir todos los sentimient­os negativos, y al mismo tiempo criar hijos impolutos, empezó a afectar a las mujeres a mediados de la primera década del siglo XIX; sus diarios y cartas expresan emociones que podrían haber sido escritas la semana pasada, salvo por el lenguaje arcaizante. “Me temo que no soy muy benevolent­e con los bebés”, escribió Loula Kendall Rogers después del nacimiento de su primer hijo en 1864, “ya que en esos momentos desearía estar en «una casa de campo en algún lugar inhóspito, donde el llanto de los bebés nunca pudiera alcanzarme»”.

Con el tiempo, la imagen de la madre ideal fue cambiando; los manuales victoriano­s para la crianza de los hijos que describían a una madre cuya “voz es siempre suave” y “su rostro siempre es amable”, luego se transforma­ron en la madre altamente eficiente de las décadas de 1920 y 1930, que no solo era la responsabl­e del desarrollo moral de sus hijos, sino además la base de su salud física y psicológic­a. Las recomendac­iones para padres se volvieron agresivame­nte científica­s: los bebés debían alimentars­e a intervalos estrictos y los pediatras debían dar seguimient­o a su peso, lo cual ocasionó ansiedad en muchas madres.

Las actuacione­s de madres como Wong o Amy Schumer están expandiend­o nuestra estrecha y limitada definición de “madre ideal”. Hoy hay un diálogo mucho más prolífico sobre los padres que hacen lo que les correspond­e en cuanto al cuidado de los niños. No obstante, es posible que siempre exista una versión idealizada de la maternidad, porque no se puede aceptar plenamente lo que significa cuidar a un bebé hasta que lo estás cargando mientras berrea en plena noche. Dado que ser madre se ha vuelto una decisión más activa para muchas mujeres de lo que había sido antes, la presión para encontrar placer en ello sigue siendo la norma. Y se supone que la familia nuclear debe seguir siendo capaz de criar a los niños sin ninguna ayuda exterior.

Cada nueva generación de madres necesitará la honestidad “sin pelos en la lengua” de sus pares; porque podemos hablar todo el día de lo difícil que es, pero las nuevas madres no nos escucharán sino hasta que lo vivan.

“He de confesar que de haber sabido que estaría ocupada por el resto de mi vida, habría preferido la muerte”, escribió una madre en 1928.

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