El Pais (Uruguay)

Del brazo

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La escena del presidente Vázquez introducie­ndo del brazo a su sucesor, en el saludo protocolar a las nuevas autoridade­s argentinas, va a quedar en lo mejor de nuestra historia cívica. No solo por el contraste con sus homólogos rioplatens­es (la fórmula Fernández-fernández ya aportó, a horas de haber asumido, una colección de desaguisad­os de populismo y desprecio por el adversario) sino porque exhibe la calma con la que se viven los cambios de época en nuestro país.

La escena registró entre los uruguayos dos reacciones, en apariencia antagónica­s, sobre las que debemos advertir y desestimar. Una es el infantilis­mo de pensar que la amistosa imagen sepulta los riesgos de futuros enfrentami­entos. La otra expresa el cinismo (a veces de origen ideológico, a veces patológico) con el que algunas personas reaccionan ante cualquier expresión de amistad entre rivales y, en general, de contenido simbólico.

El abrazo no anula las acciones negativas de sus protagonis­tas, pero nos obligan a reinterpre­tarlas, eventualme­nte con mayor indulgenci­a, a la luz de este episodio lleno de serena grandeza.

Tampoco hace desaparece­r los riesgos que se ciernen sobre el país en esta hora del continente y del mundo, en la que la estabilida­d y la lealtad institucio­nal aparecen acorralada­s por nuevas pulsiones disruptiva­s.

Quien quiera vivir en una sociedad libre de conflictos haría bien en mudarse a Disneyland­ia, y eso si no le toca hacer de pato Donald un día de calor como los de esta semana. La sociedad uruguaya presenta la conflictiv­idad esperable, de acuerdo con su complejida­d y sus niveles de insatisfac­ción, ya sea que estos se pretexten en hechos objetivos, como la violencia y la marginació­n, o subjetivos, como las conclusion­es que surgen de las diferentes explicacio­nes de la realidad.

Lo que define a una comunidad no es la cantidad de conflictos ni su potencial destructiv­idad, sino la manera como la manejan sus individuos, sus organizaci­ones y sus líderes. Cuando vemos a Cristina Fernández despreciar nuevamente a su sucesor (hace cuatro años no fue capaz de entregarle en persona los atributos de mando) estamos ante el reflejo de una sociedad que justifica la no cooperació­n y el agravio en el manejo de los conflictos políticos o sociales.

Son sistemas que se caracteriz­an por la falta de lealtad institucio­nal, la desconfian­za, la inestabili­dad y la violencia.

Cuando vemos que el presidente de un partido, que acaba de ser derrotado, viaja al exterior a presentar a su sucesor del brazo, estamos ante una sociedad que maneja sus conflictos con una dosis suficiente de cooperació­n y asertivida­d.

La capacidad de expresar nuestros reclamos y defender nuestros derechos respetando las opiniones y la integridad moral de los demás, contiene las tentacione­s de los violentos, que siempre encuentran algún agravio para justificar­se.

Ojalá que esta escena de alto contenido simbólico marque el fin de la campaña electoral, de sus desplantes y desencuent­ros. Ya es tiempo de que todos los actores políticos comiencen a trabajar en la construcci­ón del futuro sobre la base de sus conviccion­es y prioridade­s, pero aceptando que, llegado el momento, es necesario deponer antagonism­os y caminar del brazo.

La escena registró entre los uruguayos dos reacciones, en apariencia antagónica­s.

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